Escritorios y escenarios

Mirar pantallas o mirar sin pantallas, esa es la cuestión

Vemos muchas imágenes a través de las pantallas. Nuestra vida laboral y nuestro tiempo de ocio están mediados por un computador, por un teléfono inteligente o por un televisor. Tales artefactos tecnológicos tienen en común el ofrecer a la mirada un recuadro, una pantalla, que funciona a través de la electricidad. Así, los ojos humanos, tanto de día como de noche, están constantemente expuestos a la luz artificial y, quizá por eso, la pandemia de la miopía va en aumento, al menos eso leí en un artículo de la OMS hace algunos años cuando me formularon las gafas. Paradójicamente, la iluminación de las pantallas nos está dejando ciegos.

Pero eso no es todo, de alguna manera la mirada de los seres humanos ha sido domesticada, hemos naturalizado la mediación, nos hemos acostumbrado a mirar la realidad de una manera transversal, ficticia. ¿Acaso simulada? Y seguramente esto es una repercusión del nacimiento del cine, porque desde entonces nuestros sueños, nuestros recuerdos, son construidos por nuestra mente como si fueran películas.  

 Es como si hubiéramos convertido a la realidad en una Medusa pues evadimos verla directamente a los ojos. Y no es que lo sea, sino que nos atrae más lo indirecto; o porque nos gusta poner accesorios a las cosas; o porque consideramos que “tecnología” es un incuestionable sinónimo de “progreso” y nos gusta vernos evolucionados; o quién sabe por qué.

Y ante tal saturación de pantallas, pues hacen parte de nuestra vida privada y pública, tengo la impresión de que está en vía de extinción la simpleza de la mirada directa sobre la realidad. ¿Cuánto tiempo invertimos mirando pantallas y cuánto mirando por la ventana? ¿Cuánto tiempo pasamos viendo películas, series o imágenes digitales y cuánto yendo a un museo, al teatro o a un mirador? ¿No tendrá el teatro un nuevo rol al permitirnos descansar nuestras miradas de los pixeles y de la alta definición?

Sábado 11 de junio 2022

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