Desde la faltriquera

A la fuerza ahorcan

Lector amigo, si usted abre el Diccionario de la RAE por la palabra que enmarca esta columna, encontrará hasta tres acepciones, relacionadas con el teatro: faltriquera, como palco desde el que otear el espectáculo y su contorno; bolsillo de prenda de vestir o saquillo fabricado por mujeres de otros tiempos para atarlo a su cintura y esconderlo bajo su falda, a fin de guardar esa cantidad de objetos que una dama lleva en la faltriquera moderna, llamada bolso. Pero no quiero introducirme por estas sendas procelosas y sí asomarme a cuanto se ve desde el cubillo de los antiguos teatros.

Paro en disquisiciones filológicas, siempre aburridas para un hombre de teatro que, con demasiada frecuencia, debe prevenirse y protegerse de las invectivas lanzadas desde las cátedras por sus compañeros que no amigos, los filólogos, como ya demostró José Bergamín en una obra del mismo título, endiabladamente satírica como difícilmente representable, publicada antes de la guerra (civil de 1936). Retomo el hilo, me asomo a la faltriquera y descubro a José Luís Gómez, un cómico que ha osado meterse en la casa fortaleza de la Real Academia y que estos días, desde el lunes 12 de enero, presenta en su Casa de siempre Los cómicos de la lengua (sic no es una corrección del traidor corrector automático), en su primer intento de despegar a los ilustres sabios de sus poltronas y sus pupitres de estudiosos, y sacarles a ver la luz del sol.

El original planteamiento de este espectáculo, que ojala sirva para acercar al teatro de La Abadía a muchos universitarios, está precedido y seguido de una programación sorprendente: muchas novedades y, por fin, nueva apuesta por el teatro extranjero dosificado. Todo un contraste con temporadas anteriores, donde La Abadía languidecía.

Surge el vuelo del ave Fénix en plena crisis, aunque ya es una palabra que Rajoy ha borrado de su diccionario como antes lo hiciera Zapatero del suyo, mientras sus contrincantes la subrayan, en pleno mantenimiento del IVA al 21 %, todo un indicativo del insignificante papel de la Cultura en España que no hace retroceder ni un milímetro al obstinado Ministro de Hacienda, y en pleno recorte presupuestario de las entidades públicas que sustentan La Abadía.

Pero Gómez, esta vez lo tuvo claro: no cabían los lamentos y necesitaba pasar a la acción, si no quería vaciar la sala primero, para cerrarla después. A la fuerza ahorcan y lo que no conseguía en despachos, lo buscó fuera. El resultado varias coproducciones unas ya estrenadas, otras aguardando su turno en la temporada 2014-15. El peligro de esta osadía, tildado por otros como una huida hacia delante, es que la administración lo tome de modelo y ejemplifique con este teatro: “¿veis cómo con menos dinero público, se puede programar mejor?”, podría decir Wert y no tendría razón, aunque es verdad que la falta de inversiones de la administración, no ha sacado del sesteo a muchos gestores de teatros de titularidad pública, que ven cómo sus locales muren de inanición. Algo habrán hecho mal, cuando no se escucha protesta ciudadana alguna.

En lo que va de temporada, ha presentado dos espectáculos en coproducción Bleu, una coreografía de Anna Balducci, y Hacia la alegría, texto y dirección de Oliver Py, en coproducción con el Festival de Avignon y el Teatro Nacional de Rumania Radu Stanca. Una propuesta muy sólida con un inconfundible texto de Py, interesante en los planteamientos, aunque retórico y de complicada teatralidad; con atractivo intelectual y riqueza de elementos de significación, pero minoritario; inquietante a veces, aburrido otras; sin embargo se resuelve con el oficio del director, el aparataje escénico, llamativo y eficaz, y la interpretación, Pedro Casablanc solo en escena. El espectáculo cuenta con una gira europea (festival del Teatro Nacional de Hungría, Budapest abril de 2015, y en julio recalará en Avignon). Lo peor la escasa repercusión en medios y el poco público, algo normal porque Madrid huye de lo extranjero, pero este es otro tema.

Para los días 23 y 24 de enero, La Abadía presenta en España a una de las dramaturgas europeas emergentes, más interesantes, Gianina Carbunariu, con Solidaritate. No se trata de su mejor propuesta, pero sí representativa de su teatro y, quizás, junto a La tigresa, el texto de temática más universal. De ordinario, Carbunariu concibe su escritura doblemente pegada al aquí y al ahora: escribe a pie de escena, siempre dirige en Rumania sus propios textos, y aborda temas sociales del lugar de residencia, circunscritos en mayor o menor medida a la región que habita o al país de origen, pero con cuestiones perfectamente trasladables a otras realidades, como, por ejemplo, es el caso de 20/20. Esta pieza señala los problemas de las estructuras políticas superpuestas sobre los ciudadanos, estropeando la convivencia pacífica. Es el caso de las fricciones entre húngaros y rumanos en territorio rumano: las personas conviven en la vida cotidiana; cuando representan la nacionalidad, se enfrentan.

No obstante, en Solidaritate, se encuentran algunas señas de su teatro: el fragmentarismo en la forma, el metateatro, el tratamiento satírico y cáustico de las realidades sociales trasladadas a escena. El nexo de unión de las cinco escenas, la clase media, la que más se ha beneficiado en tiempos de bonanza y la que más sufre en tiempos de crisis. La corrupción, la picaresca en el empleo de los sin papeles, las vanidades y traiciones entre los cómicos, las sorpresas de los créditos o una proclama acerca de la solidaridad, son algunos de los temas que vertebran la propuesta. Junto a la escritura, la manera de dirigir también responde al patrón acostumbrado: intérpretes al servicio de la historia, anulación de personajes y un tempo-ritmo vivaz. Disfruten del espectáculo.

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