Y no es coña

A propósito de la calma chicha

Viajo a Valencia para encontrarme con amigos y asistir a la gala de los Premios Max, que sufre una especie de reconstrucción o de retorno a una ruta abandonada el año anterior y que no sabemos con exactitud en qué desembocará. La Academia de las Artes Escénicas tiene voluntad de crear unos premios que sean más globales, es decir en los que puedan concurrir también aquellos que no figuran en la SGAE. Es un proyecto delicado. Los Max, mal que bien, se han asentado, irregularmente en el territorio estatal, pero crean expectativas y de alguna manera es la única fiesta de las artes escénicas en las que participan profesionales de todos los gremios y de todos los estamentos y de casi todo el Estado. Esto es importante. 

Aunque solamente fuera por esta circunstancia, habría que considerar mantenerlos. La actitud ante los Premios, todos los premios, y en concreto los Max, suele ser muy controvertida. Las sospechas de idoneidad o limpieza en la selección de candidatos, los jurados o el voto popular, la tendencia a concentrarse en las dos capitales los premiados, a excepción del año pasado que se concentró en Valencia por cuestiones que algún día estudiaremos de manera más distante, el que solamente puedan participar los asociados a las SGAE le dotan de controversias. 

En positivo es que han logrado colocarse en la agenda de los eventos, que se pretende que un Premio Max a un espectáculo sea un elemento para su recalificación en el mercado, que dé prestigio. Cosa que a fecha de hoy podemos poner en entredicho o al menos que no es automático y a veces imposible por premiarse, en demasiadas ocasiones, espectáculos ya fuera de su distribución. Cosa difícil de solucionar debido al sistema de producción y exhibición actual. 

La promoción de las Artes Escénicas en términos generales, que llegue a amplios sectores de la población es una tarea siempre inconclusa, siempre parcialmente solucionada, por ello, siendo muy mejorable, estos premios han conseguido un efecto de difusión, relativo, como siempre, porque el problema no son los Max, ni las banderolas de las calles, es que el Teatro no tiene prestigio social, ni entidad cultural suficiente y necesita de todos los incentivos, preferiblemente de los de largo alcance, que empieza por planes estructurales en la escuela, el instituto y la universidad y que tenga continuidad en barrios, pueblos, ciudades, con mirada al futuro, pero empezando ya, antes de que se deteriore más la relación de las artes escénicas con la sociedad, con la ciudadanía. 

Porque voy a insistir: los problemas de las artes escénicas no son solamente artísticos, ni sindicales, ni infraestructurales ni estructurales, sino globales, porque nunca pensamos en invertir en la otra parte imprescindible para el hecho teatral: el público. Los públicos. Y eso se empieza a hacer en la cuna, colocando a las artes escénicas en un plano de conocimiento, de práctica, de manera de reconocerse y de crecer. Tendemos a mirar solamente a una parte, la productiva, la creativa, la oferta, y obviamos la demanda para utilizar el lenguaje de los enemigos de la cultura teatral que la confunden con una actividad mercantil. 

 

Se necesitan decisiones políticas de largo alcance. No se soluciona ni con unos premios, ni con cien premios, ni millones de banderolas ni con una sala ni un proyecto personal, sino con unos planes integradores, globales, para crear un caldo de cultivo bien fertilizado y rompiendo con algunos de los paradigmas actualmente existentes que parece claro se han agotado, necesitan renovación, se necesita volver a pensar y a tomar decisiones. Mientras en esta calma chicha seguiremos viajando en una montaña rusa que tiene pocos picos, pocos alicientes. Todo se adocena, todo se temporaliza, los proyectos se agostan. Estamos jodidos pero contentos.  

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