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A que no puedes decir cocacola. La furia de AveLina Pérez

Hay cosas que se pueden decir y hay cosas que no se pueden decir. ¿A que sí? Esto lo sabemos todas/os, sin embargo, hay cosas que no se pueden decir, pero que son necesarias, alguien las tiene que pronunciar. Al pronunciar esas palabras que, por diversas razones, no se pueden decir, pero son necesarias, se produce una especie de catarsis, una liberación de humores.

 

A medio camino entre el bufón, el bardo y la demiurga, AveLina Pérez nos desafía con cada una de sus piezas. Pronunciar lo que no se puede decir, sin imposiciones, pero con una contundencia meridiana, produce sorpresa y estupor a partes iguales, entusiasmo, excitación y shock.

Todo esto jugando, como anuncia el título casi naif de su último atrevimiento: A que non podes dicir cocacola? (II) (¿A que no puedes decir cocacola?). Un trabajo que realizó en una residencia en el Teatro Ensalle de Vigo, donde la mostró al público del 18 al 20 de septiembre, para estrenarla en el 31 Festival de Teatro Galego (FETEGA) de O Carballiño, Ourense, el sábado 26 de septiembre de 2020.

En la pieza, como en las anteriores, no falta la reflexión irónica sobre el propio arte del teatro. AveLina comienza en un tono postespectacular, como aparentemente vaciada de afán exhibicionista o de una energía de esas con las que las actrices y actores suelen querer meterse al público en el bolsillo sí o sí. Aparentemente pasota y dejada de la mano de Dios, se recuesta en una silla y con una cierta sorna nos confiesa que su madre siempre le dice a ver cuándo deja de insistir en hacer teatro, porque no tiene ninguna gracia. Y, claro, para hacer teatro y entretener al personal hay que tener gracia, hay que ser graciosa, sí o sí. Y esto, en sí mismo, esta “escenita”, tiene mucha gracia. AveLina tiene mucha gracia, pero no esa gracia fácil y de simpatía estereotipada. En la actitud y el allure de AveLina, de sus textos y de su performance, hay una causticidad y una furia que, desde la mierda que rechazan los finolis diluye y elimina la mierda que amenaza con ahogarnos, esa que se disfraza de educación, de limpieza, de higiene, de legalidad, de seguridad, de oficialidad… de lo políticamente correcto. Pero no el cliché desgastado de la supuesta transgresión de lo políticamente correcto que hacen los humoristas del club de la comedia televisiva y de los shows a los que la gente acude para pasárselo bien a bocajarro. Con AveLina te lo puedes pasar muy bien, yo me lo paso muy bien. Pero me lo paso bien como cuando leo a Thomas Bernhard, por poner un ejemplo. Te lo puedes pasar muy bien, pero no todo va a ser jijijí y jajajá, desde ese estatus de superioridad que nos concede la comedia. La dramaturgia de AveLina le pone retos a la propia AveLina y, por tanto, también nos los pone a nosotras/os. Nos interpela. Por ejemplo, aquí, en A que non podes dicir cocacola?, sobre aspectos que la denominada “nueva normalidad” está estandarizando, como el miedo o la desconfianza al prójimo, todos somos sospechosos de poder contagiar algo.

“La ley vela por nuestros pulmones” y prohíbe fumar en escena. No solo la Covid19, de la que, evidentemente, necesitamos protegernos, se pega, también la estupidez. Velahí el caso de esa segunda persona a la que la actriz se dirige, con una nariz, bigote, gafas y cejas postizas, a lo Groucho Marx. Le dice, mirando hacia nosotras/os de medio lado, como si esa segunda persona estuviese entre nosotras/os, que le resulta patético que cantemos el Cara al sol, si echan el Cara al sol, o la Internacional, si echan la internacional, aunque no sepas la letra y solo puedas cantar las últimas sílabas, cuando no eres capaz ni de acertar una sola palabra de las que comienzan por “z” en el concurso del Pasa palabra, ni siquiera “zoquete”. Y aún así, dice la actriz, una/o puede entrar en empatía contigo, con esa segunda persona infame a la que dirige su discurso.

Un discurso que transita por lo escabroso, casi como en una farsa surrealista, para salpicarnos, con humor negro, y colocarnos ante la posibilidad de empatía respecto al abyecto, al zoquete, al cabrón. Y ni los muertos se salvan de la ferocidad de esta bufón de nariz, bigote, gafas y cejas postizas. Porque las muertas y los muertos, que fueron vivas y vivos jodidos y corruptos, no merecen, quizás, nuestro silencio cómplice. Desde una famosa alcaldesa cacique y esperpéntica, hasta la tía abuela Benedicta, que hacía unos bordados perfectos, en los que no se distinguía el derecho del revés, porque el revés estaba limpio, limpio, limpio, tan limpio que daba asco.

La acción escénica, con las ramas secas en jarrones de vidrio, la tierra húmeda y la bañera con agua para lavarse la cabeza y los brazos, vestirse de blanco y calzar unas botas de agua, relativiza y descontextualiza, con su estética próxima a l’objet troubé o el ready made, el discurso verbal. Lo despega de lo dramático y del realismo, para adentrarse en un espacio de juego poético y político, de tendencia atemporal y universalizante. Hay ahí, en ese espacio en el que también interactúan las fotografías del padre de AveLina Pérez, que era el fotógrafo de A Guarda (Pontevedra), una mezcla de temporalidades: la presente de la performance y la de esas imágenes de escenas religiosas, verbenas populares y rostros ajados por la edad, el trabajo abnegado y la sumisa resignación. También hay una cierta concepción audiovisual de factura muy artesana. La actriz va pasando las diapositivas. Se coloca una peluca roja de carnaval y una especie de antenas con dos bolas rojas en los extremos, como dos narices de payaso, jugando a alejarse y aproximarse a la luz deslumbrante del proyector. Se pone unas gafas oscuras y dispara agua sobre el rostro y las gafas, con fines purificadores, como quien limpia o refresca la mirada, u otras asociaciones que podamos establecer. Porque la acción escénica, con el recurso del medio disfraz, con el acto de lavarse y secarse, con la agitación de una rama contra el aire, como un látigo que impone esfuerzo y discriminación entre “los válidos y los inútiles, los puercos y los decentes”… no cierra los significados ni las interpretaciones, sino que nos permite un abanico de posibilidades, mediante asociaciones de ideas y el contraste respecto al discurso verbal.

Hay, en este espectáculo postdramático, dos discursos que se acompañan y se refuerzan, incluso en la disyunción: el visual (el cuerpo, las actitudes, el movimiento, los disfraces, los objetos, las diapositivas en blanco y negro con las fotos del padre…) y el verbal (en una dicción que se despega del lugar común, para encontrar el artificio justo que afile las palabras, sacándolas de la melodía desactivante de lo cotidiano).

En ese espacio fuera de los cánones, la composición musical de Ramón Raíndo genera momentos de una  dimensión casi fantástica y ultraterrena, previos a la explosión de una tormenta que parece gestarse en esa renuncia a la espectacularidad efectista del teatro más comercial. La iluminación de Daniel Casquero apunta en esa misma dirección, confabulada con un movimiento que se escapa del tempo cotidiano y pragmático de la sociedad productiva. Pero también recorta cuadros y delimita zonas entre la cenitalidad y la frontalidad, favoreciendo un relieve y un juego de sombras extraño. Por momentos la luz pega en AveLina como en un personaje de cabaret o de circo, en otros delimita zonas, convirtiendo el escenario y a la propia actriz en una instalación plástica o en el laboratorio de operaciones y ajuste de cuentas.

Nos queda claro que no están los tiempos para chorradas, por lo menos en el teatro contemporáneo de AveLina Pérez, en el que la risa viene retorcida y remueve hasta los muertos, sobre todo los que mueren de asco.

A que non podes dicir cocacola? (II) retoma el título y una pieza de 2011, en la que la dramaturga gallega ponía la lente en la violencia y en nuestra adaptación a ella. En esta revisión de 2020, de la que sale una pieza nueva, la violencia sigue ahí, pero esta vez, disfrazada de desinfección, distancia interpersonal, indolencia, moderación, sonrisa correcta… y nuestra aceptación y asunción. La limpieza y la desinfección que apestan a un impoluto sin vivir, a una inmaculada existencia superficial, a un fascismo consentido porque para eso estamos en democracia y porque no todos, así en masculino, somos iguales. “Los válidos o los inútiles, los puercos o los decentes” y “no nos podemos llamar igual”. La muerte y la vida relacionadas por una muerte en vida.

De “guacamole” a “cocacola” el juego puede aparentar absurdo o meramente lúdico, pero es una bomba. La de todo lo que no decimos de tanto que nos lavamos y que, sin embargo, deberíamos decir. Es una invitación a no morir sin decir y sin hacer aquello que, por prudencia insana, prejuicio moral, miedo o comodidad, no decimos ni hacemos, concediéndonos, de esa manera, una muerte en vida.

Decir y hacer lo necesario, en rebeldía, no vaya a ser que, al final, acabemos por morirnos de asco.

P.S. – Algunos artículos relacionados:

El teatro protesta alejado de las anestéticas. AveLina Pérez”, publicado el 16 de diciembre de 2018.

Los perros no comprenden a Kandinsky pero sí a AveLina Pérez”, publicado el 9 de julio de 2017.

Crónica sobre un espectáculo que no he visto. Los perros, Kandinsky y Avelina Pérez”, publicado el 18 de febrero de 2017.

Fumando (des)espero, my Honey Rose”, publicado el 3 de julio de 2016.

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