Desde la faltriquera

Abrir el canon

Ojear las programaciones de los festivales de verano fatiga: los mismos títulos, moviéndose por la geografía española. La justificación aparece con claridad, el espectador de Alcalá no se desplaza a Olite, ni el de Almagro a Olmedo. La argumentación, en parte es cierta, si los posibles espectadores sólo se cuentan entre los oriundos; pero, la verdad es que se la asistencia a estos eventos se nutre de aficionados al teatro, que se disponen a disfrutar de unos días de descanso, o bien de personas relacionadas con las artes escénicas.

El cansancio aumenta si se estudian las carteleras de los últimos años. Se desprende de esta observación cuatro notas: repetición cíclica de los mismos títulos del teatro clásico español, ceñidos a un canon de unas 40 obras, repartidas entre Lope, Calderón, Tirso y, en menor medida, Rojas Zorrilla, Moreto, Ruíz de Alarcón y poco más. En segundo lugar, el repertorio conmemorativo: este año le corresponde a Santa Teresa, que no escribió teatro, pero atractiva como personaje y con potencialidad dramática en algunos de sus libros y poemas, aunque estas razones se sitúan en segundo lugar, cuando cae la fecha del aniversario. En tercer lugar, rarezas, rescate de obras o autores que poseen un escaso recorrido, y por último, la creciente presencia de Shakespeare, que se incrementará el próximo año, junto con Cervantes.

La pobre recepción de las obras del teatro áureo español demuestra (o así parece) el nulo interés por sumergirse en el teatro del XVII y de otros siglos al encuentro de novedades. El muerto necesita sepultura y dejarle en paz, porque –argumentan algunos- la mayoría de los que han intentado pescar en las tranquilas aguas estigias, se han llevado la decepción del fracaso artístico y económico. Este planteamiento tiene una parte de verdad, porque los dramas y comedias que se sitúan fuera del canon, tienen fallos, las escenificaciones aburren a un espectador contemporáneo y sólo interesan para el estudio filológico o bien para el lector amante de la buena poesía, porque las carencias teatrales las suple la factura poética.

Sin embargo frente a esta acomodación al canon, cabe la relectura de los clásicos y el trabajo dramaturgístico para proceder a su rescate. Bastaría, en muchos casos y con aquellas obras que interesen por su contemporaneidad o por ofrecer puentes de analogía entre temas y personajes del ayer y de hoy, con una adecuación de las estructuras dramáticas, porque unas no arrancan, otras precipitan el final y unas terceras pierden tramas en el desarrollo del argumento, son productos del éxtasis poético de uno de nuestros dramaturgos, que les impedía proponer conflictos dramáticos, o se pierden en la floresta de la escenografía oral.

Una segunda operación se concreta en la elección del tema principal, en coincidencia con el interés del director por contar algo no por ilustrar una historia, y en la eliminación de motivos (los temas secundarios), bien por su pequeña aportación, bien porque dispersan la atención. En este proceso, además se impone afilar los personajes; es decir, quitarles el ropaje de unos parlamentos amplios en exceso, bellos literariamente, pero arduos para decir en escena, por lo redundantes en algunos casos, porque ha cambiado el sistema de interpretación en su recorrido desde un teatro para ser escuchado a un teatro que se interesa por la acción.

Toda esta tarea no traiciona porque no se trata de transformar temas y personajes, dibujando sin el consentimiento de los escritores clásicos otros asuntos a contra texto; ni tampoco de modernizar el léxico, cuestión en la que se observa mayor benevolencia, alterar las composiciones estróficas o no respetarlas. Cuando se interviene una obra clásica el respeto por el lenguaje poético, el ritmo y la sonoridad deben extremarse sin temor a la caída en desuso de palabras, porque tampoco los contemporáneos de Lope y Calderón entendían la totalidad de las expresiones y, sin embargo, disfrutaban.

La propuesta de ampliación del canon debería corresponder a la universidad y escuelas de arte dramático, pero estos mundos y el hecho escénico, a veces se encuentran tan lejos, estando tan cerca.

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