Críticas de espectáculos

Agujas y opio (Needles and opium)/Robert Lepage/XXXII FESTIVAL DE OTOÑO A PRIMAVERA

El hechizo de Robert Lepage

 

Los espectáculos del canadiense Robert Lepage con su compañía Ex Machina siempre nos sitúan en un mundo onírico que, aun teniendo cierto parecido con la realidad, la manipulan de acuerdo con los propósitos del director y la trascienden. Por lo general, hay mucho de sarcasmo, humor y fantasía en las historias que nos relata, de las que se suele desprender una determinada visión de la existencia siempre impregnada de melancolía pero, a pesar de ello, esperanzada. Porque todas sus obras llevan consigo una lección moralizante que, de ser seguida por la audiencia, volverá a encarrilarla en esa rutina cotidiana que es la fuente de la felicidad.

No ocurre así en Agujas y opio, que ya se refiere desde el título a una situación casi permanente de excepción, la de quien, voluntariamente, abandona la vida y entra en un universo paralelo autogenerado por el delirio y la drogadicción. Robert, un actor canadiense experto en el arte del doblaje, ha sido contratado por un productor yanqui que está montando un film sobre dos viajes de ida y vuelta iniciados en 1949, una vez terminada la guerra, al París del existencialismo en un sentido y a la ciudad de Nueva York en el contrario. El primer protagonista del periplo es el trompetista Miles Davis que llega a la «ville-lumière» por vez primera para participar en una serie de sesiones de jazz que deslumbran a los aficionados cuando descubren el «bebop» que interpreta el artista. Davis se encuentra en otro mundo en el que, a diferencia del norteamericano en donde se trata mal al negro, el trompetista es respetado y tiene acceso a una cultura francamente notable si se compara con la de su país. Es más, inicia un romance con la actriz y cantante Juliette Gréco que se termina malogrando al final. Despechado, Miles Davis volverá a su tierra y entrará en una etapa de depresión profunda que le llevará a la heroína de la que tardará unos cuantos años en salir.

El otro viajero será el escritor, poeta, dramaturgo, director de cine y diseñador Jean Cocteau quien, a sus sesenta años de edad y en la cumbre de la fama, pasa veinte días en Nueva York en ese año de 1949 para presentar L´aigle à deux têtes, la última película que ha rodado. Tratado calurosamente por la prensa norteamericana y en particular por la revista LIFE que le hace una entrevista, ya en el avión de vuelta empieza a escribir un texto, Lettres aux Américains, en el que cuenta su experiencia en la ciudad de la gran manzana confrontando el nuevo con el viejo continente y hablando del cine, el psicoanálisis, la literatura y el buen vivir. Ahora bien, para salvar al viejo mundo, los americanos no deberán contemplar el arte como una distracción más sino como un sacerdocio que habrá que proteger (léase subvencionar) y reverenciar. También se incluye en el espectáculo de Lepage un extracto de otro libro de Cocteau, Opium: Journal d´une désintoxication, escrito por el poeta veinte años antes durante una estancia en la Clínica de Saint-Cloud de diciembre del 28 a abril del 29. En él expone el poeta sus impresiones, más bien escépticas, sobre este tipo de tratamiento que repetirá varias veces a lo largo de su vida ya que nunca dejará de fumar opio ni de utilizar las excitantes propiedades de este alcaloide para escribir.

Una vez mentados estos dos genios de la música y de la literatura, es hora de volver con nuestro amigo quebequés Robert, cuyo viaje a París se lleva a cabo cuarenta años más tarde del anterior, esto es, en 1989, el año en el que cae el muro. Como buen «connoisseur» y espíritu refinado que es, se ha buscado un hotel muy especial, La Louisiane, situado en pleno Saint Germain-des-Prés, y una habitación que aún lo es más, la que compartieron por un tiempo Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir cuando se conocieron. Robert se encargará en la obra de encarnar el papel de persona normal que tiene que adaptarse a las costumbres de un nuevo país – aunque de misma lengua, diferente – por cuyo motivo se va a ver arrastrado a realizar toda una serie de gestiones grotescas: su negociación con la telefonista del hotel para que le ponga con un número fuera, su primera sesión de doblaje intentando seguir una metodología más antigua que la que se utiliza en Canadá, o – ésta muy parisina – su intento de dormir mientras en la contigua habitación se escuchan los intensos gemidos de placer de una mujer que hace el amor. Claro que, en este último caso, no es sólo la molestia sino el deseo lo que le vuelve loco. Él amó a una mujer que le ha dejado y que no responde a sus llamadas. Un amor pasional que le enloquece y está a punto de acabar con él. La sonrisa inicial se desvanece para convertirse en un drama: ¿o no es peor la adicción a un amor imposible que la consumición de cualquier droga?

Y es el entreverado de estas tres adicciones de tan profunda humanidad lo que, progresivamente, nos va hipnotizando y hundiendo en el marasmo de nuestra verdadera realidad, ese abismo que se abre ante nosotros cuando toda la vida nos va mal. Cocteau y Davis tienen su arte y su trompeta – aunque, por comprar droga, éste la tendrá que empeñar – pero ¿qué es lo que posee Robert aparte de ser un buen profesional? Influido por el film que está doblando, su historia se entremezcla al final con el trance de Davis en la habitación de La Louisiane. Amor, opio, heroína, todo es igual.

Lepage estrenó una primera versión de la obra en 1991 con el actor Marc Labrèche acompañándole cuando Ex Machina aún no existía como compañía (se fundó en 1994). Ahora, casi veinte años después, ha accedido a la sugerencia de su compañero y ha preparado esta segunda versión, muy evolucionada respecto a la primera, estrenada en el teatro Le Trident de Quebec en septiembre de 2013. El papel de Lepage es hoy interpretado por Labrèche quien, durante este tiempo, se ha convertido en una estrella de la televisión canadiense. Y quien le acompaña en la actualidad es el acróbata y bailarín Wellesley Robertson III quien, sin decir palabra, es tan perfecto e impecable como él. Luego, ese conglomerado de sentimientos desatados depende de dos hombres y, todo hay que decirlo, de la nuca y los brazos de una mujer que hace de la Gréco recibiendo a Davis en el baño. Claro que eso no es todo. Con la presencia de los actores, la música de Davis y la excelente interpretación podría componerse, sin duda, un excelente drama, pero hay más. Y es que su actuación se realiza en el vientre de un gigantesco cubo que pivota sobre el escenario. Y es este elemento escenográfico el que aporta toda la magia al espectáculo y lo convierte en una mezcla de sueño y pesadilla, cuando no en un coma alucinado. Todo es inestable y se mueve sin fin, tanto los personajes que evolucionan despreciando la gravedad como las imágenes que se proyectan sobre los paneles del cubo. E incluso la visión del espectador está en un continuo movimiento, avistando la escena desde todos los ángulos. Ahí está el París del existencialismo con Sartre, la Gréco e incluso escenas del rodaje de Ascenseur pour l´échafaud de Louis Malle, a la cual Davis puso música. Y todo el Nueva York de los cincuenta, con sus impersonales fachadas, casas de prestamistas y garitos además de salir el «elevado». Todo un mundo de después de la guerra que parece pasado pero era así, tal cual, cuando lo conocí. De modo que del truco surge la realidad, el recuerdo y las ganas de rememorar. Gran Lepage.

David Ladra

Título: Agujas y opio (Needles and opium) – Texto y dirección: Robert Lepage – Intérpretes: Marc Labrèche y Wellesley Robertson III – Diseño de escenografía: Carl Fillion – Diseño de utilería: Claudia Gendreau – Música y diseño de sonido: Jean-Sébastien Côté – Diseño de iluminación: Bruno Matte – Diseño de vestuario: François Saint-Aubin – Diseño de imágenes: Lionel Arnould – Producción: Ex Machina – Teatros del Canal (Sala roja), del 7 al 10 de Marzo 2015

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