Sangrado semanal

Aires de Oriente

En Kioto hay una estatua junto al río. Un viajero atento la verá si mira a la izquierda, nada más cruzar uno de sus puentes. Y si no mira, la presentirá. Porque huele a viento y tiene presencia. Está flanqueada por dos plantas. Una verde, a su derecha y otra floreada a su izquierda. Recuerda, la segunda, al cerezo en flor. Aunque eso no es posible, ya que estamos en Agosto. El aire es meloso y pesa.

La figura de piedra vive en equilibrio precario, todo en ella trabaja, desde la punta de los pies hasta las yemas de los dedos. Las partes del cuerpo están en oposición. En la mano derecha, un abanico abierto mirando hacia abajo, en la izquierda y sobre el hombro, una espada enfundada, tres pequeños zurrones a la cintura, melena corta a la altura de las orejas, mirada lejana, lazo en la frente, bello rostro, es una mujer. Tiene un plexo solar inmenso, lleva, además, otra espada al cinto, tiene el pie derecho en el aire, la rodilla elevada y flexionada. Toda ella, avanzando.

Se llamaba Izumo no Okuni y está considerada la fundadora del Kabuki, ese arte teatral japonés que ahora sólo representan hombres. Debería darles vergüenza. Estoy en Tokio y veo una representación de Kabuki, con un hombre en uno de los papeles estelares: una geisha venida a menos. Veo su afectación, su caricatura de mujer. Oigo las risas del público y se me revuelven las tripas. No puedo evitar imaginar ese mismo personaje en manos de una mujer. Y me invade una curiosidad tremenda.

Fíjense cómo son las cosas: Nadie sabe con exactitud dónde nació Izumo no Okuni, pero sí que apareció en Kioto en 1603. Que era una miko, es decir, una doncella de un templo y que se puso a bailar por el lecho seco del río Shijo Gawara. Reinaba el desorden en Kioto, tras haber tenido lugar la batalla de Sekigahara y las actuaciones de Okuni, vestida con llamativos y vistosos ropajes de hombre, encantaron y cautivaron la atención de las gentes, que aclamaron y alabaron su hacer. Tras aquellas danzas de río, Okuni pasó a representar teatro Noh en el templo Kitano Tenmangu y después se fue de gira, siendo cada vez más popular.

Tan solo 18 años después de aquellos primeros bailes de Okuni, el shogunato de Tokugawa declara ilegal la presencia de mujeres sobre los escenarios y prohíbe el onna kabuki (kabuki de mujeres). La razón aducida para ello es el impacto negativo que tiene en la moral del público el hecho de que muchas mujeres ofrezcan «otro tipo de servicios» al personal, una vez concluida la representación de Kabuki.

Imagínense que tragedia. Un arte incipiente como aquel que desparece nada más nacer. Menos mal que los hombres de edad madura y de moral intachable acudieran al rescate del arte que habían fundado aquellas desvergonzadas. Y no sólo para hacerse cargo de él, sino para elevarlo a sus más altas cotas. Todo esto sucede, además y como no podía de ser de otro modo, durante el periodo Edo, época que todas las fuentes históricas coinciden en describir como de gran florecimiento y máximo esplendor de la cultura japonesa.

Hace 400 años, una mujer bailó vestida de hombre junto al lecho de un río en el pais del sol naciente y miren la que se montó. Actualmente, sigue habiendo mujeres vestidas de hombre bailando en los escenarios de ese país. Estoy hablando de uno de los secretos teatrales mejor guardados del Japón. Takarazuka. Sssssssshhhhhh…. No lo vayan a decir muy alto… pues seguro nos lo quitarán también. Aunque sea para mejorarlo.

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