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Algunas notas Antes de la metralla

Con motivo de la celebración del 30 aniversario de la compañía gallega Matarile Teatro, el día 5 de marzo de 2016, en el gallinero del Teatro Principal de Compostela, se realizaron unas «PONENCIAS PERRAS», que querían ser «Apuntes irreverentes sobre la escena contemporánea».

En ese formato informal de exposición de ideas y análisis participábamos Antón Lopo (performer, escritor, dramaturgo y editor), Eduardo Pérez-Rasilla (profesor e investigador en el ámbito de las artes escénicas), Ana Vallés (fundadora de Matarile y actual co-directora, junto a Baltasar Patiño), y quien escribe este artículo. Además, en el encuentro, había designados cuatro «Sparings»: Gena Baamonde (dramaturga, directora de escena y actriz), Diana Mera (Directora de escena), César No (Director de escena), y Ernesto Is (Dramaturgo). Desde el escenario intervenía, como «Merodeador», el actor Roberto Leal.

De aquellas «Ponencias Perras», me da a mí la impresión que salió la idea de realizar un espectáculo-no-espectáculo, titulado «ANTES DE LA METRALLA». Una propuesta que acentuase la vía del encuentro, que Matarile Teatro ha querido reforzar en esta segunda etapa de su carrera, notablemente en «Teatro Invisible», con la participación directa, en escena, de algunas espectadoras y espectadores, o con la relación, casi continua, de Ana Vallés respecto al público, como en un vis-à-vis en el que se celebran homenajes a los maestros y al teatro de arte, también en «El cuello de la jirafa», de manera ostensible en la disposición espacial, sentando al público a la mesa, alrededor del espacio de juego inclusivo.

Además de intensificar la vía del «encuentro», intradramatúrgico y extradramatúrgico, Matarile ha querido situar el debate artístico directamente encima del escenario.

El encuentro intradramatúrgico se acomete convocando en escena, para este espectáculo-no-espectáculo, titulado «ANTES DE LA METRALLA», a teatreras y teatreros de diversa índole y procedencia. Las secuencias de acción que componen la dramaturgia orquestada por Baltasar Patiño y Ana Vallés derivan de los aportes lúdicos y discursivos que el elenco convocado propone.

El encuentro extradramatúrgico viene dado por la disposición espacial que discurre, principalmente, a lo largo de una pasarela colocada ENTRE el público, que se reparte a ambas bandas. Desde ahí, la direccionalidad de las acciones, que transcurren a lo largo de la pasarela y en sus aledaños, está muy enfocada a la relación con la espectadora y el espectador.

«ANTES DE LA METRALLA», en su concepción espacial, se parece al «site specific», porque se adapta a los lugares en los que se desarrolla la acción escénica. El estreno fue en la Igrexa da Madalena, en el centro de Ribadavia, el 21 de julio de 2016, dentro de los actos del 30 aniversario de Matarile, programados por Roberto Pascual en la Mostra Internacional de Teatro (MIT) de Ribadavia. Con posterioridad, se adaptará a los espacios seleccionados en el Festival Internacional de Teatro de Ourense (FITO), que es en otoño, en Escenas do Cambio de Compostela, en invierno, y en el Festival Alternativo de Teatro ALT de Vigo, en primavera.

El texto del programa de mano con el que se presentó «ANTES DE LA METRALLA» en la MIT Ribadavia explica fielmente las intenciones perseguidas y alcanzadas: «Con el objetivo de exponer algunas orientaciones e interpretaciones de la escena contemporánea desde distintos ángulos, perspectivas o implicaciones, Antes de la metralla pretende ser el encuentro escénico con algunas personas que, por un lado, aportan sus puntos de vista (sobre la escena) y, por otro, están dispuestas a exponerse en escena más allá del refugio de la palabra. Carente de valor comercial. Se presenta como un trabajo in situ, con unos días previos de encuentro y residencia y con una puesta en escena final, pero sin ánimo de que sea un espectáculo cerrado sino más bien la muestra del resultado de ese encuentro: un acontecimiento para un marco específico.»

Después del título, «ANTES DE LA METRALLA», aparece una especie de subtítulo entre paréntesis: «(Forcejeos Humedades y Estrategias sobre Tácticas Teatrales)». Lo irónico y lo humorístico ya asoman desde la propia formulación del título y cuajará en diálogos forcejeantes y algunas imágenes de trazos disparatados.

He aquí un humor del disparo cómico, casi se podría considerar, incluso, la actualización posdramática del petardo de la farsa que hace estallar, con sus guiños, disfraces y caretas, las imposturas y las grandilocuencias.

Anuncia el programa de mano: «Los participantes, en su condición de cómplices, testigos, acompañantes y colaboradores, están directa o indirectamente ligados con la escena. Todos espectadores.» He aquí una analogía fundadora: el actor ha de ser espectador y viceversa, la espectadora ha de ser actriz. Un espectador, una espectadora, que no esperan sino que miran y ven, escuchan y oyen, siendo estas ocupaciones, en si mismas, un actuar.

Los oficiantes en «ANTES DE LA METRALLA» son: Mónica García (actriz, bailarina, coreógrafa y docente), Eduardo Pérez-Rasilla (investigador teatral, crítico y profesor en la Universidad Carlos III de Madrid), Carlos Aladro (director escénico, actor y director artístico del Festival de Otoño a Primavera de Madrid), Ana Contreras (directora escénica, investigadora teatral y profesora en la RESAD de Madrid), Lara Contreras (artista plástica, actriz gestual), Ricardo Santana (actor, bailarín, coreógrafo y docente), Baltasar Patiño (iluminador, escenógrafo, codirector de Matarile Teatro) y Ana Vallés (actriz, dramaturga, directora de escena y codirectora de Matarile Teatro).

Entre nosotras/os, en medio, encima de la pasarela, entre el altar invisible del ábside y el portalón de la entrada principal de la iglesia de la Magdalena de Ribadavia, asistimos a un aquelarre teatral y a la celebración de exequias cantadas, danzadas y enunciadas por la estupidez del hombre blanco, del intelectual que ya no sabe ni quiere utilizar sus manos, por el teatro contemporáneo de la vacuidad y de la incompetencia, por la explotación encubierta o descarada de los artistas periféricos que no están en el Top Ten de Edimburgo o Avignon, por el conformismo y la resignación… antes de la metralla.

El cónclave formado por las hermanas Contreras Elvira, Ana y Lara, en una imagen desdoblada de sheriff; Carlos Aladro, con actitud, gabardina y gafas oscuras a lo Mastroianni; Ricardo Santana, con un vestido de bailarina de ballet, tocando el estilo queer, entre la feminidad satinada del vestido de ballet y la virilidad del vello en pecho y piernas; Mónica García con su vestido breve y leve para la danza y sus botas camperas contundentes para marcar el paso; Eduardo Pérez-Rasilla con traje blanco y descamisado, tal paseante pensante, con un muñequito de cartón asomándole del bolsillo de la americana; Ana Vallés, elegante, de riguroso negro, con vestido ajustado, mallas y el cabello recogido, cual felina preparada para saltar y con una atención constante; Baltasar Patiño actuando desde la mesa de luz y sonido, entre el público, y saliendo a mover dispositivos lumínicos, situados en distintos lugares. Un conclave abierto que elige desmontar los protocolos silenciados y gritarle al emperador que va desnudo con su lujoso traje nuevo, pagado por todas/os.

Ametrallar verbalmente las imposturas de una parte del llamado teatro contemporáneo.

Ana Contreras denuncia la incompetencia técnica y la falta de oficio de algunos artistas, que se amparan en el déficit de comprensión fomentado por el Gobierno a través de una educación en la que la excelencia es como el traje nuevo del emperador.

Se razona sobre un teatro contemporáneo cuya realización podríamos decir que se limita a un cachondeo, a una fiesta aderezada con efectismos escénicos, exhibiendo las habilidades de un elenco contratado para mostrar lo que saben hacer, como monos de feria: acrobacias, una coreografía resultona, un juego de luces espectacular (en el sentido más fungible de la palabra), y una riestra de ocurrencias entretenidas.

Esos productos teatrales que responden a la finalidad principal de entretener al equipo de artistas y a un público, cuanto más mayoritario mejor. Esta determinación externa hace del objeto artístico un producto de consumo, eliminando de su belleza formal (en el caso de que ésta exista) la plusvalía moral y de trascendencia que convierte el arte en un lujo imprescindible.

El arte es un lujo imprescindible, en tanto en cuanto, gracias a su libertad emancipadora, y a su belleza, nos conecta con aspectos profundos e inefables de lo que somos y de lo que podríamos ser.

El sometimiento, más o menos consciente, al consuno le resta una de las condiciones indispensables para que se dé el arte: la libertad.

Ana Vallés también dispara contra la doble moral y el oportunismo de algunas instituciones artísticas, museos y festivales. Pone el ejemplo del museo que expone a unos indigentes y les paga unos 10 euros la hora, frente a los 4 euros que ganarían mendigando. El museo reproduce, en la sala de exposiciones, las circunstancias de los sin techo y nos lo vende como una obra de arte comprometida socialmente.

Ana Vallés describe los hechos omitiendo los juicios obvios o las conclusiones.

Del mismo modo, cita lo que cuesta una función de Rodrigo García, Robert Wilson o Jan Fabre, para establecer un diálogo cómico con Carlos Aladro, que acaba de ser nombrado director del Festival de Otoño a Primavera de Madrid y que le responde, en cada ejemplo citado, con un asertivo «¡Barato!».

¡Menudo temazo el precio justo de una obra de arte escénico!

Si los cachés astronómicos de los artistas pueden resultar escandalosos (sin mirar, por supuesto, los de los futbolistas famosos, que generan más dinero del que cobran y contribuyen al bienestar masivo de la sociedad), el escándalo, pienso yo, deberían ser los cachés abusivos a la baja, los que fomentan la miseria de los artistas, esos ajustes económicos en los pagos que no permiten una holganza a los trabajadores y trabajadoras.

Vallés también lo insinúa, pero la cortesía y la buena educación le hacen no desarrollar ese asunto en presencia del director del festival que los acoge.

El acúmulo de ideas y pensamiento que se expone en «ANTES DE LA METRALLA» no da, sin embargo, lugar a un teatro de ideas o del pensamiento, porque no se establece su hegemonía en el escenario.

El debate se mediatiza por una confección estética, de la que forman parte el lirismo plástico y coreográfico, así como el humor irónico de algunos diálogos y citas y de algunas acciones, que establecen una distancia contemplativa y reflexiva respecto a esas ideas.

La distancia contemplativa, lograda con la poesía escénica de Matarile, contribuye a darle sutileza al discurso y a permitir la emancipación del público. Se aleja, de esta manera, del clasismo panfletario de quien suelta un sermón situándose por encima de los destinatarios a los que pretende aleccionar o convencer de algo.

Aquí tendríamos que describir las secuencias en las que Lara Contreras, con una delicadísima precisión, se presta a la composición de un bodegón, tumbada en un sofá rojo con la tapicería del respaldo rajada, con un corazón animal colgado detrás, en la zona donde estaría el altar de la iglesia, como en una evocación descarnada de Francis Bacon. O el desfile de la misma actriz, Lara Contreras, mostrando dos lenguas animales enormes que acabará por clavar en una silla.

Aquí tendríamos que describir las secuencias de danza contemporánea entre Mónica García y Ricardo Santana, probando la capacidad de razonar mientras se baila. Razonar sobre la necesidad de la tecnología y de la técnica para cualquier actividad satisfactoria.

Las secuencias de movimiento lento y preciso en las que Vallés y Pérez-Rasilla sitúan sus cuerpos y sus actitudes fuera de los parámetros ordinarios, para llevarlos al espacio reverberante de lo extraordinario. Ahí se quiebra la imagen del profesor y de la dramaturga para florecer un movimiento poético a ras de la pasarela-escenario, jugando con el equilibrio y con las posiciones dinámicas en las que el tronco tiende a permanecer en una horizontal flotante, sobre piernas, pies, brazos y manos. Una secuencia física bañada por una iluminación también extraordinaria y de una acción sonora envolvente, que tienden a diluir las figuras antropomorfas sin llevarlas a moldes reconocibles ni lógicos.

Frente a la transparencia del discurso verbal, que se esgrime como contra-metralla metafórica, actúa la opacidad sugerente de las acciones físicas, plásticas y lumínicas.

El desvelamiento de la acción verbal es desafiante, tanto para el intelecto como para la ideología. La opacidad de la dimensión visual, en su descontextualización respecto al orden natural (ordo naturalis) es encantadora. Ahí surge la dimensión mágica del aquelarre teatral, la dimensión encantadora.

Pero no estamos refiriéndonos a una dimensión visual y plástica de una belleza complaciente y fácilmente consumible, sino a una belleza que encanta promoviendo una mirada vulnerable, asombrada por veces, desasosegada otras… Recordemos la acción de Lara Contreras paseando dos lenguas seccionadas, colocándolas en una peana de piedra de un lateral del ábside y, después, clavándolas en la esquina de una silla, para componer un objeto cubista, pleno de resonancias simbólicas. O la acción de Pérez-Rasilla cuando se acerca al corazón que cuelga en el lugar del altar y saca un pañuelo, lo despliega, y recoge una gota de sangre que pringa de la víscera cardíaca, después pliega, de nuevo, con detalle, su pañuelo y se lo guarda en el bolsillo. O las posiciones procaces de Santana cuando ventila la entrepierna con el vuelo de la falda del vestido de bailarina de ballet, o se deja cabalgar por el director Aladro.

La metralla que nos preocupa y duele, la real, ha quedado fuera, seguramente porque a nosotras/os no nos quieren herir. Aquí se producen las deflagraciones del pensamiento actuado, danzado e iluminado, en breves escenas de conversación, en secuencias de baile pop, estilizado hacia un existencialismo que se contiene en un hieratismo dinámico, o de danza contemporánea explorando la complejidad del movimiento del cuerpo en la disyunción de lo expresivo y de lo pensado, en secuencias en las que la imagen se retuerce hasta evocar el desgarro de la carne en las pinturas de Francis Bacon y en las contradicciones de John Berger. Velahí nuestra gloriosa capacidad para contradecirnos y para cambiar de perspectiva.

Aquí, en «ANTES DE LA METRALLA», se juegan los cambios de perspectiva.

«ANTES DE LA METRALLA» confronta sin afrenta y se vuelve una delicia escénica estimulante.

Afonso Becerra de Becerreá.

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