Velaí! Voici!

American way of life. Halloween

Las series televisivas de ficción norteamericanas y las grandes multinacionales llevan años difundiendo el estilo de vida de los EEUU por casi todo el primer mundo. El tercer mundo no puede imitarles sino limitarse a ser su banco de mano de obra barata etc.

La lengua inglesa norteamericana, en virtud de los gigantes de la informática, Microsoft y Apple, ha ido colonizando los idiomas de otros países y se ha ido imponiendo como lengua de transacción internacional. La utopía del Esperanto queda en un reducto marginal.

Estos días las calles de Vigo, una ciudad de Galicia, descentrada culturalmente porque su centro está en la «capi», o sea: en Madrid, están inundadas de carteles sobre la fiesta de Halloween. En las fruterías venden calabazas naranja, idénticas a las que salen en las series de televisión norteamericanas. En mi gimnasio, que pertenece a una franquicia española de esas que han abierto centros en diferentes ciudades a bajos precios: la moda «low cost», hoy estaban decorando con telarañas y globos negros y naranja las instalaciones, y las monitoras y monitores llevaban algún elemento de atrezo relacionado con los monstruitos del Halloween. Tal cual un parque temático a lo Port Aventura o EuroDisney en versión barata.

En Galicia parece que lo de fuera siempre es mejor que lo de dentro. Aquí existía una vieja tradición vinculada al Día de Difuntos, llamada Samaín. Yo ya no la conocí porque pertenezco a esa generación que nace en la llamada «transición» y ahí los afanes aperturistas y cosmopolitas, junto a la perpetuación de la unidad de la nación española, prefería importar mitos y costumbres ajenas, de la «primera potencia mundial», que no mantener o recuperar los mitos y costumbres ligados a los diferentes territorios y a la diversidad cultural del Estado.

El complejo de inferioridad inconsciente heredado de los cuarenta años de la Dictadura franquista, especialmente virulento en Galicia, donde hubo prohibiciones expresas sobre la lengua y la cultura autóctonas, se traduce hoy en un conflicto y una despersonalización que nos hace anhelar lo de fuera como signo de progreso y de estatus por encima de lo propio.

En los detalles vive el diablo, y el Halloween no es más que un detalle de tantos que demuestra nuestra falta de criterio y nuestra sumisión al mercado global y a los imperios capitalistas. (¿China será el próximo, cuando sus multinacionales se occidentalicen y nos invadan?)

En Galicia existía A FEIRA GALEGA DO TEATRO, pero esto de «feira» quizás sonaba un poco a «feira de gando» (a las ferias de ganado), ahora se denomina GALICIA ESCENA PRO, con una estructura sintáctica que a mí, que no soy filólogo, me suena a la estructura del inglés. Sin embargo, lo más internacional que puede tener esta pseudo-feria de teatro, es la estructura del título porque, según parece, acuden muy pocas/os programadoras/es de fuera de Galicia y tampoco acuden compañías de otras latitudes que puedan ser programadas aquí. En esta feria, además, se han puesto de moda los «showcases», o sea, la versión microteatral de espectáculos. Igual que en el Día del Libro, la Consellería de Educación y Cultura de la Xunta organizó un «bookcrossing».

¿Será que nuestra lengua es pobre y necesita de una invasión de neologismos en inglés? ¿O será que queda mejor, más «cool», más «fashion»? ¿Pero si queda más «cool» y más «fashion» eso quiere decir que las expresiones en gallego resultarían de mal gusto, feas, anticuadas, pasadas de moda?

¿A quién se le ocurre abrir un local o una empresa de «entertainment», una discoteca, un bar «cool», y ponerle un nombre en gallego? A nadie. Eso no vende. Eso no mola. El gallego es una lengua marginada, minorizada, inútil. Pero no por el número de hablantes, cada vez menor gracias a las políticas del gobierno «regional» y a la enajenación y al complejo de inferioridad popular, sino porque somos tan reduccionistas que al no tener un Estado propio no respetamos la lengua gallega (tampoco la catalana o el euskera). Hay países con menos extensión y menos población cuyos idiomas se respetan sencillamente porque tienen un Estado propio que los protege. La literatura, el teatro que emplea la palabra, los mitos que guardan claves importantes acerca de la realidad diferencial y diversa del territorio gallego, eso no importa, eso no cotiza en bolsa, eso no nos lucra y, por tanto, no sirve para legitimar nuestra lengua y nuestra cultura.

El gimnasio al que voy, en el centro de Vigo, reventó los precios con su moda «low cost» (así se anunciaba cuando abrió, inaugurado por el alcalde). Rápidamente, muchas de las usuarias y usuarios de los pequeños gimnasios de barrio, se marcharon a este nuevo gimnasio, más barato y moderno. En consecuencia tuvieron que cerrar tres gimnasios que eran empresas pequeñas de personas de la ciudad. Ahora no me queda otro remedio que ir a este, donde está la marabunta viguesa. Los precios ya comienzan a subir, ahora que el tiburón se comió a los peces pequeños, ahora que logró que desapareciesen sus pequeños competidores. La sinaléctica, los anuncios y toda la publicidad es monolingüe en castellano y con neologismos tipo «stuff», «body no sé qué», etc., aunque este gimnasio está en una ciudad y en una Comunidad Autónoma que tiene una lengua propia desde hace muchos siglos. Los pocos ciudadanos que estimamos y hablamos nuestra lengua estamos totalmente marginados no solo en el gimnasio, sino también en todos los otros ámbitos de la vida cotidiana: los comercios, el médico, los abogados, la escuela, la universidad, los periódicos, etc.

A veces me pregunto por qué en vez de imitar aquello positivo de Estados Unidos nos ha dado por importar el crédito hipotecario, los chalets adosados, los macro centros comerciales (en A Coruña tenemos uno de los más grandes de Europa), el MacDonalds y el MacAuto que está delante de la playa de Samíl de Vigo y de las Islas Cíes, donde podemos comer una hamburguesa por 2 euros o menos (imagínate qué calidad tendrá, mientras en el Berbés tenemos pescado y marisco de primera categoría a precios asequibles). No sé. La única explicación que se me ocurre, sin ser sociólogo ni psicólogo, es nuestro complejo de inferioridad inconsciente, además de la manipulación subrepticia con la que nos bombardean desde la televisión y los medios de comunicación. También desde las políticas al servicio de las grandes multinacionales.

Y no sirve la excusa de que hay gente que no tiene dinero y por eso va al Macdonalds que es muy barato. No sirve la excusa de que los Ayuntamientos no tienen dinero para programar teatro. Porque cuando salió el Iphone 6 (que cuesta alrededor de unos 800 euros) se agotó en Mediamarkt y en El Corte Inglés de Vigo el primer día de su lanzamiento. ¿Y quién no tiene un televisor con pantalla de plasma de muchas pulgadas en su casa, eh? Otro dato: en Galicia hay dos orquestas de pachanga muy famosas, que llevan tráileres y hacen versiones de canciones de moda con gran luciferio, gogós, etc., con un caché bastante más caro que el de cualquier compañía de teatro y, sin embargo, la mayor parte de los Ayuntamientos de Galicia, grandes, medianos y pequeños, las contratan para sus fiestas patronales. No hay dinero para el teatro o para la cultura, pero si para las orquestas de pachanga súper caras. No hay dinero para el teatro y la cultura, pero si para el fútbol (que será un negocio pujante, no digo que no, PERO…). En definitiva, no hay inversión en mejorar las condiciones de vida que pueden redundar en una ciudadanía emancipada, crítica, desacomplejada de lo propio y abierta a lo internacional. No hay inversión, hay gasto en productos que anestesien y palíen el descontento de una población explotada e infeliz, encaminada a trabajar para consumir y en consumir para trabajar. Hay un gasto y unas políticas encaminados a generar dependencias. ¡Y miedo, mucho miedo, Samaín mediante!

Afonso Becerra de Becerreá.

P.S. – Por si viene a cuento, añado unas reflexiones de JAN SVANKMAJER en contestación a la entrevista que le realizó Luis Martínez para el diario «El Mundo» (02/10/2014) a raíz de la exposición de algunos de sus trabajos para el cine en La Casa Encendida de Madrid.

A la pregunta sobre qué le parece el mundo de Disney, Svankmajer responde: «En una ocasión escribí, y me regañaron mucho por ello, que Disney es el mayor pervertidor de la imaginación de los niños que ha conocido la humanidad. No niego que sus primeras películas fueron excepcionales, pero con el tiempo es el mayor engaño que jamás ha sufrido la infancia. En general, la literatura o el cine para niños es una gran mentira comercial. El arte para los niños existe para obligarles a desear o querer algo que les es completamente ajeno. Los niños son crueles y lo que más les gusta es cualquier cosa que les haga rebelarse, pues, por naturaleza, se resisten a ser domesticados; se resisten a la represión que necesariamente el mundo adulto ejerce sobre ellos.»

A la pregunta de Luis Martínez: «En los 60, hubo quien encontró un contenido revolucionario a la cultura de masas como la forma de acabar con el ‘establishment’. ¿Qué ha fallado en ese proyecto?». Svankmajer responde: «La cultura de masas y la publicidad son los dos pilares de la civilización. Sin ellos dejaríamos de consumir y sin el consumo, dejamos de existir. Todo está pensado para que no pensemos; que no pensemos ni cómo estamos ni qué queremos de la vida… La cultura popular existe para que nos entretengamos un poco en el tiempo que pasa desde que salimos del trabajo hasta que volvemos de nuevo a él. No hay ni ha habido ningún elemento revolucionario en la cultura de masas.»

Mostrar más

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba