Sangrado semanal

Ancestros, luz y dioses

La luz de septiembre pensé. Esta ría a esta hora. Los reflejos, las grúas como animales milenarios, mis abuelos. El olor a merluza rebozada, la niñez. Esta era mi respuesta no filtrada y espontánea ante lo que me había preguntado un joven actor de raza días atrás. ¿Es que hay algo más profundo que la emoción? La pregunta quedó sola escuchando el eco de su propia cola, hasta aquel instante con la luz poniéndose, en la que convergieron tierra, antepasados y consciencia absoluta de estar viva. Lo efímero de mi pasar frente a tanta ría bilbaína.

«Talk to the gods» – «Habla a los dioses»- te dicen en Polonia para que proyectes tu voz de actriz hacia arriba y ésta coja cuerpo y llene y retumbe en la estancia entera. Hay una sutil diferencia entre decir a un actor: «Habla a los dioses» o «Habla al vecino de arriba». Con ambas instrucciones se logrará que la voz se emita hacia arriba, pero la intención con la que echas el verso hacia fuera no tiene nada que ver en un caso o en el otro.

Creo que hay un teatro que habla de lo humano en su esencia y que es potencialmente capaz de sintonizar con todos los corazones del mundo. Es el teatro que habla al misterio. Me cuentan desde lejanas tierras que para nuestros ancestros, la palabra es ruido. Que ellos sólo entienden de danza y canto. De ahí, la importancia de volver a un teatro ritual, que ponga a batir nuestros apresurados corazones a ritmo de tam tam. Cadencia humana que nos permita volver a la esencia y nos permita llorar ante el asombro de la existencia.

Porque, ¿se han parado a pensar en cuánta gente pide hoy perdón por la tristeza? (Además de Sabina en un disco, claro). Mucha. Casi toda. El problema es que no se llora, porque es un acto que se ha demonizado. Hoy en día, en el mundo que no es teatro, en la vida de oficina, de los hijos, de la lucha, de las cremas y el antiarrugas… ¿Cuánta gente hay que necesita llorar y se avergüenza? ¿Cuántos hay que se derrumban y en cuanto empiezan a verter congoja, la capan, la cierran antes de tiempo sin dejar que actúe el poder sanador de las lágrimas? Todo el mundo recuerda, aunque sea de la niñez, lo bien que se queda uno después de una buena llorera… Y sin embargo: ¿Cuántos cuerpos duros hay que no se dejan abrazar? ¿Por qué esta prohibido tocar de verdad en esta sociedad?

A la gente de teatro nos meten mucha caña los de fuera por todo lo que nos abrazamos, por todo lo que nos tocamos. Creo que tiene ver con el hecho de que trabajemos con lo humano. Con la cosa de descubrirnos los adentros. Primero para nosotros, luego para compartir con los demás. Con aquellos que se sientan en las butacas y, quizás, se permitan por fin llorar resguardados por la oscuridad de un teatro. Quizás puedan emocionarse y limpiar por dentro su propia congoja vital mirándose en el espejo de un personaje fracasado y tierno o de una historia de amor que mira de frente a la muerte.

¿Existe algo más profundo que la emoción? Creo que si. Existe una condición que es humanidad pura y que asoma, a veces, al mundo a través de unos ojos, un cuerpo o un canto: Es la mismísima vida que palpita tras capas de emociones tales como el odio, el enfado, la alegría o la tristeza. Humanidad pura contenida en cada uno de nosotros y que yo agradezco poder reconocer en este instante mientras la ría se lleva a mis abuelos en los últimos reflejos de la tarde.

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