Críticas de espectáculos

Antígona / Sófocles / David Gaitán / 66 Festival de Teatro Clásico de Mérida

Una ingeniosa Antígona de andar por casa  

Con una «ceremonia especial», de fatigosas precauciones obligadas por el control de la pandemia -que fueron de mucho riesgo por la afluencia de 1.600 espectadores- y por la asistencia de la Familia Real, para una actividad que por naturaleza es «encuentro y cercanía«, se inauguró la 66 edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida con el espectáculo -estrenado ya en México en 2015- sobre el mito de «Antígona«, del dramaturgo y director mexicano David Gaitán, producido para el evento emeritense, con artistas españoles, por la compañía extremeña El Desván (de Domingo Cruz) y el Teatro Español de Madrid.

 

En la extensa polifonía de Antígonas contemporáneas -europeas y latinoamericanas del siglo XX y de estos 20 años-, el conflicto de la tragedia de Sófocles fue recogido por importantes dramaturgos (Anouilh, Brecht, Espríu, Marechal, Gambaro, el extremeño Murillo…) que elaboran una recreación del tema centrando el debate, agudamente, sobre la necesidad o el derecho a la desobediencia frente a las decisiones arbitrarias del Estado. El desafío entre Antígona (protagonista de sublimación) y Creonte (protagonista de destrucción) sobre dos leyes de distinto orden, la divina y la humana, propuesta en su tragedia por el poeta griego de Colono en el agón antiguo, está subvertido por estos autores -que asimismo abrevian el majestuoso lirismo y un aura atávica de los personajes- para situarnos en una dimensión cotidiana de condiciones estéticas e históricas cuyo sentido, como lo afirma Hans R. Jauss, no es concebido tan solo como sustancia intemporal sino «como totalidad constituida en la historia misma«.

En consecuencia, el sentido moral de la tragedia clásica de esa dicotomía entre leyes divinas y humanas -donde Antígona es símbolo de dignidad y fortaleza- no está expresado ya en los textos de estos dramaturgos contemporáneos en la transposición de los valores y las pasiones a la imagen del mundo de su tiempo. Así, citando algunos de los impactos más decisivos y referenciales de esta visión, está el texto del francés J. Anouilh, escrito en 1944, durante la ocupación alemana de Francia, entendiéndose la lectura de la rebelión de la heroína como una alegoría de la resistencia y el existencialismo; y el texto del alemán B. Brecht, que en su Antígona -donde es fácil adivinar que Alemania se esconde detrás de Tebas y la figura de Hitler– refleja un profundo rechazo a la guerra, desde un punto de vista dialéctico y condicionado por su idea del «distanciamiento». La «Antígona» de Gaitán, uno de los autores y directores jóvenes más destacados de la escena mexicana actual, aterriza en el Teatro Romano para reflexionar sobre la democracia, la justicia, la complejidad de gobernar, la desobediencia civil y cómo se articula esta tanto a nivel lingüístico como pragmático. Para ello, se inspira en Anouilh y Brecht, pero teniendo en cuenta -para dotar su obra de una visión personal que apunte tanto al alma como a la cabeza- aquello que dijo el escritor G. Steiner: «Creo que sólo a un texto literario le ha sido dado expresar todas las constantes principales de conflicto propias de la condición de hombre. Ese texto es «Antígona«.

Su proceso de creación parte de un suceso de 2014 en el que desaparecieron 43 estudiantes en la región de Guerrero, que se convirtió en el mayor escándalo de seguridad pública que el presidente mexicano Enrique Peña enfrentó durante su gobierno. Fue un encargo de la universidad mexicana (UNAM) cuya propuesta finalmente se decantó por experimentar desde la política, sociología y filosofía un disperso pero ingenioso juego «melodramático» de debate entre la razón y el poder, en el marco de un juicio diseñado y mediado por la sabiduría (un personaje nuevo que introduce), que combata la tendencia maniquea a entender la vida de «buenos y malos» y arroje un pathos de nuestro tiempo. El texto, destaca por su gran capacidad dialéctica y brillantez de sus diálogos. Y por la originalidad de su forma dramática -que rompe cánones aristotélicos- al estar estructurada con episodios, acontecimientos y retablillos de pasajes del mito clásico a modo de máquina del tiempo, mostrando los personajes trágicos como «de andar por casa» (toda una categoría aparte del melodrama de pijama y calzoncillo en la escala de la solemnidad dramática).

Sin embargo, en la puesta en escena de Gaitán se notan disparidades de calidad, atribuibles a la falta de ensayos de la compañía, algo que se veía venir por las dificultades organizativas del Festival y que ya advertí en este medio (EL FESTIVAL INTERNACIONAL DE TEATRO ¿CLÁSICO? DE MERIDA). El complejo espectáculo, que no decepciona en su conjunto (más bien gusta, sobre todo a 60 actores figurantes situados entre el público haciendo la clac), está todavía lejos de alcanzar ese crédito artístico de ingenio «melodramático» de la obra escrita. El director mexicano maneja bien la dirección de actores y su distribución estética a lo largo y ancho de una escenografía elíptica (de Diego Ramos) que permite mucho juego, evitando en lo posible los contactos físicos, pero con lagunas en el ritmo y la atmósfera expresiva de ese mundo de confrontaciones que agita a los personajes. Y con fallos varios, como las escenas precipitadas en un teatrillo portátil que no permiten la visión desde parte de las gradas laterales, o como en la intervención -embarullada y de desaliño oral- de los actores figurantes del coro y gente del pueblo, en la lapidación de Creonte al final de la obra (antiestética, casi de colegio), que no dignifica un resultado final más convincente y elogioso.

En la interpretación, hay que valorar el tremendo esfuerzo del elenco –Irene Arcos (Antígona), Fernando Cayo (Creonte), Clara Sanchís (Sabiduría), Isabel Moreno (Ismene), Jorge Mayor (Hemón) y Elías González (Guardia)- que cumplen tratando de sacar adelante la función. Pero únicamente sobresale Cayo, soberbio, componiendo histriónicamente la ironía melodramática con lo mejor de sus gestos, movimientos, declamación y dominio del espacio escénico.

José Manuel Villafaina

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