Un cerebro compartido

Anulación temporal del yo por efecto de empatía

Una de los objetivos de una producción teatral debería ser conseguir que el espectador participe. Lo diré una y otra vez, si un espectador se sienta a ver una obra en vez de hacerlo para dejarse transformar, fracasa la producción y el espectador tira su tiempo y dinero. 

 

Pensemos en los márgenes de indeterminación o Leerstellen en la literatura de Wolfgang Iser. En su Acto de leer, afirmaba que los vacíos de un texto literario no son defecto, sino que constituyen un punto de partida elemental para su acción primaria. De esta manera, pensaba Iser que el lector puede llenar o eliminar el vacío existente haciéndolo participe en la elaboración del sentido de lo escrito.

Apropiándonos de las ideas de Iser y pasándolas al arte escénico, podríamos pensar que sería labor del espectador relacionar los elementos escénicos que no estén dictados por la dramaturgia escrita o escénica. Este ejercicio lo haría en un espacio del que emerge su creatividad constituyéndose un espacio de recepción alto (activo) siempre que la producción tenga un grado de pre-constitución escénica bajo. Este es el terreno ideal para encontrar la participación e implicación activa del espectador, fruto de su adhesión neuronal a la emisión. La teoría afirma que en estos casos existe una sincronía motora, un reconocimiento (y auto–reconocimiento) generado por una correspondencia de acciones entre el escenario y el espectador que puede llegar a generar anulaciones temporales, como dice el profesor Vittorio Gallese, hacer del otro, un «otro yo». La empatía especular generada en el espectador hace que el trabajo actoral se represente en el imaginario del espectador como un yo percibido en su condición de receptor. Las neuronas espejo del yo perceptor procesan el yo percibido como el otro, e instrumentan la correspondencia entre ambos con el grado de sincronía y reconocimiento máximo que habilite la comunicación teatral.

En esta línea, podemos recordar también al filósofo francés Merleau-Ponty quién escribió «vivo en la expresión facial del otro como lo siento a él vivir en la mía». ¿Aplicaría esta afirmación a la relación teatral? La emoción y los procesos afectivos modifican constantemente el medio de comunicación teatral originando dinámicas de comportamiento entre la escena y el patio de butacas que mantiene vivo el bucle autopoiético. La base neurocientífica para la aparición de estos rasgos de comportamiento, emociones y expresiones afectivas, está dirigida por activaciones neuronales ubicadas en distintos lugares de la topología cerebral de ambos, agentes emisores y receptores.

Desde que existe la capacidad de obtener imágenes funcionales de voluntarios respondiendo a patrones de excitación, se ha podido constatar cuál es el mecanismo neuronal por el que un receptor percibe las acciones de un emisor. El espectador recibe una acción, la procesa y lo más sorprendente es que la emoción que el espectador desarrollar en el proceso no tiene porqué ser la misma que la del actor pero puede llegar a generar una adhesión tal que hace desactivar temporalmente la zona de procesado cerebral del yo perceptor.

A lo largo de los últimos años ha surgido una gran variedad de modelos que intentan explicar la secuencia seguida por los procesos que desencadenan en las respuestas emocionales. Ya sea de manera voluntaria o involuntaria, el espectador realiza algún tipo de procesamiento de estímulos internos y/o externos sobre los cuales genera una evaluación automática de ellos que puede desembocar en esta curiosa situación: yo perceptor desarrollo un apego con el personaje que hace que los circuitos neuronales que activan mi reconocimiento pueda desactivarse. Curioso, verdad.

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