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Arrebato y tiento en Ensalle

El proceso de composición de una pieza teatral, ya sea a través de la imaginación y codificada en una obra de literatura dramática, ya sea en colaboración con un equipo artístico en una sala de ensayo, siempre consiste en explorar ámbitos que nos mueven e inquietan, siempre consiste en llegar a una especie de partitura de acciones de diversa índole que adquieran una auto-cohesión artística.

El proceso de composición de una pieza teatral, igual que el proceso de composición coreográfica de una pieza de danza, es un proceso de modelado o formalización de una partitura de acciones diversas (lumínicas, corporales, vocales, musicales, objetuales…) que acabe teniendo un sentido, una orientación perceptible por parte de la recepción.

Ese proceso de modelaje y formalización también consiste, de alguna manera, en un proceso de selección y ordenación de los materiales (acciones diversas) compositivos.

Al mismo tiempo, forma parte de la dramaturgia (composición de acciones para un espectáculo) el modelar o crear el lugar de la espectadora y del espectador, que no siempre tiene porque ser el de una persona sentada en una butaca de una platea frente a un escenario. El lugar de la espectadora y del espectador, la hipótesis del rol que puede jugar la recepción, también forman parte de la dramaturgia, de la pieza.

Podríamos decir que el proceso de creación o composición de una pieza teatral y/o de danza siempre busca el orden, intentando no ahogar el caos latente y las pasiones encendidas en el fondo de todo acto de creación, en el ámbito denominado de las artes vivas (danza y teatro).

Llegar a estructurar o a ordenar las diversas acciones que surgen en la sala de ensayos, o incluso en la imaginación de una dramaturga/o, equivale a llegar a una forma de perfiles, más o menos, concretos.

Desde mi punto de vista, las piezas teatrales y dancísticas más fascinantes son aquellas que consiguen situarnos ante los abismos y las entrañas del propio proceso creativo artístico, que generan el efecto de lo informe, de lo indecible o inefable. Las piezas que generan el efecto de estar creándose y surgiendo en el mismo momento en el que estamos asistiendo a ellas. Esa sensación de estar en medio de un caos, de lo imprevisible y, sin embargo, acabar encontrándonos ahí. Encontrarnos en un lugar desconocido, arrebatador, que nos abre a una experiencia diferente y renovadora. Renovadora porque cada vez que entramos en un lugar diferente nos descubrimos de otra manera, en esa necesaria acción de reajuste y adaptación que el ser humano siempre realiza cuando se encuentra en contextos nuevos y diferentes.

He ahí una de las virtudes del teatro y la danza, generar un contexto nuevo y diferente que, por tanto, provocará la activación de nuestros mecanismos innatos de adaptación y reajuste. Esos mecanismos innatos están en nuestro hardware. La adaptación y el reajuste se produce en nuestro software: la red cognitivo-emocional de valores, conceptos e ideas vitales que capitanean nuestro día a día.

Entrar al teatro vendría a ser, por tanto, como un acto de resetear y reconfigurar nuestro software. Una actualización del software que suele ser sutil, pero que produce un enriquecimiento, un crecimiento, de la persona.

Este fin de semana el Teatro Ensalle de Vigo ha estrenado la pieza titulada Arar, concretamente el 28 de septiembre de 2018.

La pieza titulada Arar, se puede leer del revés como pieza rarAy es rara, en el buen sentido de la palabra, precisamente porque pone en juego lo que antes he estado señalando: un proceso de creación que nos incluye entre el arrebato y el tiento y que nos ofrece ese lugar diferente, imprevisible y poético, para que nuestro software se actualice, se reconfigure.

Arar vendría a ser como un programa que instalaría en cada persona unas actualizaciones diferentes, porque se trata de un programa que sirve para infinitos software. Ahí es donde la informática nunca va a poder llegar y el teatro y la danza sí. No creo que pueda inventarse ningún otro dispositivo que maneje de una manera tan compleja la ecuación en la que la incógnita depende de la amalgama de arrebato y tiento, cálculo y locura, orden y caos…

Arares una pieza impetuosa, hendida por el humor y el amor (al teatro y a la vida), también por la rabia e incluso con ciertas dosis de violencia real. Pero aquí la violencia, en la acción brutal de Artús Rei de golpear con un palo un cojín rojo colgado del techo, no provoca daños directos ni colaterales, aunque pueda impresionar y generar una tensión.

Las espectadoras y espectadores no solo expectamos sino que formamos parte del dispositivo escénico, estamos incluidas/os en él. La grada de butacas permanece tras una pantalla en la que se proyectan las ventanas de una casa que, desde el Paseo de Alfonso vigués, se abren a la ría en un día que remata con lluvia.

Ararremata con el humor y la ironía de Raquel Hernández, Artús Rei y Pedro Fresneda, intentando decir el texto de manera «normal», “como en una conversación normal”. Una exploración que ironiza, al repetir el texto de diferentes modos, supuestamente cotidianos, sobre eso de «decir de una manera normal».

Claro, antes de esta secuencia final asistimos a una dicción extra-ordinaria, gritada, cantada, amplificada por micrófonos, para-normal incluso…

Igual que asistimos, estupefactas/os, al envolvimiento artaudiano del desfogue, de la rabia, del embelesamiento.

Igual que asistimos, con emoción, a la imagen rutilante de Raquel, convirtiéndose en una especie de títere, al enganchar los mechones de su cabello a unos hilos rojos. Una danza inserida en una instalación plástica hermosísima, que se desarrolla, además, de modo imprevisible, desde la fantasía onírica hasta el humor casi absurdo. Artús va engullendo los hilos rojos mientras nos cuenta algo ininteligible que Raquel, conectada por esos mismos hilos, anudados a sus cabellos, nos va intentando traducir, en la búsqueda de acertar las palabras que Artús balbucea con la boca llena.

Ararva más allá del entendimiento intelectual, de las frases filosóficas o poéticas proferidas de cuando en vez, y a mí me sitúa en un espacio de vibración sensorial y emocional, con una cierta dimensión alucinógena.

Un teatro posdramático para resituarme, para resetearme, inmerso en esa experiencia única e imprevisible, en ese espacio dinámico que se arma y desarma ante mi mirada perpleja.

 

P.S.- Sobre otros trabajos de Teatro Ensalle también pueden leerse los siguientes artículos:

 “Juan Loriente, sin ensayo, en Ensalle”, publicado el 1 de enero de 2018.

 “Primitivismo predramático. Ensalle Teatro Después de Camarina”, publicado el 26 de octubre de 2016.

 “Canchales/El Canto de la Cabra/Ensalle Teatro”, publicado el 22 de marzo de 2016.

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