Sangrado semanal

Arrivederci, Julietas

Saber aceptar cada ciclo forma parte del trabajo que una mujer debe realizar consigo misma. Aunque sea doloroso. Las despedidas siempre lo son. La muerte da miedo. Pero si no dejamos que lo que era nuevo y se convirtió en viejo se vaya, no podremos dar la bienvenida a lo siguiente, que será nuevo aunque venga después en el tiempo.

Es entonces cuando dejas que Julieta, Adela, Ofelia, Melibea y la Enamorada suelten por fin amarras y se alejen tranquilamente, mientras les dices adiós con la mano desde la orilla.

Hacerlo conlleva entrar indefectiblemente en el siguiente ciclo. Así es la vida.

Llegan las ganas de ser madre. Es una llamada potente. Tanto como para empezar a contar la duración de lo proyectos teatrales de nueve en nueve meses. Temes tener que elegir. Teatro-Maternidad-Maternidad-Teatro. Y buscas espejos más sabios en los que mirarte. Otras mujeres, otras actrices. ¿Cómo lo hicieron? ¿Cómo supieron conciliar?

Encuentro un ejemplo en el que ser madre no implica renuncia a la dedicación teatral. Encuentro una historia verídica y real, una historia vital de las grandes, en las que el hecho de convertirse en madre hace que una actriz geste también, a nivel artístico, nuevas criaturas maravillosas que, en otro caso, muy probablemente, no se hubieran dado, porque fueron hijas de la improvisación pura. Y es que parece que sólo ha habido dos cosas que la mítica actriz Roberta Carreri ha tenido claro: «En un determinado momento de mi vida sentí la imperiosa necesidad de ser madre. Pienso que nada hubiera podido impedírmelo. Exactamente igual que nada me hubiera podido impedir entrar en el Odin Teatret.» La Carreri se convirtió en madre e improvisó. «La vida es improvisación», dice ella también en su libro.

Imagino que fue buscando soluciones a medida de los diferentes retos que se fueron presentando. De lo que ella cuenta se desprende también la importancia que tuvo el poder contar con el apoyo del grupo al completo a todos los niveles. Sin embargo, cuando su hija Alice posee la edad suficiente como para ir al colegio, Roberta ya no va de gira con el resto del grupo y se queda en Holstebro, Dinamarca, con la pequeña.

Lo que puede parecer, en un principio, un parón, un frenazo en su evolución teatral, acaba por no serlo y por tener, me atrevo a decir, el efecto contrario: Fruto de su maternidad son su magnífico trabajo unipersonal JUDITH y una primera idea de lo que hoy en día es la ODIN WEEK: un encuentro en el que actores, estudiosos del teatro, artistas e interesados pueden visitar la sede del grupo en Dinamarca y compartir 9 días con el equipo al completo. Allí se pueden degustar parte de los entrenamientos del grupo, ver sus espectáculos, aprender de las demostraciones de trabajo de los actores, visualizar material gráfico único y hacerle preguntas a Eugenio Barba durante dos horas, todos los días que dura ese cruce de caminos…

Fue precisamente en la Odin Week de 2008 donde me hice con el libro de Roberta Tracce (Rastros), que, prácticamente, acababa de salir del horno. Subtitulado Training e Historia de una actriz del Odin Teatret, este compendio de savoir faire actoral explicado con suma sencillez incluye un único capítulo dedicado a los asuntos personales. Dice en él que su hija Alice Carreri estudia música para ganarse algún día el pan como cantante de jazz.

Hoy, cuatro años después, escucho su voz en el spotify mientras tecleo estas líneas. Alice acuna al oyente en una versión misteriosa de una Ninna Nanna italiana, donde la madre deja que su bebé vaya pasando por las manos de varias criaturas nocturnas, el hombre blanco, el hombre negro, la vieja bruja… Seguro que una vez cumplido ese rito de iniciación a la vida, la vieja devolverá el bebé a su madre, para que la niña se convierta algún día en doncella.

Todo, a su debido tiempo.

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