Críticas de espectáculos

Atra bilis/Micomicón

A la luz de las velas
Obra: Atra bilis
Autora: Laila Ripoll
Intérpretes: Marcos León, Yiyo Alonso, Mariano Llorente, Juan Alberto López
Escenografía: Eulogio Das Penas, Orfilia Seijas
Vestuario: Almudena Rodríguez Huertas
Iluminación: Juan Ripoll
Dirección: Laila Ripoll
Producción: Manu Agredano, Micomicón Producciones
Complejo Educativo –Eibar- 05-03-02
Jugando con la muerte. Humor negro. Esperpento. Un territorio estético muy fecundo, donde caben las intrigas, los odios, las lamentaciones, el repaso. Un velatorio es un lugar para la hipocresía o para la catarsis familiar. En esta propuesta de Laila Ripoll el difunto es el “hombre” de la casa. Marido, cuñado, patrón de las cuatro mujeres que nos irán despiezando sus relaciones, sus sentimientos, sus frustraciones. Que a través de los rituales plañideros nos acercarán a un tiempo histórico en un microcosmos familiar donde podemos encontrar una explicación de una sociedad clasista y violenta, pero sobre todo, de unos personajes que se van dibujando desde la composición física, a base de unos diálogos muy bien dosificados en sus intensidades y en un idioma rico, exuberante en ocasiones, que recurre al tópico, al refrán, a lo escatológico o la barroquismo para ir conformando un espacio textual acogedor, esplendoroso.
Si se quieren buscar concomitancias, referencias, uno puede encontrar varias pistas, todas ellas buenas, todas ellas metabolizadas en ese algo más que es lo que hace de esta propuesta algo rotundo, porque los rasgos valleisclanescos son asimilados, como lo que tiene de referencias kantorianas, incluso si nos ponemos ante un cierto aire lorquiano, pero todo ello como rasgos para completar el todo de este magnífico trabajo en donde todo confluye en estado de gracia. Porque si hay un buen texto, una buena escenografía, un buen espacio sonoro, una iluminación adecuada, una puesta en escena y una dirección, lo que hay, por encima de todo ello, es una buena interpretación. Cuatro buenas interpretaciones. Las cuatro mujeres interpretadas por cuatro actores le dan otra dimensión. Se recargan los personajes de significados, se adentra en otra fase desinhibida de la plasmación de las situaciones, sus desarrollos y sus resultados finales.
Pero es que además, hay misterio, hay una trama, hay asesinatos, envenenamientos, un juego escénico que atrapa, y todo ello con unos tintes de humor negro que roza lo excelente, como género, y como forma comunicativa. Por ello, por el conjunto de bondades, estamos ante uno de esos trabajos que alegran el ánimo a cualquiera, que demuestran como no es necesario recurrir al costumbrismo, al realismo chato y a los temas manidos, porque los públicos tienen sensibilidades suficientes como para admitir estas propuestas con limpieza y se dejan llevar por sus extravagancias, por su “mala leche”, y lo reciben con espíritu animoso, sabiendo disfrutar de este humor con retranca, un humor seboso, pero un humor liberador. El teatro con propuestas de esta índole está salvado. Los públicos acudirán porque es lo que lo hace diferente de otras propuestas artísticas. Teatro, teatro. Y apunten este nombre: Laila Ripoll.
Carlos GIL

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