Sangrado semanal

Bajo el sol de Rosario

Experimenta. Así se llama el festival que organiza el teatro laboratorio del Rayo Misterioso en su sede de Rosario, Argentina. Catorce son los carteles del festival que pueblan las paredes rojo bermellón de su teatro. Desde el cartel del Experimenta 6, Ander Lipus te mira a través de los ojos de su personaje Yuri Sam.

20 años de laboratorio y un teatro propio, intenso como la sangre y las pasiones eternas. El Teatro del Rayo está en una de las aceras de la calle Salta. Entre comercios y viviendas se alza el edificio de piedra de dos plantas, con balcón. Tiene encanto. Mucho encanto. Da impresión atravesar sus puertas. Del bullicio de la calle, a un mundo denso de paredes rojas desde donde miran Artaud, Grotowski, Stanislavski.

Hay mesas y sillas alumbradas por la luz de la calle, cubiertas por manteles rojos con un sol amarillo de cresta crujiente. Hay una barra desde la que se sirve café, mate, te, cerveza o vino blanco. Corona la barra un cartel de letra florida que dice: Café del Rayo. También dan comidas. Apetitosas comidas. Cuando una va al baño, saliendo por el pasillito de la izquierda, se encuentra con un patio estrecho y con Rosita, una perra de ojos tristes que recogió de la calle uno de los actores.

Actores que cocinan. Actores que actúan. Actores que limpian. Lo mismo cuelgan un foco que organizan o editan la revista del grupo, entrenan, dan clase, condimentan un plato, construyen escenografía o sirven un helado. Un proyecto integral. Una dedicación plena que desemboca en la sala del Teatro de la calle Salta, un espacio que los actores han construido con sus propias manos. Techos altos, paredes grises con textura de piedrecitas incrustadas, gradas móviles. Escalera por la que se accede al camarín.

Un espacio donde construir un teatro certero como el rayo. Silencioso hasta que aparece misterioso y vibrante en el ancho cielo. Descarga electrizante. A nadie deja indiferente.

Tras ver lo que vimos, dejamos, sin hablar, la sala. Atravesamos el café y salimos a la calle los espectadores. Nos miramos, comentamos o no hablamos.

Suena la campana. Es la hora de la cena. Deliciosa carne argentina para los no vegetarianos. Todo lo cuidan aquí. Desde lo más pequeño a lo más mundano, para que los dioses puedan hablar por boca de lo actores de este Rayo que dirige desde hace 20 años Aldo El-Jatib. El trabajo prevalece, aseguran desde su página web. Frente a la mentira, el trabajo prevalece. Advierte contra la pereza Stanislavski desde sus paredes.

Búsqueda de la verdad. Constancia. Sede propia. Trabajo exquisito e incontestable, a pesar y a favor de los gustos. Un concepto y seres humanos que lo encarnen. No desfallecer. Vibrar cada noche y limpiar los suelos también. Una forma de entender la vida en el teatro y el teatro en vida. Dando guerra a ese otro mundo que parece girar, inmune, aplastando entre sus engranajes los sueños colectivos que no se someten a la danza que impera. Desde el Rayo, un destello certero que dura segundos: SE PUEDE.

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