Sangrado semanal

Barro en los zapatos

Leo en una revista dominical la entrevista a la última actriz de moda en Hollywood. En un principio, nada de sorpresas. Se trata del típico y tópico reportaje a la última monada del celuloide que no ha parado de trabajar en el último año con no se quién y no se cuántos. Por supuesto, tampoco falta una fotografía de portada que roba el aliento y la pregunta de: ¿Y cómo es besar al galán por el que suspira medio mundo desde hace una década? Hasta aquí, nada nuevo bajo el sol.

Es entonces cuando mis ojos tropiezan con una frase que me llama poderosísimamente la atención. Jessica Chastain dice: Una actriz debe ser vulnerable. Me quedo enganchada a esas palabras que tienen el efecto de un golpe de mar. Una corriente leve y rotunda que acaba por desafirmar un ancla que llevaba tiempo ofreciendo resistencia y haciendo cabeza en las profundas rocas que pueblan el mundo subterráneo del pensamiento.

Una actriz debe ser vulnerable. Entiendo que la Chastain no se refiere al personaje que trabaja una actriz. Comprendo que es la propia actriz la que tiene que ser vulnerable. De un manotazo, esta frase destierra la actitud férrea que ha moldeado mi convencimiento a la hora de enfrentarme al trabajo hasta el momento. Aunque si esta frase me ha llamado tanto la atención, quizás sea porque ya era receptiva a su contenido. Por eso no la pasé por alto. Quizás, lleve ya tiempo trabajando en mi vulnerabilidad sin haberle sabido poner nombre hasta la fecha.

Porque si algo ha caracterizado hasta ahora mi forma y, por lo tanto, mi fondo a la hora de enfrentarme al trabajo teatral ha sido una clara actitud de lucha. Esto conlleva indefectiblemente no mostrar la debilidad, la inseguridad, la vulnerabilidad. Y ahora, llega esta mujer para decir todo lo contrario: Sé vulnerable.

Entonces me pregunto: Una vez que controlas una técnica y, por qué no decirlo, una actitud frente al trabajo, ¿qué hay de malo en romperla, en cambiar las reglas del juego? ¿Qué ocurre si decido cortar los cimientos que alimentan y soportan mi «fortaleza» como actriz? Un ejemplo: No trabajar más con partituras. No tener marcado en cada momento qué hacen exactamente mi cuerpo, mi ojo derecho o el meñique de mi mano izquierda cuando digo la tercera frase del texto donde utilizo un resonador de cabeza con matices nasales mientras mi mente proyecta un paisaje donde miles de plumas de ganso se arremolinan con fiereza.

Otro ejemplo: Romper ciertos principios que me han acompañado desde que comenzara la andadura teatral y que me han dado buen resultado. No hablo de calidad artística en mi trabajo, sino de sensación de plenitud vital a lo largo del recorrido. Una de las frases que me acompañaron desde el principio fue una de Stanislavski cuando ni siquiera sabía quién era ese señor. Su fotografía y sus palabras estaban colgadas de las paredes de la escuela donde empecé y decían algo así como…: «no olvides nunca quitarte los zapatos manchados del barro de las minucias cotidianas antes de entrar al espacio teatral».

Este es un consejo que seguí a rajatabla, hasta que la vida y sus menudencias se me colaron dentro de ese espacio sacro. Desesperadamente intenté poner tablones, cerrar las fugas y los resquicios para que la vida no se colara dentro del espacio donde trabajaba como en una burbuja aséptica. Pero, tal y como dicen en Parque Jurásico, la vida siempre se abre camino, y, en este caso, mi esterilizado espacio sacro, tampoco fue una excepción.

Cuento todo esto, porque las bacterias existen y la suciedad y la inseguridad también. Y si el teatro muestra la vida y la vida es puro teatro, ¿qué sentido tiene negarlas y construir un espacio perfecto, donde nada te roza, donde eres invulnerable?

Cuando una decide mostrarse vulnerable ante sí misma y ante su oficio, caen rigideces y caen máscaras y alguna que otra verdad. Es entonces cuando te sorprendes a tí misma cometiendo un gran pecado que tiempo antes te hubiera hecho fulminar con la mirada a aquel que hubiera osado cometerlo en tu presencia… Resulta que te descojonas de la risa en medio de un ensayo…y aquello es un no parar. Y es que a veces, no queda otra que rendirse para poder volver a empezar.

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