Críticas de espectáculos

Bendita Gloria / Juan García Larrondo / Albanta Teatro

Bendita gloria para Albanta Teatro

Gloria acaba de perder a su padre. La angustia, desde siempre, se instala en su lamentable vida y los miedos encuentran una alternativa de permanencia en su alma. Lo habitual. Los días para ella transcurren sin representativas variaciones. Ha quedado al mando de Cien Rosas Blancas, la antigua casa familiar donde creció y que acaba de recibir en herencia, con la que no está dispuesta a negociar. La protagonista de esta tragicomedia salvaguardará su casa –de estilo modernista y la única que queda en la playa de esa época– e intentará reivindicar su alma, llena de culpas y de frustraciones, a todo costo. 

Esta podría ser una lectura sinóptica de Bendita Gloria, texto de Juan García Larrondo que Artezblai acaba de publicar, y puesta en escena de Pepe Bablé con su compañía Albanta Teatro, fundada en 1988. Tuve la oportunidad de leer y ver la obra en Cádiz, durante mi estancia en la ciudad andaluza a propósito del 32 Festival Iberoamericano de Teatro.

El montaje comienza con los actores en pose estática; da la impresión de que estamos ante una vetusta fotografía familiar en una casa en deterioro. La imagen se descompone inmediatamente y los actores se disponen a empezar, coqueteando todo el tiempo con nuestras sensaciones, invitándonos a entrar en la convención. Quieren hacernos parte activa de un juego macabro, donde desarraigar las miserias humanas de cada personaje será materia vital en la trama. Y lo logran.

Alrededor de los delirios y las costumbres de Gloria (Charo Sabio) revuelan los intereses y los nervios desbocados de otros individuos como Efrén (Jay García), un inmigrante que se alquila en el cuarto aún caliente del difunto padre de la protagonista; Victoria (Susana Rosado), la hermana de Gloria, que pretende hacerla entrar en razón para que venda Cien Rosas Blancas y es capaz de las humillaciones más insospechadas; y Liliana (Carmen Reiné), mujer casada con un mafioso ruso, que puede permitirse pagarle a Efrén por enrollarse con él en el estrecho baño de una discoteca. Todos resultan víctimas de vidas extraviadas, sueños malogrados, de una marginalidad no sólo política o social, sino esencialmente humana.

Los actores personifican a estas almas atormentadas, están claros de que lo hacen, sirven de mediadores entre esos personajes enmascarados, no porque lleven antifaces precisamente sino más bien máscaras morales. Para empezar, el director no hace una concepción realista de la obra, juega con el no-lugar y el no-tiempo. A la vez que propicia que el espectador conecte su experiencia con la de los personajes y permite que éste entre en el juego de lo afectivo y haga una traducción particular del relato, procura un efecto de extrañamiento en el aparato escénico. Tal ejercicio lleva a pensar en una convención de la teatralidad donde los creadores de la puesta en escena nos hacen cómplices de una(s) historia(s) suculenta(s) y posible(s). No para que la(s) suframos en común, sino para que la(s) pongamos constantemente en duda, en tensión.

Pepe Bablé es un demiurgo de la escena. Así lo demuestran sus anteriores producciones, entre las que figuran Cádiz en mi corazón, Flores arrancadas a la niebla, Agnus Dei, El color de agosto, Las tres gracias de la casa de enfrente y Celeste Flora –esta última, del propio García Larrondo, en una primera colaboración de la compañía con el autor. En Bendita Gloria, con destreza, Bablé funde espacios en el escenario simultáneamente. Se aprecia un ejemplo claro de ello cuando Gloria aparece derrumbada en el suelo tras una agobiante conversación telefónica con su ex novio, y en otro extremo se ilumina, en un intenso color rojo, lo que parece ser el aseo de una discoteca. “La música suena fuerte mientras vemos, entre flashes de luces, cómo Efrén habla por teléfono a la vez que, de espaldas al público, Liliana le hace una felación moviendo compulsivamente su cabeza”, describe el autor en la didascalia que el director resuelve escénicamente con delicadeza y eficacia.

La risa como recurso comunicante con el auditorio sirve de oxígeno para ventilar los momentos de mayor dramatismo que la obra propone. Considero vitales para la representación esas zonas en que se les da vuelta a los fondos dramáticos para que lleguen al público con refinada jocosidad. Ello no quiere decir que el ritmo recaiga sobre acciones vertiginosas y un humor acelerado, no es el caso. La maestría del tono de la función radica precisamente en un entendimiento y una traducción escénica del texto, por parte del director y el elenco, que encuentra en el trabajo con los silencios y las intenciones en el decir una gran precisión. 

Gloria es, efectivamente, un ser amargado por las heridas: la ira, el dolor y el rechazo que en su infancia abrazó. Siempre se nos muestra con una baja autoestima, queriendo hacer sentir mal a los demás, un ser despreciable en apariencia. Pero la trama va desarrollándose y nos percatamos de las verdaderas razones que llevan a un ser humano a comportarse tan mezquinamente. Esa manera depresiva de mostrarse al mundo, patética y cruel, se justifica en un estado airado de su espíritu, que además hace visible un intenso resentimiento al no permitirse perdonar muchas cosas del pasado, en especial a su padre, aun después de muerto.

La relación padre-hija, por cierto, es aquí bien compleja, y aunque la obra permita el beneficio de la duda, se llega incluso a insinuar el abuso sexual como móvil del actual comportamiento de la protagonista. Otras ofensas dan cabida asimismo a ese odio en el que vive Gloria, a esa aflicción de su alma, como, por ejemplo, la lastimada relación con su hermana, que se acrecienta cuando la protagonista descubre de manera inesperada que Efrén ha sido contratado por la propia Victoria para infiltrarse en la casa, enamorarla y convencerla de vender Cien Rosas Blancas y acabar así con el patrimonio familiar. Para ella es insoportable tanta humillación y termina asesinándolos a todos en una situación teatral onírica, desquiciada, visualmente muy bien resuelta, con minuciosidad y belleza conceptual.

La compañía gaditana logra con Bendita Gloria una historia que conmueve y que colma las expectativas que el texto ofrece. El diseño escenográfico, el vestuario, las luces y la banda sonora son atendidos con cuidado y complementan el discurso estético. El montaje es justo en todos los sentidos, especialmente en la afinación y la inteligencia del elenco sobre el cual recae la mayor responsabilidad. Pepe Bablé y su equipo han hecho de esta obra, que habla sobre la traición, la desidia, las apariencias, el egoísmo, la prostitución, las separaciones y el (des)amor, un acto poético a partir de una realidad torcida.

Roger Fariñas Montano

 

Bendita gloria. Compañía Albanta Teatro. Texto: Juan García Larrondo. Director: Pepe Bablé. Intérpretes: Charo Sabio, Susana Rosado, Carmen Reiné y Jay García. Ayudante de dirección: Luis Jiménez. Diseño de iluminación: Pepe Bablé y Luis Jiménez.

 

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