Críticas de espectáculos

Clara Montes: Clara en rojo

Clara Montes: Clara en rojo

 

No fue un concierto inolvidable. Tampoco un recital apoteósico. No. El regalo que brindó a su público Clara Montes fue toda una experiencia. Con una pizca mística y de arrobo y toneladas de pasión.

Todo en su sitio: el escenario, el abarrotado teatro Jovellanos; la Orquesta Sínfónica Ciudad de Gijón; el coro de voces de Cimadevilla; los músicos invitados, Pepe Habichuela – “historia pura de la guitarra” para Clara- y Josemi Carmoma (Ketama) a la guitarra, y Toni Zinet al cante, entre otros. Y Clara que lo iluminó todo con un paseo por los grandes clásicos de la copla, el flamenco y la canción de autor. A cada letra, Clara le ponía un sentimiento particular, barajando todos los registros para deleite del respetable.

Se plantó en el escenario con «Habanera de Cádiz», donde están sus raíces. Toda una declaración de intenciones y un recuerdo a su padre que la inició en el flamenco y la copla. Continuó con «Tatuaje», para que no quedara duda de su respeto y devoción por el maestro Rafael de León. Al que continuamente reivindica como uno de los grandes poetas del siglo pasado: «Un poeta que se ganó la vida con la copla y la música. Fue coetáneo del 27 (amigo de Lorca y Alberti, entre otros), pero no fue reconocido porque se le asociaba con el régimen. Y ha sido el poeta más censurado de España».

Más de 8.000 canciones llevan su firma. Entre ellas «Pena, Penita, Pena».

Monumento inmenso a su paso por las cárceles franquistas que se ha convertido en una de las tonadas más populares de la historia. Clara Montes la hizo suya en uno de los momentos de mayor complicidad emocional con los asistentes. Concluyó este particular homenaje a De León con «Y sin Embargo te Quiero» y «La Rosa de los Vientos». Con La Alhambra como telón de fondo, proyectada en una gran pantalla: «Ellos la llaman al jambra -susurra Clara- que significa rojo. Roja como la flor que crece allí». Roja como su vestido. Roja como la noche. Clara en rojo.

Con cada tema, Clara declamaba una introducción imprescindible por su delicadeza y sentimiento: «Estaba un hombre en una taberna escuchando música, que es donde se debe escuchar la música, cuando escuchó cantar a una mujer y se quedó prendado de la melancolía de su voz. Ella era «Maria la Portuguesa»». Otro guiño a los espectadores. Otro homenaje, en este caso a Carlos Cano, del que también rescataría «La Murga de los

Currelantes», porque Clara Montes es una mujer comprometida. Como demostró en su actuación para Amnistía Internacional.

Ante todo está comprometida consigo misma, con el sentimiento: “Esta canción se la quiero dedicar a mi padre. Recuerdo como se desgarraba su voz cantando unos versos de Víctor Jara. De esta canción». Con «Te Recuerdo Amanda” se hizo el silencio absoluto para acoger otro momento memorable. Siguió en familia dedicándole una canción a su hijo, «Tienes que tienes».

En el capítulo de dedicatorias les tocó el turno a los músicos y a la orquesta. Tomándose su tiempo y citando, nombre a nombre, a cada uno de sus integrantes: Para ellos «Y sin Embargo te Quiero». Sin olvidarse de los asistentes: «A cada uno de ustedes les digo «Te Quiero»». Y brotó un sentido «Te Quiero, te Quiero», claro.

Una conjunción de voces y músicos excepcional que quedará recogida en un DVD de próxima aparición para solaz de sus seguidores.

Clara Montes emocionada y entregada. Hubo de todo. Temas seleccionados de sus seis discos. De la copla al son mejicano, «La Llorona». Del son, regreso a casa con «La Tarara», del gran Federico García Lorca. No podía faltar el poeta granadino en esta cuidada revisión poética.

Esa voz, pero también esas manos que expresan tanto. Acompañando cada verso, subrayando cada palabra desgranada con un escorzo que la complementaba. Afirmando, sugiriendo, seduciendo, encantando.

Clara con todo su sentimiento. Con toda su alma. Clara en rojo. Sur. Montes en verde. Norte. Cadiz y Gijón. Una fusión que se hizo esperar más de ocho meses. Mereció la pena: «Gracias por el concierto. Es un viaje que no olvidaré nunca». Así llegó «Adiós», de Antonio Gala, para cerrar el círculo. «Qué este adiós sea hasta siempre», puntualizó. Tal vez más de un asistente pensara: «O hasta pronto».

Porque, al final, todos se quedaron con la copla.

 

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