Y no es coña

Contra la esperanza

En vez de seguir el dicho popular que nos hace decir ufanos que la esperanza es lo último que se pierde, deberíamos intentar perder la esperanza ya, para ponernos a trabajar sin esperanza, con motivos y argumentaciones para entender que son nuestras fuerzas, nuestras decisiones, nuestras acciones las que van a cambiar la tendencia actual y no esa noción de esperanza que parece ser algo ajeno, un placebo, un ya se arreglará por sí solo o porque se arreglará la circunstancia económica global o porque desde las instituciones se tomarán decisiones oportunas. Ni esperanza, ni suerte: justicia.

En la semana pasada he asistido a un teatro institucional lleno, con dos obras de una magnífica compañía inglesa, dentro de un marco institucional como es el festival de Otoño a Primavera. Pero a la vez he asistido a representaciones en salas pequeñas, algunas de nuevo cuño, modélicas en sus intenciones, pero con muy pocos espectadores y en ocasiones con la suspensión de la función por la falta de ellos. Son dos realidades que conviven en este caso en Madrid, y que nos dibuja una situación que se puede cronificar: la primera clase, institucional, con ayudas y presupuestos suficientes y un mundo formado por ilusiones, esperanzas, necesidades que se va auto-explotando y creando un tejido casi subterráneo, con unos públicos inciertos, pero con una desprofesionalización de actores y directores. La distancia entre unos y otros es demasiado insuperable. No pueden confluir, en medio queda el teatro privado comercial, los musicales, que sufren sus propios calvarios y ajustes económicos, pero que pueden defenderse con productos de fácil consumo.

La temporada 2012/2013 que ahora termina, da un dato escalofriante en Barcelona: se ha perdido el treinta (30) por ciento de espectadores. Es un dato demoledor. Los datos globales de Madrid no se conocen, y eso me parece un síntoma de falta de transparencia. Lo que se intenta decir en estas líneas es que a lo mejor no hemos llegado todavía al suelo, que se puede bajar más. Y será el lugar dónde se coloca ese suelo, desde el que deberemos operar ya. Incluso para impedir que el suelo se vaya alejando más.

Por lo tanto como medida inmediata se debe quitar el IVA al 21% en las entradas. Y nada de conformarse con el reducido al 8 o al 10, al 0 y como concesión máxima al 4 % del superreducido. Estas son medidas de choque que no debe tomar el señor Montoro ni los mil asesores económicos de Hacienda, sino desde presidencia de gobierno, instigado por Cultura y el empuje de todos los afectados de los diferentes gremios que concurren en el hecho teatral.

Y a partir de ahí, establecer planes globales inmediatos, hacer desde los teatros institucionales planes de cooperación real, utilizar sus recursos en publicidad de manera transparente y apoyando no solamente sus programaciones sino todas las de su entorno, sin discriminaciones, pero fijándose más en los que más lo necesitan. Son decisiones prácticas, de justicia, sin esperanzas, para salvar lo existente, para que el suelo no baje más, para establecerse en una política de choque. Propiciar la creación, los contactos con los nuevos públicos, con políticas de precios, de difusión general.

Está todo por hacer, pero se debe hacer ya, porque esta flojera nos lleva a algo que los que tenemos más de diez quinquenios en el asunto ya hemos vivido y que significa que se va apartando del hábito semanal o mensual el teatro para amplias capas clases medias, estudiantes, y se establecen esos tres mundos, el institucional, el comercial y el otro, que es la inmensa mayoría, y todos debilitados, pero algunos con defensas de todos utilizadas para unos pocos. Hacer un espectador habitual cuesta mucho, perder miles se logra en un segundo con un mal decreto o una mala utilización de los recurso. También con producciones de baja calidad, descuidadas, urgentes con poco rigor artístico.

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