Sud Aca Opina

Con la vida en la punta de los dedos

En este lado del mundo estamos en verano, momento en que el gobierno invierte en circo porque durante el año, con suerte dio algo de pan.

Santiago a mil es la iniciativa. Una avalancha de piezas de arte escénico desplegadas por todos los rincones de la ciudad. Teatro, circo, pasacalles, música, danza, performances…. Se llama Santiago a mil como un juego de palabras bastante adecuado para sus inicios. Si algo es a mil es muy bueno y además el precio de las representaciones pagadas era de mil. El tiempo pasa. La inflación ha producido sus habituales efectos en el valor de las entradas pero el nombre se conserva.

Para los que tenemos familia numerosa y aun debemos financiar el divertimento cultural de todos los parientes cercanos, afortunadamente existen representaciones gratuitas.

Ayer por la noche tuvimos el privilegio de experimentar la magia. No la típica ilusión de un conejo famélico saliendo de un sombrero de copa, sino la magia de dejarse llevar por una propuesta artística relativamente sencilla pero muy poderosa como catalizadora de la propia imaginación y hacer reflotar los sentimientos hundidos en el olvido.

Como una imagen vale más que mil palabras y necesitaría varios miles para explicar el espectáculo, me referiré al público.

Por supuesto todos muy atentos y como era un espectáculo callejero dirigido a la familia, quienes amenizaban con sus comentarios ingenuos pero siempre fascinantes, eran los niños. Desde bebés en los brazos de sus padres quienes intentaban explicarles la trama no tan evidente de la representación. Trama que como en todo buen arte, permitía múltiples interpretaciones, haciéndola más interesante aun.

E hicieron su aparición los teléfonos móviles. Conté varias decenas, quizás cientos.

Como la representación era en una intersección de calles y el espacio no tenía la pendiente de las graderías de una sala de espectáculos, la gente levantaba sus celulares para sacar fotografías, filmar y en algunos casos, incluso poder ver algo, lo que de tanto en tanto me forzaba a ver el espectáculo a través de las pequeñas pantallas que por su número dificultaban la visión.

¿Existe acaso mejor imagen que la mental para recordar un hecho?

¿Será que la imaginación, esa que es capaz de ir agregando maravillosos detalles inexistentes a los recuerdos esta en retirada?

¿Por qué nos gustará cada vez más comer puré y no mascar las papas?

¿Cuestión de tiempo o embrujo tecnológico?

Los artistas, no solo los profesionales, sino que los amateurs y los que de vez en cuando dejan volar su imaginación para complacer y complacerse con una creación, tienen el deber ineludible de volver a estimular la imaginación. No solo la propia sino la de todos.

Pareciera que condeno a priori como un fiscal ante el acusado pero yo también hago un mea culpa.

Por el cansancio al final de la jornada laboral, demasiado seguido estoy recurriendo a videos de dibujos animados en mi tablet para hacer dormir a mis niños. He tratado de volver a los cuentos clásicos en libros pero se me hace difícil competir con los múltiples recursos que el mundo digital ofrece para maravillarnos.

El problema es que al maravillarnos, también está secuestrando nuestra imaginación.

Hace un tiempo fui a ver una película sobre una caricatura originalmente de revistas que acompañó toda mi niñez pero estaba llena de detalles que más que disfrutar la película, me hicieron cuestionarla. El personaje principal no debería hablar así. Los movimientos eran a otra velocidad. Faltaban cosas, sobraban otras.

En una película está casi todo dado, en un libro la imaginación debe completar.

El arte más que una propuesta acabada es una propuesta que al estimular nuestra imaginación nos invita a ser parte de él.

Siempre tendremos la vida en la punta de los dedos pero que no sea deslizándolos por una pantalla táctil. Tomemos lo que la vida nos da y no solo le saquemos fotografías.

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