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Cuánto vale una concesión o el precio del miedo

No voy a escribir aquí sobre la concesión de la Autopista más cara de España, la AP9, renovada sin sacarla a concurso público, a una empresa de Madrid que está sangrándonos en Galicia. Eso se lo dejo a los políticos y a quien nos gobierna, que van a ser quienes nos arreglen la vida, jajajá…

 

Voy a escribir sobre alguna directora y algún director de escena que conozco que, para poder hacer algo, o sea, para poder trabajar, ha tenido que ir haciendo concesiones respecto a sus valores, ideológicos y estéticos, en el ámbito de la creación. Evidentemente, esto se podría hacer extensivo a cualquier otra persona que para ejercer su profesión tenga que ceder en ciertos aspectos, sobre todo en aquellos que singularizan el qué y el cómo.

La cuestión es que esa directora escénica, que ha tenido que ir haciendo concesiones para llegar a trabajar, ha acabado por hacer espectáculos y por ser programados. Espectáculos que entraban dentro de los parámetros estandarizados según los dictados de las conmemoraciones y las reivindicaciones en boga (básicamente a través del aparato de las redes sociales y el ruido mediático). Temas que venden: la homofobia, la violencia de género, el calentamiento global y la crisis climática… Cualquier propuesta que se salga de estos temas y de las estéticas o tendencias promocionadas desde las distribuidoras de espectáculos y algunos festivales de referencia, por ejemplo, la moda del teatro documental o la autoficción, tiene difícil salida.

Acontece lo mismo con los equipos artísticos, en ellos tiene que estar esta persona y no aquella otra, porque esta persona es la que más premios tiene o, sencillamente, la más echada para adelante y, por tanto, la que está en el candelero y de la que más se habla. Ahora pasa en los teatros, un poco, lo mismo que pasa de siempre en el cine y en las series de ficción televisiva, productos de signo más industrial o en los que el negocio y el dinero influyen más, que siempre aparecen las mismas personas, las mismas actrices y actores. Pues en los teatros ahora también hay que hacer así, incluir en el equipo artístico los elementos en boga en la dramaturgia, en la escenografía, en la iluminación, en la interpretación, etc. Con ciertos nombres el proyecto se vende mejor, aunque eso acabe por generar una cierta homogeneidad, a diferentes niveles, en los resultados.

Al final, la directora en la que pienso, efectivamente hizo espectáculos. Espectáculos que no estaban mal, claro que no, pero en la misma proporción que fue haciendo concesiones, por el miedo a no llegar, en esa misma proporción esos espectáculos, más o menos entretenidos y más o menos eficaces, resultaron prescindibles. De algunos de ellos ya casi nadie se acuerda.

Pero con algo hay que ir llenando las programaciones de fin de semana, ¿no?

El caso es que yo la conozco bien y sé que podría hacer algo excepcional. Pero, claro, como la propia palabra indica, si hace algo excepcional que no esté dentro de los parámetros antes citados, entonces lo va a tener más difícil de lo que ya está la cosa y, como mucho, la van a programar en un par de sitios.

Después también están esos otros “profesionales” que no tienen o no saben muy bien qué decir. Personas sin grandes ni pequeñas convicciones, más allá del oficio de ir mirando un poco de qué lado soplan los vientos para ponerse a favor y, de ese modo, hacerse un lugar. Algunos incluso se tienen por artistas porque dominan el arte del pastiche y del collage. Buscan donde pueden, sobre todo en trozos de vídeo de Youtube o Vimeo de compañías internacionales de renombre y se dedican a copiar una cosa de aquí y otra de allá y van resolviendo. “Un buen plan de marketing y de producción”, o dicho de otra manera, saberse vender, y para delante.

Pero, ¿cuánto vale una concesión?

¿Al final merece la pena hacer algunas concesiones?

El miedo, en las artes, no sé si será muy buen consejero.

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