Cinismo Teatral

Cursitis

Qué necesario es en ocasiones desengrasarse, desaprender, reciclarse, seguir sacando punta a los conocimientos ya adquiridos para perfeccionarlos, potenciarlos y, en pocas palabras, absorber cual esponja. Este verano, en julio, tuve la oportunidad de asistir a dos cursos impartidos por voces de renombre: Vicente Fuentes y Sergi Belbel. Ocurrió que la UNIA (Universidad Internacional de Andalucía), dentro del contexto de su Escuela de Teatro de verano en su campus de Baeza, ofertaba por la mañana el curso de Vicente Fuentes y por la tarde el de Sergi Belbel. Todo en la misma semana, de 09:00 a 14:00 y de 15:00 a 20:00 y de lunes a viernes; una maratón en toda regla que yo, con tenacidad, decidí asumir dada la oportunidad única, pues en muy pocas ocasiones las circunstancias vitales se alían de tal manera. No mentiré: terminé la semana derrotado. Pero, sin duda, lo repetiría.

Estoy completamente en contra de la «cursitis» que muchos actores parecen padecer de manera severa. Es comprensible: terminas tus estudios en la RESAD, la ESAD de Sevilla o la ESAD de Valencia, la que sea, llegas a (o estás en) Madrid, quieres iniciarte en el «mercado» y… Pues claro, lo que ya saben, te encuentras de manera inexorable y cruel con la jungla. Esa bofetada de realidad tan dura (y, por qué no, necesaria) afecta a cada individuo de forma diferente y, muchos, acaban en el laberinto de los cursos; unos cursos que, a día de hoy, están ofertados por cualquiera y que, con una imagen sugerente y mucho condimento, te prometen el oro y el moro. Y es que la precariedad en el mundo artístico está arraigada y extiende sus garras por todos lados: jugando con la ilusión, que es materia inflamable, se pagan 200, 300 o 400€ con la esperanza de «al menos me ven», «tengo un amigo que…», «si no, ¿qué hago?». El máximo exponente de esto último son los cursos que imparten algunos directores de cásting. Puro mercantilismo. Cierto es, por supuesto, que nadie te obliga a realizar ningún curso, pero la pregunta «¿qué hago?» martillea la cabeza de forma insistente y, al final, sin comerlo ni beberlo, estás vendiendo tu alma y, de nuevo, degradando, por incontable vez, la profesión…

Que por cierto, no hace falta haber estudiado en ninguna escuela superior de arte dramático, ninguna escuela pública, para padecer después esta «cursitis». De hecho, tengo la impresión de que la burbuja actual viene de la no-regulación de las escuelas, talleres y cursos privados… Es imposible ponerle puertas al campo y el arte no es medible ni cuantificable: y quien hizo la ley, hizo la trampa. Muchos se inician en la interpretación mediante escuelas privadas (algunas respetables y estupendas, por qué no, y otras, con sumo descaro, viviendo del cuento, la fama y el «este actor salió de aquí…») o un compendio de cursos y talleres.

La «cursitis» se cimenta en el deseo ilusorio de conseguir una oportunidad laboral. No se busca, realmente, aprender, sino que esto se convierte en una circunstancia secundaria que, si cristaliza, mejor que mejor. Lo importante es que te vean. Lo importante es el «¿y si…?». Mal soporte para una estructura tan tambaleante. Por eso, ¡cómo disfrute con los dos cursos que pude realizar este verano! Cómo disfruté del aprender sin presión, sin ningún motivo oculto, el pagar un precio justo y razonable y recibir por parte, tanto de Vicente Fuentes como de Sergi Belbel, una actitud y un material excelente y comprometido. El placer de, sencillamente, abandonarte a aprender. ¡Qué necesario!

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