Negro & negro

De la obra dramática a la escena

La obra literaria, en tanto en cuanto, obra artística cuenta con muchos sentidos con múltiples significados. La crítica literaria analiza, interpreta, realiza una «lectura» o varias de las posibles de la obra literaria analizada. La crítica se arriesga en uno o en otro sentido entre los posibles. La crítica escribe sobre una obra literaria en un momento concreto y con unas circunstancias concretas. La crítica habla, analiza y describe la obra literaria. La interpreta y valora. La crítica literaria no es imparcial, en la medida en que ofrece una respuesta al texto. No es posible describir una obra literaria «sin proyectar sobre ella nada más que ella misma», decía Todorov.

Ni siquiera la lectura es un hecho aséptico con referencia a cualquier texto. El hecho de leer no es neutro. Está mediatizado por conocimientos, bagaje personal, prejuicios y experiencias vitales y culturales de diversa índole. José Luis García Barrientos escribe: «Lo que leemos es a la vez semejante y diferente a lo que hay en el texto. La identidad absoluta es imposible. En la lectura añadimos lo que deseamos encontrar en el texto y suprimimos lo que queremos evitar de él. Y el ingrediente de desvío o de diferencia que hay en la interpretación receptiva que es la lectura, ¡cuánto no aumentará en la interpretación discursiva que es el comentario!». Aún sin llegar a la crítica literaria. Admitamos, pues, la parcialidad que existe en la crítica literaria. Por el propio punto de partida de la persona que la ejerce, por sus conocimientos literarios o históricos, por su propia situación social o ideológica. La imparcialidad es sencillamente imposible. La neutralidad no tiene cabida. El tratamiento parcial en el análisis con respecto al texto redunda en este sentido; se dará mayor visibilidad o importancia a unos aspectos que a otros, se profundizará en unas cuestiones más que en otras, se incidirá en unas cosas y se arrinconarán otras.

Que podríamos decir pues, en lo referente a los textos dramáticos, escritos fundamentalmente para ser representados en la escena. En el caso del teatro hay repetición del texto, siempre distinta, del mismo e interpretación de la misma obra literaria. Cuando un director de escena elige un texto dramático y decide representarlo de cara al público, debe ese texto ser objeto de un análisis dramático, el creador debe buscar lo que ha de ser la representación. Una puesta en escena conlleva inherente a ella una crítica del texto en el sentido más puro del mismo. El director deberá tomar decisiones en ámbitos que trascienden lo literario: escenográficos, lumínicos, estéticos y como no de carácter dramatúrgicos en cada escena, en cada acto. Subrayará unos aspectos en detrimento de otros, dará o no más visibilidad y presencia a unas cosas que a otras. La propia selección del elenco tampoco es baladí. Se podría afirmar que una obra dramática no se representa únicamente sino que se comenta desde un punto de vista que a su vez dará origen a múltiples sentidos y significados interpretados parcialmente por cada uno que lo disfrute. Como dice José Luis García Barrientos, Catedrático de Teoría de la Literatura de la Universidad Complutense de Madrid, «el trabajo de poner en escena una obra nos sitúa en el centro mismo de la función estética, es decir, del efecto sobre el público, que es la que define la pertinencia en la investigación literaria». Pertinencia para discriminar lo que es o no pertinente en el comentario de obras dramáticas en cuanto dramáticas. Podríamos decir que la fidelidad al autor no existe y que la pretendida neutralidad, en algunos casos, no está exenta de parcialidad.

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