Sangrado semanal

De palabras y nubes

Se pierden libretas llenas de pensamientos. Versos que se derraman en el aire mientras una está en la ducha. Si no te apresuras a clavarlos en el papel, esas mariposas aladas se deshacen en montoncitos de nada, sombras del inconsciente que pudieron haber sido canto, voz, texto o parlamento, rúbrica de tinta en el mundo material.

Pero no siempre hay papel y lápiz al lado, no siempre acompaña el brazo al deseo de plasmar por escrito las palabras tejidas en la mente en un instante sorpresivo, sobre todo, en duermevela. Entonces sabes que esos versos que se escaparon como bandada de golondrinas salidas de chistera, una para cada lado, no regresarán. La configuración de dicho vuelo no se repetirá jamás.

Y una confía en que aquello se volverá a revelar con otra forma: otras carcasas de fonemas se darán la mano o se repudiarán para generar otro pensamiento cargado de potencia, pero aquellas, como decía el poeta, no volverán.

Escribo esto desde un lugar paradisíaco, verde y florido, con horreos, frambuesas y risas de niños. Caminos y perros, mar de lejos y gravilla. Trinos y nubes con formas imposibles de atrapar en el cielo. Las nubes son incluso más escurridizas que las palabras. Quizás se deba a que no nos pertenecen.

Hay lugares que abren lugares dentro de una. Invitan a pintar, dibujar, escribir, reflexionar. Invitan a respirar. RESPIRAR. Te empujan a inspirar el mundo y devolverlo en una espiración digerida artística o artesanalmente. Y me acuerdo de todos los que no escriben, de los que no cantan, de los que no viven.

Hace años trabajé como intérprete en un curso que dio la pintora alemana, Barbara Eichhorn. Barbara pinta enormes murales de árboles que podrías estar mirando durante horas. Pero lo que más recuerdo de toda aquella experiencia son las miradas brillantes y juguetonas de los alumnos del curso, todos pintores como ella, que con sus ojos cómplices me decían, a mi, a la traductora de todo aquel meollo: ¡Coge un carboncillo, coge un carboncillo y ¡pinta! ¡Pinta! ¿Creéis que a éstos les hubiera importado una reacción del tipo: «Pero es que yo no se pintar…»?

Efectivamente. Me pusieron el carboncillo en la mano igual. Quizás incluso con más razón por el hecho de no haberlo hecho nunca. ¿A qué esperamos para probar? ¿A estar muertos? Mira como se dibujan y se desdibujan las nubes en el cielo… ¿Cuántas palabras tienes en la recámara locas por echar a andar? Si no lo haces tú, nadie las va a juntar.

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