Sangrado semanal

Declaración de los Sentimientos

 

Me cuentan que hay unos libros sobre práctica actoral escritos por dos actrices que no se venden. Y que no se venden, además, porque cuando una de las personas que ha entrado a la librería va a hacerse con uno de esos dos libros, su acompañante suele decir: «No, ese no, que es un libro de experiencia personal.» (Entendiéndose en el subtexto: de ahí no vas a sacar ni aprender nada útil para tu práctica).

¿Por qué? Me pregunto yo. ¿Qué hay de inservible en la experiencia personal vertida en un libro a la hora de que ésta sirva para aleccionar, mostrar, guiar, enseñar, instruir o agrandar los conocimientos de otra persona? ¿Acaso hay algo en esta vida que no sea personal?

Todo es personal: el impulso que lleva a la gente a escribir libros, fundar redes sociales, erigir edificios o convertir ciudades en epicentros del deporte mundial es personal. Sólo que no se dice. Los motivos personales, o sea, las emociones, los sentimientos, las vivencias, el desgarro, el desamor, los encuentros que son pura química, la sensación de desarraigo o la frustración ante un padre enfermo, son los motivos últimos o primeros que nos llevan a ser lo que somos y a crear o escribir lo que escribimos, pero han quedado ocultos hasta ahora, porque, según la opinión mandante y preponderante, no son, éstos, asuntos que deban ser expuestos a la luz en los libros serios que versan sobre asuntos serios.

Durante mucho, mucho tiempo, el importante papel que juega el impulso personal en el desarrollo de las obras intelectuales ha quedado velado. Durante mucho, mucho tiempo, al hombre le ha estado prohibido mostrar sus sentimientos. Y el no exteriorizar tiene sus consecuencias internas. Cuando no se habla de algo, faltan las palabras para expresarlo. La carencia de palabras redunda, a su vez, en los adentros, que bullen toscos, resignados y silenciosos, con el ceño fruncido. Cuanto más matices podamos añadir a un sentimiento, más refinado será. Cuantas más palabras nos falten para explicar lo que nos pasa por dentro, mayor será el gruñido que lanzaremos al mundo.

Quizás sea esta la razón por la que, hasta ahora, los libros de tesis o teoría que están bien considerados, exponen sus contenidos asépticamente, sin hacer referencia alguna a las vivencias, pulsiones o sentimientos de quien los escribió. (Salvo, a veces y muy sucintamente, en los agradecimientos). El título de esta columna no es causal. Precisamente, fue éste el nombre que dieron las mujeres de la Norteamérica de 1848 a su primer manifiesto sobre los derechos de la mujer. Manifiesto que fue catalogado para la historia con el aséptico nombre de «Declaración de Seneca Falls». Supongo que aquello de «Declaración de los Sentimientos» no sonaba con la suficiente «seriedad» como para designar un acontecimiento de tales características…

Creo, personalmente que existe otra forma de contar, de investigar y de exponer lo sabido. Creo que existe una forma de escribir eminentemente femenina que sabe entretejer sabiamente vivencia personal y contenidos de índole académica, histórica, filosófica, teórica y práctica. Creo que este tipo de creación de obra intelectual es tan válida como la que ha predominado hasta ahora y creo, también, que resulta doblemente útil porque funciona a dos niveles: por una parte instruye acerca de un tema en concreto, por otra, muestra la «intrahistoria» de la concepción, gestación y materialización de la obra en sí, algo que puede resultar muy útil a la hora de empezar a tejer un discurso propio.

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