Escritorios y escenarios

Desde otro lugar

Hoy escribo desde otras coordenadas, ahora me encuentro en un país suramericano llamado Colombia que está rodeado por dos océanos, el pacífico y el atlántico. En él existen todos los climas, lo que lo convierte en uno de los territorios con mayor riqueza en flora y fauna a pesar de los, aproximadamente, cuarenta y ocho mil millones de habitantes. He aterrizado en Bogotá, ciudad capital, ubicada en la cumbre de montañas, concretamente sobre la cordillera oriental de los Andes… Dicen que a dos mil seiscientos metros de altura sobre el nivel del mar, por lo que a los desadaptados les da soroche, es decir, mal de altura. No es mi caso.

Aquí he observado un extraño fenómeno, en las mismas dos semanas, entre el 11 y el 27 de marzo del 2016, se celebraron tres festivales de teatro en la misma ciudad: El Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá, El Festival de Teatro Alternativo y El Off, que se estrenó este año. Sin embargo, según me dijeron los entendidos, en realidad se desarrollaron más celebraciones porque también se realizó el Primer Encuentro de Mujeres Performers y otro evento teatral del que no recuerdo el nombre… y lo más curioso es que, al parecer, hubo espectadores para todos los festivales.

Por supuesto no asistí a todo, ni siquiera lo intenté. La sola idea de llenarme de compromisos diariamente, de tener que elegir obras entre cientos de posibilidades, me pareció agobiante. No estaba preparada para todo ese ajetreo, creo porque estoy envejeciendo, pues también reconozco que en otro momento existencial habría intentado ver una o dos obras al día, y por otro lado, asistir a todos los encuentros con directores. Tal vez estaba cansada porque durante todo febrero y buena parte de marzo estuve re-organizando el nuevo rumbo.

Aún así, asistí a varios espectáculos en el marco del Festival Iberoamericano, pues me inscribí a un seminario sobre crítica teatral que estaba a cargo de una francesa extraordinaria llamada Brigitte Prost, una parte del curso implicaba observar obras. Así que vi El país de las mujeres bonitas del colombiano Farley Velásquez en el auditorio León de Greiff de la Universidad Nacional, se trataba de un homenaje póstumo porque Farley desapareció el año pasado en circunstancias que todavía resultan confusas. Al parecer en este país hay cosas que no terminan de cambiar…

También Pequeños territorios en reconstrucción de la compañía mexicana Teatro línea de sombra, una obra de teatro documental, de las mejores que he visto, basada en el caso de la ciudad de las mujeres, ubicada en el departamento de Bolívar, cerca a Cartagena de Indias, dónde un grupo de mujeres desplazadas fundó y construyó una ciudad exclusivamente para ellas y sus hijos. Fue la primera vez que vi, en una obra de este género, vida, luz, futuro y mucha honestidad, en vez de muerte, tragedia y dolor. Fue eso lo que me gustó; Y Un enemigo del pueblo de Henrik Ibsen, en la versión actualizada del director Alemán Thomas Ostermeier, que buscaba empatizar con los hipster alemanes… no fue una mala obra, el problema es que los objetos de la posmodernidad… me cuestan… Y, finalmente, vi La visita de la vieja dama, del Teatro Malandro con la dirección de Omar Porras, sin lugar a dudas la que más me gustó y no solo porque la dramaturgia de Durrenmat es buenísima, sino porque la puesta en escena tiene un rigor, una precisión y una finura que encanta.

A pesar de que mucha de la población bogotana suele viajar por esas fechas hacia otras regiones del país, en esas dos semanas, la capital colombiana se encontraba llena de vida y actividad cultural. Me ha sorprendido positivamente, que entre sus caóticas calles y barrios se respire aire de cultura. Si la situación continúa desarrollándose por este camino, la cosa promete.

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