Y no es coña

Desde un recodo del camino

Cada año paso las fiestas navideñas en Barcelona, consiguiendo algo que a estas alturas de la vida me parece fascinante. Nos reunimos una gran parte de la familia en el piso del Clot donde nací. Nadie antes ni después nació aquí. Fueron a la clínica o al hospital. Esa circunstancia y la edad me otorgan jerarquía. Tras recorrer media ciudad viviendo en diversos pisos, de pasar media vida en Euskadi y arios puntos de residencia, de conocer hoteles, hostales, pensiones, mansiones o cabañas por casi todo el mundo, el darse cuenta de que ese detalle de retorno a un lugar donde diste los primeros pasos, descubriste colores, olores, canciones, letras, libros o caligrafías es reconfortante y que se produce varias veces, de manera esporádica en un curso normal cuando acudo a un festival, una muestra, una feria o un estreno y de manera de concentración en estas fiestas donde nos dedicamos a una memoria arcana. O a la más cercana.

Por lo tanto despertar en un ambiente radiofónico con mi otro idioma de juegos, el catalán, el recorrer esas calles que fueron de tierra, recordar los edificios donde comencé a hacer teatro de manera lúdica, aficionada, para ir construyendo una vocación intermitente hasta que un día se convirtió en una obsesión y posteriormente en una profesión. Si uno es de donde hizo el bachillerato, yo soy de aquí, de Barcelona. Y hasta hace muy poco aseguraba convencido de que mi manera de entender el teatro venía de aquí. Y es verdad. Yo he tenido la suerte de hacer teatro, estudiar teatro, participar en organizaciones gremiales con grandes directores, espléndidas actrices, maestros no muy dados a la pedagogía pero con capacidad de transmitir información.

Sí con ellos aprendí, a la igual que con las revistas existentes, por mis primeros viajes a París, Berlín, Amsterdam, siempre en busca de algo teatral, un estreno, un taller, un festival. Una formación continúa que todavía no ha terminado, pero que en este año 2016 que se acaba, uno se siente ya menos catalán en cuanto a lo teatral. De mis orígenes hasta la fecha he ido colocando otras capas de conocimientos, otros olores escénicos, otros deseos y otros objetivos intelectuales. No reniego, sino que reclamo mi catalanidad objetiva, por ejemplo, era ayudante de dirección y actor en la obra de Jordi Teixidor, «Rebombori 2» que ganó el premio en el ámbito de teatro del Primer Congrés de Cultura Catalana.

Eso no me lo quita nadie, está en las hemerotecas, en los anales. Tampoco el haber estado en 1976 en la Asssamblea d’Actors i Directors, colaborado activamente en tdas als labores y como actor en uno de los montajes. El año siguiente formé parte de la mesa que dirigió el Grec 77 encargándome de prensa y promoción. Bueno, esto sí que me lo han quitado. Jamás se les ha ocurrido llamarme para la cebración de las efemérides rutinarias de estos actos. Ni salen las actas de las elecciones en algún libro que se ha editado. Solamente dos o tres personas reconocen que formé parte de aquella gestión que no fue nada mal. Hay razones. Desde 1979 yo he vivido en Euskal Herria. Les cuesta a muchos darse cuenta de que soy barcelonés. No he estado en la pomada del teatro catalán, nada más que como cronista distante. Y por algunas amistades que se mantiene, aunque se hayan mantenido en Bilbao o Madrid.

Insisto, todo lo que aprendí en primera instancia, lo que me ha dado carácter, es de origen mediterráneo, lo que digo es que hoy ya no lo veo tan claro, que cuando escribo me suena palabras latinoamericanas que desconocía, que los acentos forman parte de mi escritura y que ideológicamente, mi actitud ante este mundo en el que vivo, es bastante más amplio, que he aprendido en los treinta años tanto o más que en los anteriores treinta años. Y que eso se detecta mejor cuando uno está en un rincón pequeño del mundo, donde nació y nota que la vida es eso que recordamos. Y que el teatro se forma de memoria, emoción y ruegos y preguntas a los dioses.

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