Y no es coña

Desubicados

Sin excusas: tengo el día cenizo. Debo tener una subida de ácido úrico y una bajada de azúcares, pero siento el páncreas más activo que otros lunes y eso significa que debo rescatar las imágenes de cuevas más lejanas y proclives s la melancolía.  Esta semana que empieza tengo una agenda verdaderamente excitante, en Madrid, Murcia y Alicante. Toneladas de ilusiones, profesionalidad, esperanzas puestas en obras, galas, ceremonias, presentaciones, y sin embargo, algunos seres de mi especie vamos con una duda metodológica que nos hace arrastrar los pensamientos. ¿Qué lugar ocupa el Teatro en nuestra sociedad, hoy noviembre del año 2017?

Visitar otros lugares, ver otras colas, otros escenarios, otras plateas llenas, casi llenas o medio vacías, es lo normal. No hay un lugar en la tierra donde se produzca la ocupación total, todos los días de programación. Pero uno intuye que son unos públicos fiables, asegurados, que compran sus abonos de temporada o de festival, que tiene puesta en su vida la asistencia a espectáculos en vivo, sean de teatro, danza o música, además de museos, cinematógrafos y otros hábitos culturales que los identifica.

Y me referiré solamente a Polonia, de donde he venido hace muy poco, y Brasilia, que estuve a finales de Agosto. Yo me siento rodeado de jóvenes, de maduros, de ancianos, todos juntos en la misma ceremonia, en la misa obra, ante la misma representación. Estoy señalando dos realidades totalmente diferentes, pero que me provocan la misma sensación. Todos los problemas existentes,  sean económicos, de censura, de estructuras o de acciones mal planteadas de los gobiernos acaban siendo superadas por una tradición y un compromiso. Y en el compromiso de las artes en vivo, no solamente es algo que se deben ejercer desde la institución, gobierno o los creadores, sino que se debe implicar a la ciudadanía.

La crisis catalana está provocando una situación de pánico en las salas de teatro de toda Catalunya. Me dicen en Madrid que también se nota, que esta agitación política, esta desazón, este espectáculo supera a todos y hay un retraimiento de presencia en las salas. No quiero hurgar en la herida, si se hacen programaciones casuales, oportunistas, los públicos oportunistas y que acuden a reclamos no culturales sino comerciales y de presencia televisiva, se vuelve más reacio y miedosos ante la incertidumbre. Lo de Barcelona es grave. O muy grave. Datos oficiales de los empresarios hablan de una bajada del 70 %  de ocupación lo que es un terremoto.

Por eso me sigo preguntando, quizás con una injustificada amargura, ¿qué pinta el Teatro en casos de extrema convulsión social? No quisiera ver, y menos admitir,  que nos hemos convertido en un adorno, un entretenimiento, una salida terapéutica. Debería ser el lugar donde rompieran todas las aguas, donde se lograse la gran ceremonia de excelsa ciudadanía y de anunciación de los tiempos nuevos. Mientras tanto no sé si estoy yo más desubicado que cierto teatro de uso y consumo que se programa en instituciones públicas. Y privadas.

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