Sangrado semanal

Diablillos

Un semáforo en rojo. Varios viandantes esperando a que el disco cambie de color. Ausencia de coches. Uno de los transeúntes mira a derecha e izquierda y decide cruzar la calle. Y, sin más, tres de las personas que esperaban en la acerca, cruzan también.

Hay una cita de Goethe de 1774 que dice: «Quien observe las reglas jamás producirá nada malo ni carente de gusto, del mismo modo que quien se deje moldear por las leyes y el bien estar nunca será un vecino insoportable ni un canalla redomado. Sin embargo, ¡toda norma destruye, se diga lo que se diga, el verdadero sentir de la naturaleza, así como su verdadera expresión! Y yo me pregunto: ¿Podemos sustituir en este caso la palabra naturaleza por la palabra arte?

Recientemente, en pleno 2012, en un teatro ocupado de Roma, me contaban: «Sabemos que nos encontramos en una situación de ilegalidad. Pero, ¿quién va a cuidar mejor de este lugar que quien lo ama profundamente?» Con esta acción, claramente prohibida, estas personas van labrando un camino, hasta ahora inexplorado, que va creándose a medida que pasan noches y días ahí dentro, sin abandonar dicho espacio.

Esto me lleva pensar en los pioneros, me refiero a los primeros. A esos que van por ahí iluminando el camino, abriéndose paso entre zarzas o atravesando desiertos. Una vez que alguien se ha aventurado a hacerlo, muchos más cruzan el semáforo en rojo. Es entonces cuando aparecen formaciones o artistas con el mismo estilo, el mismo lenguaje, el mismo deje en la voz que aquella persona que cruzó primero. A aquellos que señalan un camino recorriéndolo por primera vez se les suele denominar visionarios, porque han visto algo allí donde otros no veían nada.

Si nuestra vista resulta ser demasiada corta como para convertirnos en primeros aventureros, al menos podemos decidir activamente a quién nos enganchamos artísticamente y no ser como esos transeúntes que cruzan el semáforo en rojo sin ser siquiera conscientes de que lo están haciendo porque han visto cruzar antes a otro. Se tratará entonces de una decisión responsable que nos acercará más a la posibilidad de recoger el testigo y emprender algún día la búsqueda por nuestra cuenta.

Aunque, en un mundo donde cada vez hay menos recovecos desconocidos y donde la sensación de saciedad abruma, yo pregunto: ¿Dónde está ahora el desierto? ¿Dónde la grieta? ¿Dónde está la selva por la que abrirse camino a machetazos o saltando de liana en liana? O dicho de otro modo: ¿Alguien tiene idea de dónde está el paso de cebra con el semáforo en rojo que hay que saltarse?

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