Mirada de Zebra

Diario de escena (I): Aquella tormenta lejana

¿De qué tormenta viene el agua que baja por este arroyo? ¿De qué tormenta viene el agua que después de bajar por este arroyo, ha tomado el desvío de una tubería para salir por la fuente de un sendero? El agua de una fuente que ha saciado la sed de un niño que corretea en por el monte un domingo por la mañana. El agua que tras saciar la sed de un niño se ha convertido en inocente orina y que ha mojado la hierba que crece a la vera de un árbol. Un rocío amarillo que con el primer calor del día se evapora formando la clásica niebla matutina. La niebla que después de ser transportada por un viento inesperado, se diluye en el agua de un pantano comunitario. ¿De qué tormenta viene entonces el agua que ha sido arroyo, fuente, orina de niño, niebla, pantano y que en estos momentos aguarda en tu mesa contenida en un vaso a la espera de ser bebida?

Pienso en el origen del espectáculo que tenemos entre manos y mi mente juega a responder con una pregunta, que a su vez engendra otra pregunta, y que también ésta sólo encuentra contestación con otra pregunta. El ciclo parece no tener fin. Una compañía estable que se junta para hacer posible el teatro también cuando no hay contratos ni espectáculo por medio, establece un microcosmos particular donde uno tiene la extraña y posiblemente imaginaria sensación de que la vida se acelera y se intensifica, que el zumo del día, más o menos dulce, siempre sale más concentrado. Los sucesos se condensan hasta solaparse unos con otros. Es tal vez por esta razón por la cual en una compañía de teatro la ley de la causa y el efecto es más difícil de seguir, y probablemente también por la cual hablar de algo tan sencillo como el origen de un espectáculo resulta tan complejo.

En cualquier caso, haciendo el ejercicio de traducir a un razonamiento lógico lo que es fruto de la ilusión, de mucha siembra con poco fruto, del diálogo permanente entre el ensayo y el error, uno puede llegar a ciertas conclusiones, a establecer un guión más o menos coherente de lo que ha llevado a la creación de un espectáculo, aun sabiendo que mis compañeros, desde su perspectiva, pueden tener otra visión igualmente válida. Así las cosas, si me pierdo en este juego de la memoria, tengo la impresión de que el primer indicio de lo que hoy trabajamos como un espectáculo no es un personaje ni un texto, sino un material: el hielo. La idea de crear un espacio con hielo que se fuese fragmentando, diluyendo, hasta convertirse en agua que lo anegase todo sin que nadie pudiese hacer nada para impedirlo, comenzó a flotar en el ambiente de trabajo. El hielo seducía al ojo por su imagen plástica y, al mismo tiempo, el pensamiento se agitaba ante el ineludible derretirse de la belleza, proyectando en el espacio un macabro juego de impotencia, o tal vez un elogio del instinto de vivencia cuando el ahogo es casi seguro.

La pregunta consiguiente parece obvia: ¿Quién puede habitar un lugar de hielo que irremediablemente acaba convertido en agua? Y entonces apareció Ofelia, el personaje de Shakespeare, su apasionado amor por Hamlet que acaba en infortunio, y su enigmático suicidio en el río. La indagación dio comienzo: ¿Cuál es la historia de Ofelia? ¿Qué se esconde detrás de ese personaje que en el Hamlet de Shakespeare ocupa un segundo plano? ¿Su locura puede explicarse simplemente por la ruptura de un amor platónico? ¿Es sólo una víctima inocente de las circunstancias? ¿O quizá es un personaje que oculta un mundo interior más convulso, con mayor hondura, un personaje que busca su autonomía, un lugar propio donde experimentar intensamente la vida, frente a un entorno que la anula y la amedrenta? Fantaseando con una historia sobre Ofelia, que diese relieve a lo que en Shakespeare es sólo sugerencia, tuvimos un hallazgo crucial, pues ya se había encargado alguien de escribir esa historia: en 2001 Steven Berkoff publicó «La secreta vida amorosa de Ofelia», un drama que, respetando la estructura dramática del drama de Shakespeare, reúne las cartas de amor encendidas que se escriben Ofelia y Hamlet.

La primera fase de experimentación práctica tenía pues como ejes al hielo y a la historia velada de Ofelia y Hamlet. Tiempo después encontramos otro anclaje dramatúrgico fundamental: Virginia Woolf. Había una asociación obvia para introducirla: ella también se suicidó ahogándose en el río. Con el trabajo descubrimos otras conexiones entre Ofelia y Virginia Woolf, en un principio insospechadas, que nos empujaron a crear una dramaturgia sobre la base de estas dos historias. Fue entonces cuando entró a trabajar con nosotros Josu Montero, para elaborar en estrecha colaboración la dramaturgia textual del espectáculo. A partir de ahí fuimos perfilando con mayor detalle la concepción de la puesta en escena.

La tormenta que dio origen a aquella idea primeriza del hielo queda hoy muy lejana. Ahora es una historia que quiere ser narrada sobre la escena, con hielo, con la palabra, con el cuerpo, con el canto, con los objetos, con la música, con la iluminación y con todo aquello que surge entre estos elementos cuando hay un equipo que se entrega a corazón abierto a una creación colectiva. Se titula «Rojo al agua». Sobre su desarrollo íntimo hasta el estreno, que tendrá lugar en Kultur Leioa el 16 de diciembre, hablaré en las siguientes semanas. Les espero.

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