Críticas de espectáculos

Don Juan Tenorio / José Zorrilla / Pedro Antonio Penco

 

Un fascinante ‘Don Juan Tenorio’

 Curiosamente, «Don Juan Tenorio” de José Zorrilla, el drama religioso-fantástico sobre difuntos más representado y versionado del teatro español, que en algunos lugares se ha convertido en un acontecimiento popular, no se había escenificado nunca en este Festival que se celebra en fechas que coinciden con la noche de las ánimas. En Extremadura, sé de buena tinta que -en la década de los 60- fue el veterano actor Paolo de Atalaya quien lo puso en pie, protagonizando él mismo de forma ortodoxa y leal al controvertido personaje que por antonomasia representa al hombre seductor y mujeriego universal. Después, no recuerdo que haya habido más montajes.

Mostrar el Tenorio al público de hoy en día –estructurado en dos partes, la primera en cuatro actos y la segunda en tres, con duración de tres horas- requiere sin dudas dotes de equilibrista, ya que el más mínimo descuido lo puede llevar al disparate. La última versión que conozco, dirigida por Blanca Portillo fue un espectáculo innovador (con el estilo de T.Pandur), pero disgustó a mucho público por su excesivo contenido feminista (de un Don Juan que no es redimido sino escupido por Doña Inés). Y es que el Tenorio tradicionalmente ha gustado tal como esta escrito, sin demasiados arreglos en el contenido o en la forma. Es un clásico, del que el gran crítico Clarín dijo: “El Don Juan es grande, como lo son la mayor parte de las creaciones de Shakespeare, de un modo muy desigual y a pesar de su desigualdad”.

¿En qué consiste el atractivo de esta pieza de nuestro teatro romántico para que aún se represente? Lo que de vivo hay en la obra no hay que buscarlo en la verdad y profundidad de su universo dramático ni en la universalidad de sus personajes ni en el “mensaje” romántico de su creación, ni en la expresión poética, ni en la autenticidad de una toma de conciencia de la realidad. La virtud fundamental de “Don Juan Tenorio” estriba en la poderosa capacidad de teatralización del texto. Cuando en el teatro nosotros, tan alejados de la sensibilidad y de la concepción del mundo de los románticos, aplaudimos esta obra no aplaudimos otra cosa que la plenitud del absoluto teatral. Además, el remordimiento del que Don Juan presume carecer, todavía es asunto de actualidad, aunque el cretino se jacte entre tumbas y espadachines. Hoy en día el hombre sigue temiendo lo que pueda haber más allá y lo que puedan decir de él una vez deje el más acá, y Zorrilla, nos lo subraya.

Este año, ha sido la compañía extremeña Amarillo Producciones quien ha resucitado de entre los muertos a este paradigma popular de nuestro teatro, para representarlo en el Festival del Siglo de Oro de Cáceres (un lugar apropiado), Festival de Teatro Contemporáneo (sólo especial para la noche de ánimas) y en “Don Juan en Alcalá de Henares” (tradicional evento de Interés Turístico Nacional montado desde 1984 en 5 escenarios del casco antiguo amurallado), encargando su adaptación a Miguel Murillo y la dirección a Pedro Antonio Penco.

Murillo, es respetuoso con la obra metiendo apenas la tijera –reduciendo personajes prescindibles considerando las posibilidades de la producción- y permitiendo contar la historia sin perder su esencia. Realiza la selección de escenas sustantivas evitando inercias populistas y modifica con esmero el verso allí donde esta cautivo de ripio. Penco logra con plenitud la categoría de lo teatral sabiendo cómo caminar con una sola pierna sobre esta cuerda floja. No le falta el latido nervioso de lo auténtico y ni se pierde en una parafernalia de gritos, golpes y efectismos. Conduce con pulso las acciones de los actores y la miscelánea mágica de apariciones y tramoya. Los versos ardientes –que han recibido desde que fueron concebidos todo tipo de envites-, en su espléndido montaje de sensuales y frías atmósferas, se deslizan sin temor de mirar al vacío junto al juego escénico que se enreda y desenreda sin balancear y van salvando a Zorrilla de la caída libre.

Las interpretaciones en general adquieren un brillo singular, más allá de lo que el propio texto les concede. Cada miembro del reparto contornea y perfila su propio personaje logrando la organicidad adecuada. Guillermo Muñoz Serrano (Don Juan) logra una luminosa actuación: magnética, matizada, descarada, fascinante. Este joven actor, de talante desgarrado, rotundamente varonil, se doctora en este papel (como lo hicieron otros grandes actores). Fermín Núñez (Don Luis) está soberbio dando réplica al protagonista. Ambas actuaciones vuelan alto haciendo resonar tanto las espadas -en singular duelo teatral- como la declamación de un verso clásico limpio, despojado del engolamiento y la grandilocuencia, sin perder la musicalidad. Ana Batuecas (Doña Inés), está radiante, mimando su blanca ingenuidad -en buena química con Don Juan- de ese rol de amor y dolor, mezcla de mito y golosina. Francis Lucas (Ciutti), exhibe con dosis de comicidad ocurrente al criado rufián.

También destacan las actuaciones impecables de Rafa Núñez (Don Gonzalo), Elena de Miguel (Abadesa), Javier Herrera (Don Diego), Gema González (Lucía) y Juan C. Castillejo. Este último, con fenomenal voz, multiplicando sus registros dramáticos en el desdoblamiento de varios personajes. 

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