Desde la faltriquera

Donnellan ataca de nuevo

Las presentaciones de nuevos espectáculos de Donnellan en Madrid revisten carácter de acontecimiento: localidades agotadas con mucha antelación, clima de expectación, confianza en disfrutar de una buena función, seguimiento sin toses y rendición final traducida en clamorosa ovación. El director inglés al frente de Check by Lowl y, de ordinario, con un Shakespeare poco frecuentado no defrauda, e incluso se le perdonan los desaciertos, si los hubiere. Cuento de invierno, programada en el María Guerrero, no ha sido una excepción.

Como es conocido, esta obra de Shakespeare tiene una datación próxima a La tempestad y Cimbelino (1610-11) y las tres presentan dificultades para la escenificación por la diversidad de temas, géneros, personajes y sus transformaciones, además de estar tocadas por una fantasía desinhibida y desembridada. De hecho, Cuento de invierno, libremente se traduce por cuentos de viejas, narraciones contadas sin orden ni concierto. Leontes, el rey de Sicilia se asemeja a Otelo por sus celos y desencadena una tragedia que termina con la vida de su esposa Hermione, la huída del Políxenes, sospechoso y rey de Bohemia, y la ocultación en contra de la sanción real de Perdita, la hija que Leontes sospecha, es fruto de la relación adulterina. Prosigue con una comedia de ambiente pastoril y termina con final feliz, un encuentro onírico y emotivo entre Hermione y el rey de Sicilia, y bodas de los hijos que restablecen la situación de origen, la amistad entre los reyes, y otras que premian la fidelidad de los servidores.

Las dificultades de Cuento de invierno proceden tanto de transitar por géneros diferentes y ensamblarlos, como de explicar a los espectadores las múltiples e impensadas transformaciones de los personajes, que cambian el rumbo de la fábula, obedeciendo más a la fantasía de Shakespeare, que no respeta la coherencia interna de la historia. Manejar todos los hilos de la comedia y tejer con ellos un tapiz, con una escenografía esencial (una caja rectangular que se abre y tres bancos) resulta una tarea digna de elogio de Donnellan y Ormerod, escenógrafo y consejero aúlico.

Donnellan es un maestro en el difícil arte de la narratividad escénica, que permite la comprensión y el seguimiento sencillo y expectante a un tiempo de las más complejas tramas narrativas, porque sabe como pocos, saltar y transitar el camino de ida y vuelta desde la estructura profunda (la que define las relaciones según la lógica) a la estructura superficial (que permite la variedad de acciones y localizaciones, relaciones entre personajes de diferente rango y todo cuanto no afecte a la nuez narrativa de estructura profunda). Además subordina con equilibrio la segunda a la primera. Así ni se pierde en lo anecdótico que impide seguir el sentido de la fábula, ni sucumbe en el desarrollo de ideas fuertes encarnadas por los protagonistas, que pueden aburrir por su monotonía y contundencia ideológica.

Esta vinculación de ambas estructuras supone un estudio y conocimiento profundo de obra, dramaturgo y escenificación. De aquí deriva un texto dramático, fiel al original, pero distinto: abreviado en parlamentos, resumido en disquisiciones, trasladado a un lenguaje sígnico interpretativo, de espacio (escenográfico y sonoro) e iluminación (cuanto puede contarse a través de un lenguaje no verbal). Pese a esta eficacia, Cuento de invierno adolece de un punto esencial del texto fuente, el de Shakespeare, el carácter mágico de la tragicomedia. Se echan en falta, el encanto verbal de las palabras, el aire misterioso de las figuras retórica, no trasladadas a lenguaje escénico y elementos de significación, la simplificación, la no translación escénica de ese clima prodigioso y férico, que rezuma el texto en la fiesta pastoril, el ocultamiento de los personajes tras caracterizaciones ensoñadas y halos misteriosos, y algunas cuestiones más que la fantasía del dramaturgo ha volcado en su obra. Sensu contrario, sí consigue la magia en la complicada escena última, expresada casi sin palabras, que impide el deslizamiento hacia el melodrama, y sorprende con un clima delicado y sutil, evanescente y maravilloso.

Se aprecian, como es habitual, la capacidad compositiva de Donnellan, que en su proxemia dice mucho, la dirección de actores contenidos, con una envidiable igualdad interpretativa y riqueza de matices en la expresión oral, enriquecedora de la acción dramática, y el tempo de la escenificación, donde se alternan la rapidez de algunas escenas, la energía de otras con el reposo, cuando lo requiere el texto.

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