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Dramaturgia coreográfica de la posproducción. Ludvig Daae

Desde sus inicios hasta hoy, sigo con atención el Festival Internacional de Danza Contemporánea de Guimarães (Portugal), el GUIdance, que en su sexta edición dirige Rui Torrinha.

«La historia de la presencia del cuerpo en escena, en contrapunto con el rechazo de la representación» sigue orbitando en las propuestas de la danza contemporánea programadas en el GUIdance 2016, en una búsqueda intensa por «afectar», implicar a la recepción.

Al margen de las problematizaciones y complejidades estéticas y artísticas, derivadas de una época en la que seguimos necesitando cuestionar las narrativas vigentes, la danza sigue conectando con las zonas más hondas de lo humano.

Un ejemplo hermoso y elocuente sobre esa danza que ahonda en las inquietudes existenciales, sin por ello ser existencialista, es la del coreógrafo y bailarín noruego LUDVIG DAAE junto a la artista audiovisual JOANNA NORDAHL, en el espectáculo HYPERFRUIT, que se estrenó en Portugal el 6 de febrero de 2016.

Hace dos años, en la edición del GUIdance 2014, Ludvig Daae ya nos había mostrado un trabajo en el cual establecía un diálogo performativo entre su imagen virtual, audiovisualmente proyectada en el escenario, y su imagen real, buscando un juego de interacción con un tono cercano a la comicidad, pese a las dimensiones dramáticas de esa soledad que se desdobla en un espejismo relacional. Aquel trabajo, titulado MM, ya utilizaba el método de posproducción de su imagen para indagar en las paradojas del «yo» en un mundo mediatizado por la tecnología. (Véase, al respecto, el artículo publicado, en esta misma sección de Artezblai, bajo el título «Guidance: donde la danza es teatro en cueros», el 14/02/2014.)

En esta sexta edición del GUIdance 2016, HYPERFRUIT juega con dos presencias reales, las del dúo Daae – Nordahl, creadores y actuantes, que, a la vez, se desdoblan e interactúan con sus imágenes virtuales, a través de dispositivos audiovisuales como la web cam, el video mapping y la sincronía yuxtapuesta de acciones audiovisuales y reales.

En el contexto plástico dinámico de HYPERFRUIT se insieren otros objetos de la cultura pop actual y reciente, contribuyendo a una ampliación del universo icónico, que se nos presenta como una rica y colorista cesta de frutas variadas.

Pero ese tono colorista, pop, con un toque neobarroco, destila, sin embargo, una fuerte cohesión expresiva y existencial. La fragilidad del ser humano, los fluidos de los que se compone (sudor y lágrimas), tras el aséptico glamur de las pantallas, alejado del tacto, aislado y fragmentado en ventanitas de un dispositivo electrónico. Esa disyunción emotiva de la imagen separada de la mirada por un vidrio. La posproducción de la imagen.

El escenario en HYPERFRUIT es una pantalla blanca que abarca suelo y pared de fondo, desde el proscenio hasta el foro, en continuidad sin ángulos, como una lámina. Se trata, pues, de un escenario receptivo a la plasticidad de las imágenes del movimiento.

El espectáculo comienza con Joanna y Ludvig bailando abrazados en la derecha, mientras sus imágenes virtuales, agigantadas, observan y hacen comentarios sobre la pareja que baila abrazada.

Se produce aquí una intensificación rítmica por contraste semántico-psicológico entre los conceptos sujeto/objeto, real/virtual, presente/diferido, observador/observado. La imagen virtual agigantada de Ludvig y Joanna se convierte en sujeto que observa y comenta. Mientras que la presencia real de la pareja, que baila abrazada, se convierte en un objeto, observado, empequeñecido, paradójicamente aproximado gracias a esa distanciación generada por los observadores-comentadores virtuales.

El efecto contrario al del narrador brechtiano. Aquí esa función del narrador, virtual y amplificado, refuerza una identificación existencial con la parejita real, que baila abrazada en una esquina.

Lo virtual mira lo real como a un espécimen extraño e inverosímil. La pareja se abraza y baila muy lentamente, casi sin moverse, como si el baile de pareja fuese danza Butho.

Esa doble observación de la pareja que baila lentamente, abrazada, por parte de la pareja virtual y por parte nuestra, descarga sobre su acción sentidos encontrados: ¿amor o desesperación? ¿Qué ciñe ese abrazo?

La presión de la mirada. La mirada nuestra sobre la mirada de la pareja virtual. Esa presión de la mirada sobre la duración del abrazo y el baile, más la consciencia de que el final de esa acción será, necesariamente, la separación de la pareja, produce un cierto dramatismo. La repetitiva acumulación del baile, que se extiende temporalmente, como si la separación fuese difícil, le añade un toque ritual que se suma a esa hondura existencial.

Sobre el escenario también aparecen, en el nivel virtual que se trenza con el real, una serie de mujeres artistas famosas, del mundo de la televisión, la música y el cine. Mujeres cuya imagen ha devenido icono pop dentro de un sistema de consumo fagocitador. Estrellas de imagen controvertida que, de alguna manera, han sufrido o sufren el rechazo y el aislamiento, confinadas en una burbuja, hipercontroladas por la prensa rosa.

HYPERFRUIT las homenajea y reivindica, hace entrar estrellas pop, víctimas del sistema de consumo que las encumbra, en un espectáculo de danza-teatro para un público más alternativo o selecto. Las ídolos de masas, perseguidas por fans y vituperadas por legiones de detractores, entran en un espectáculo de danza-teatro que se mueve por circuitos culturales y artísticos selectos. Otro efecto de posproducción y distanciamiento.

Entre esas divas mediáticas: Adele, Britney Spears, Ciara, Amanda Bynes, Caitlyn Jenner, Lindsay Lohan, Miley Cyrus…

Adele, en su conocida canción, titulada «Hello», llama para disculparse, tiempo después, cuando seguramente esa disculpa ya ha perdido el sentido. La llamada, mediatizada, posproducida, por un dispositivo telefónico, es la inversa a la de LA VOIX HUMAINE de Jean Cocteau. Tiempo (después) y espacio (la lejanía tele-fónica) introducen una distancia dramática y, a la vez, mítica.

Britney Spears asume la batalla contra su objetualización.

En la pantalla-escenario, al lado de las imágenes de estas mujeres aparecen frases que comienzan: «Odiada por…» y, según el caso, continúan: «… cambiar la apariencia.», «… ser adicta.», «… por ser ella misma.», «… por luchar, abiertamente, contra el bullyng.»

En HYPERFRUIT, además, se transita del plano social y personal-íntimo al plano onírico, en el que se genera la emoción estética.

Curiosamente, parece como si el plano onírico-fantasioso, ensoñado, fuese la encrucijada o la intersección entre el plano social, relacional, y el personal e íntimo.

Una acción lumínica protagoniza una de las secuencias más misteriosas y fascinantes: Joanna sujeta un foco del que sale un cono de luz que se dibuja en la tiniebla. Mueve ese cono de luz hacia el público, como un faro en la costa en una noche de brumas. Desde el centro absorbente del cono lumínico parece observarnos un ojo incandescente que nos deslumbra.

Una nube de humo blanco hace flotar a Joanna Nordahl, vestida con un traje de plástico azul, en esa especie de homenaje post-mortem a las divas estrellas.

La música pop suena con un tratamiento que potencia los bajos, situándolos en primer término, mientras la voz de la canción queda relegada a un fondo espectral. Otra vez la lejanía, melancólica, de lo humano.

Ludvig Daae danza con el torso envuelto en gasas, entre vendaje y blusa de diseño. En sus piernas, en una malla ajustada, destellan brillantes de colores. El bailarín se convierte, de este modo, en una figura plástica cuyo movimiento transforma en poesía la escena.

Se abren pequeñas ventanas virtuales por la superficie blanca del escenario. Introducen secuencias conversacionales. El secuestro de lo humano por lo tecnológico.

Aparece una gran imagen del Partenón de Atenas, Ludvig y Joanna ejecutan movimientos dancísticos lentos que parecen Taichí.

En ese collage, uno de los números más evocadores y mágicos, es la danza a dúo con ropa luminiscente, delante de un ciclorama que va adquiriendo temperaturas cromáticas. Los bailarines se invisten, aquí, de una apariencia extraordinaria, casi como figuras siderales o estelares. La luz irradia de ellos.

Suena Miley Cyrus y se proyecta un videoclip en el que Joanna y Ludvig hacen playback mientras aparecen en poses y movimientos esculturales, dorados, impregnados en purpurina. Elegancia y fragilidad.

El juego con la disyunción de acciones se acentúa cuando son los propios bailarines quienes realizan el doblaje de sus imágenes virtuales mudas, poniéndoles voz, sincronizada en directo.

La intermediación de la web cam o de la pantallita del Smartphone actúa como testimonio diferido, en relaciones entre la persona y alguien virtual.

HYPERFRUIT acaba con una imagen que impacta por su belleza y por el desvalimiento que parece desprender.

Las llamas gigantes, proyectadas sobre toda la superficie blanca del escenario, pasan al recuadro de la pantalla de un ordenador portátil que Joanna ha dejado en el centro del escenario.

Los dos bailarines se acurrucan delante de esa pantalla del ordenador portátil, como si fuese una chimenea.

¿Existe el calor tecnológico? Esas llamas que se mueven en la pantalla del portátil nos muestran una especie de paradoja: el hogar, el refugio… ¿pueden ser virtuales? ¿Y nosotras/os? ¿Y nuestras relaciones? ¿Pueden ser virtuales?

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