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Dramaturgia perturbadora. Go Down, Moses de Romeo Castellucci

Al margen del entretenimiento confortable que, básicamente, confirma nuestras actitudes e ideas, se yergue aquel teatro que nos seduce y, más que entretener, nos ocupa. Me refiero a aquel otro teatro difícil de explicar. Aquel otro teatro, por tanto, difícil de analizar, porque se escapa de los métodos establecidos de análisis: fábula argumental, personajes, espacio y tiempo ficcionales. Aquel otro teatro que se escapa del narcisismo del reflejo realista en el espejo del escenario. Aquel otro teatro que, en consecuencia, también nos niega la posibilidad de identificarnos (reflejarnos) para confirmar o debatir nuestra manera de entender el mundo y la vida. Aquel otro teatro que no pretende convencernos de nada, que no pretende hacernos pensar, que no pretende hacernos cuestionarnos, que no pretende hacernos pasar el rato de manera entretenida. Aquel otro teatro que no pretende.

Porque este otro teatro no se arroga esa superioridad de guía ideológica y porque nos considera capaces de pensar, hacernos preguntas o entretenernos, por nuestra propia cuenta y riesgo, sin necesidad de pagar una entrada y sentarnos en una butaca.

Dentro de ese otro teatro al que me refiero aquí está el de Romeo Castellucci y su compañía Socìetas Raffaello Sanzio.

Otro teatro que se caracteriza por la fuerza evocativa de las imágenes y de un espacio sonoro extraordinario, en la mayoría de las ocasiones debido a la música de Scott Gibbons.

El XXXIV Festival de Otoño a Primavera de Madrid, que comienza a dirigir Carlos Aladro, se inauguró con el estreno en el Estado español de GO DOWN, MOSES, de Romeo Castellucci, una producción de la Socìetas Raffaello Sanzio del año 2014, que sigue de gira internacional.

El sábado 15 de octubre de 2016, en los Teatros del Canal, tuve la oportunidad de revalidar mi admiración por la obra desasosegante de Castellucci.

Este creador italiano continúa situándonos ante composiciones de imágenes-acciones perturbadoras. Continúa sin indicarnos qué es lo que tenemos que pensar, sin embargo, su teatro nos da mucho que pensar.

GO DOWN, MOSES hibrida un inquietante hiperrealismo, de trazo gélido, con alguna escena de corte dramático (protagonista, antagonista, conflicto), junto a un despegue surreal y onírico que nos lleva a la época de las cavernas, a la tribu más primitiva que podamos imaginar.

En medio, insiere acciones disruptivas que nos absorben por su anómala presencia. Por ejemplo, la secuencia casi abstracta que, en dos ocasiones, protagoniza un enorme cilindro-turbina que gira, ruidosamente, en el proscenio, y sobre el cual bajan cabelleras sin cabeza ni cuerpo, hasta enroscarse y chirriar.

En el centro simbólico la mujer, el parto, la muerte, el nacimiento y la creación, la sangre, el sexo… La parte femenina de la creación artística que radica en una receptividad y una calidad de la escucha. La fuerza inmensa de la figura alegórica de la madre y, a la vez, la más extrema vulnerabilidad, como centro, a su vez, de nuestra existencia.

La dramaturgia de Romeo Castellucci destaca por su acertada síntesis estructural de los cuadros o secuencias. Recordemos, por ejemplo, SUL CONCETTO DI VOLTO NEL FIGLIO DI DIO (del cual puedes encontrar un análisis, en esta misma sección de Artezblai, en el artículo titulado «La mierda y el espíritu, según Romeo Castellucci», publicado el 4 de junio de 2016).

La estructura de secuencias, aquí, es extremadamente sencilla: un padre anciano y un hijo en edad laboral que intenta salir al trabajo, pero el padre sufre incontinencia y se caga y el hijo lo limpia y lo cuida. Esta secuencia de acción se repite, en variaciones, hasta que la mierda del padre desintegra el espacio burgués acomodado e impoluto y nos desacomoda a nosotras/os, añadiendo incluso el apestoso olor a mierda, para concluir con un coro de niñas y niños que, en sus mochilas escolares, portan granadas de mano, que lanzan contra la gigantesca imagen serenísima, que preside el foro del escenario, del Cristo Salvator Mundi de Antonello da Mesina.

Una síntesis estructural que, sin embargo, despliega una arrolladora fuerza centrífuga, plástica, sonora y emocional, con consecuencias polisémicas tan impactantes e incómodas como algunos de sus efectos sensoriales directos. Y es que el binarismo clásico forma-contenido, signo-significado, aquí está reventado, literalmente explosionado, por la fuerza de esas imágenes dinámicas y de ese espacio sonoro de alcance sísmico.

Otro ejemplo radical sobre la sencillez en la estructura dramatúrgica es SCHWANENGESANG D744 de Romeo Castellucci y Valérie Dréville (del cual puedes encontrar un análisis, en esta misma sección de Artezblai, en el artículo titulado «Cuaderno d’Avignon 13. Rapsodias del dolor», publicado el 28 de julio de 2013).

Aquí el lieder de Schubert y dos figuras femeninas solitarias revierten el dolor al espacio escénico, que se arruga, se desconcha, restalla y erupciona de manera surreal, monstruosa, aturdidora.

Volviendo a GO DOWN, MOSES tenemos, de nuevo, esa esquemática estructura de acciones, que se complejiza asombrosamente en la textura plástica y sonora, así como en las relaciones inauditas, insospechadas, entre los elementos conformantes.

En un primer cuadro, tras un telón que nubla la escena dándole un toque de alejamiento onírico, vemos hombres y mujeres, elegantemente vestidos, trajeados, que se pasean, silenciosos, entre algún murmullo, por una enorme habitación sin muebles ni objetos, solo cortinajes blancos de fondo. Un deambular semejante al que mantenemos en la galería de un museo, pero aquí sin referencias, sin objetos a los que mirar, excepto una gran lámina con un conejo pintado, que cuelga en la parte izquierda del fondo.

El segundo cuadro viene protagonizado por esa enorme turbina-cilindro que gira en el proscenio a vertiginosas revoluciones por segundo y sobre la que bajan cabelleras, que se enroscan y chirrían. El girar vertiginoso de la máquina parece amenazar la integridad de la sala. Estamos ante un motor que podría desencajarse de sus ejes. Un acelerador que nos catapulte hacia otras dimensiones espacio-temporales.

El cuadro tercero nos muestra un cubículo que es un cuarto de baño en un espacio público. En él una mujer se desangra por entre las piernas, se retuerce. El baño blanco muda a rojo. Alguien golpea la puerta. La mujer tira de la cadena de la cisterna del wáter, abre el grifo de agua, para indicar el que baño está ocupado y sigue intentando frenar la hemorragia, detener la hecatombe apocalíptica.

En el cuadro cuarto vemos un contenedor de basura lleno de bolsas que asoman. Y escuchamos el plañir de un bebé.

En el cuadro quinto, en el escenario desnudo, una mesa de despacho y un interrogatorio, en modo drama realista extrañado, de un hombre que interroga a la mujer sobre el paradero del bebé. Ella, envuelta en una manta y con aspecto aún desencajado, se niega a hablar y, después de las variaciones y repeticiones de la acción inquiridora, finalmente, libera unas frases casi proféticas, como si fuese Moisés, la madre de la civilización humana.

Esta escena, en modo dramático, es extrañada mediante mecanismos de amplificación del sonido. Casi todo el diálogo transcurre en un murmullo amplificado y en un tempo sospechosamente ralentizado. La distribución de las dos actrices y de los dos actores, así como sus roles comportamentales, ostentan también una extraña relación que insufla al realismo dramático una pátina simbolista-impresionista, e incluso una reminiscencia abstracta. Parece como si la escena estuviese fuera del tiempo y del espacio concreto, fuera de un momento histórico localizado, aunque las actrices y los actores vayan vestidos con una ropa que los conecta con la actualidad o con épocas recientes.

El cuadro sexto es una repetición del cuadro segundo, el de la turbina-cilindro giratoria sobre la que, igual que entonces, bajan tres pelucas que se desintegran al entrar en la órbita del giro de la máquina.

En el cuadro séptimo y final asistimos, tal cual la máquina del tiempo, a una estampa de las cavernas. Estamos ante una cueva rocosa que da, al fondo, a una boca de salida en la que se ve un cielo estrellado.

El público está, por tanto, situado dentro de esa cueva primigenia.

En la cueva rocosa, con suelo terreño, un grupo de homo erectus interacciona, con sencillez animal, en silencio. Entrevemos rostros peludos y largas cabelleras, los cuerpos desnudos. Una mujer da a luz, el bebé nace muerto, y es enterrado por la madre en la misma cueva en la que habitan. No hay romanticismo ni sentimentalismo cultural aun. Hay relaciones desnudas de intenciones intelectualizantes. Poco después, esa misma madre, protagoniza una escena de engendramiento o apareamiento sexual con un compañero.

GO DOWN, MOSES podría haber sido un sueño, o quizás una pesadilla. Quizás también el libro del Éxodo en el que se inspira tiene ese carácter.

La recepción también emprende un éxodo conceptual desde la pulsación plástica y sonora de estas imágenes perturbadoras, en su naturaleza onírica y también en su combinación atópica.

En este espectáculo, Castellucci, parece llevarnos, más que de viaje, de peregrinación o de emigración, a través de su dramaturgia perturbadora, en un traslado que convierte el escenario en un túmulo o altar artístico.

Afonso Becerra de Becerreá.

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