Aclárate la voz

Dura de escucha

No era dura de oído, sino más bien, era dura de escucha. Podría parecer el inicio de una descripción para un personaje de novela, pero no, no es un personaje de novela sino una persona de esas que describiríamos como normal. Es decir, vida construida, familia, profesión. Sin embargo, como se puede construir algo sin escuchar. No lo sé, pero en esta historia, así es. Quizás hubo una época en que sí escuchó y con los años el tejido del tímpano interior se endureció. Quizás solamente escuchó su voz y los demás la siguieron el paso, pero siempre estuvo sola. Es lo que sucede cuando alguien no escucha; que deja solo al otro al mismo tiempo que se queda solo. Quizás nunca escuchó su voz interior y simplemente funcionó. Funcionar siguiendo lo aprendido al pie de la letra y a fuerza de copiar lo visto. Funcionar pensando que se vive y protegida por la ignorancia de no saber qué es vivir. ¿Y nosotros lo sabemos?

Esta persona disfruta con las revistas de papel cuché y las biografías de princesas, al mismo tiempo que se agarra a un algo, llamado Dios, que está fuera de ella y a quien se encomienda. Esta persona podría parecer la personificación disimulada del muñeco de Michelin. Disimulada porque escapa a primera vista, pero que si te dejas sentir, la cabeza, el pecho y la pelvis parecerían mundos débilmente interconectados. En su diccionario particular encontraríamos que diálogo viene definido por aquello que cualquiera con un grado de salud emocional mínimo nombraría como imposición. En su idioma «vamos a hacer algo juntos» significa para el resto de habitantes un «vamos a hacer lo que yo sé que está bien». En su estar la competición, en su mirada el juicio, en su corazón no se sabe. Suele ocurrir que las personas que no escuchan se colocan una barrera que les sumerge en la ignorancia y en el ostracismo asfixiante donde no corre más que el aire viciado de sí mismo. Si además se creen inteligentes los niveles de ridiculez que alcanzan entran en el terreno de lo patético. Pero cuidado que cuando su hostilidad le contamina las venas y da vueltas por su mente, de lejos, se oye el venir el silbido de una serpiente y el veneno se filtra por sus palabras. Se vuelve peligrosa. Hay que estar atento. No ponerte a tiro y construir un cristal imaginario. Y si se pone muy seria la cosa en último recurso uno puede tirar de la propia bestia que lleva dentro y cortar cabezas o soltar llamaradas por la boca hasta hacer reptil a la brasa. No merece la pena. No interesa dar carnaza. Quizás es lo que siempre ha vivido. La vida, cuando no se es consciente se repite como un disco rayado en el peor de los casos, y como una canción versionada múltiples veces pero siempre con el mismo reconocible estribillo en el mejor de ellos.

Esta persona no tiene voz.

Quedó aplastada y apretada en alguno de esos aros de Michelin.

Pero esta persona habla y se la oye.

Pero su voz es un mero soporte de palabras sin raíz.

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