Y no es coña

Eficacia

El Festival Internacional de Teatro de Brasilia lo organiza una entidad privada, que además de ello realiza otro tipo de producciones, pero que son una compañía pequeña de teatro y que regenta una pequeña sala de teatro. En Santos, el recién instaurado Festival Iberoamericano de Teatro, está organizado y patrocinado en un alto porcentaje por el SESC, Servicio Social do Comerço, una entidad privada mantenida por los empresarios de comercio de bienes y servicios, que tiene presencia en todo Brasil con sus centros de formación continua, sus espacios de asistencia social y una red de teatros y salas de exhibición que son una realidad emergente, fresca que funciona sin el amparo de las subvenciones o las ayudas de un Ministerio de Cultura de bajo perfil.

Podría seguir haciendo una larga lista sobre la casuística conocida en primera persona, pero como empieza a plantearse de nuevo el debate entre lo público y lo privado en todo lo concerniente a los asuntos culturales y por extensión a las artes escénicas que tienen algo de fundacionales en cuanto a la relación entre el Estado y la Cultura, vistámonos con la piel de lobo, para medir estas cuestiones desde un parámetro de eficacia. Es decir, abandonamos la postura ideológica previa, para analizar si en estos momentos y circunstancias el dinero público se aprovecha mejor desde la gestión privada o desde la pública. Sin sentar cátedra, sin llegar a conclusiones excluyentes.

La historia de los festivales de teatro en el Estado español, al menos de aquellos que tienen más de treinta años de existencia, es que nacieron la inmensa mayoría de ellos de la iniciativa privada. Está claro, el Estado, en aquellos tiempos del tardo y post-franquismo y de la transición, era débil en cuanto s sus relaciones con la cultura en general. Hablamos de unas iniciativas privadas que formaban parte, en muchas ocasiones, de un paradigma en vigor que tenía que ver con la idea cultural europea de la segunda mitad del siglo XX. Centro de producción, con sala de exhibición o programación, una escuela para la formación, y un festival que ayudaba a conocer las realidades existentes en otros lugares y que, ayudaron, de alguna manera, a crecer conjuntamente a todos los gremios.

Esa idea, por razones que algún día se deberán analizar sin pasiones se fue perdiendo, y se creyó que el Estado, en todas sus formas, era quién debía hacerse cargo de estas iniciativas. Y lo que nació con un apoyo de base, con unas energías que venían de la ilusión y de la utopía, se fueron convirtiendo en una estructura funcionarial, se crearon unos mercados específicos, y el número de festivales creció y algunos grupos, compañías o creadores, encontraron en esta red que cada vez se ampliaba más su lugar de trabajo habitual. Y los festivales, que debían ser la guinda, se convirtieron en lo único importante. Y se descuidó la programación habitual, al público de cada semana.

¿Logramos mayor eficacia con este traslado? ¿Los festivales creados posteriormente desde las instituciones como estrategia de ciudad o de promoción son más eficaces que los que mantienen todavía un espíritu vocacional y trascendente? No se puede contestar rotundamente, pero cuando uno asiste a los grandes festivales, con estructuras de funcionamiento importante, pero con asistencias vocacionales, teatrales, se siente mucho mejor. El respeto absoluto por el trabajo de actores y directores y, por relación lógica, con los espectadores hace que todo sea más eficaz. Cuando se ve a los equipos técnicos inventándose espacios, rectificando montajes siempre a favor del artista, uno se reconcilia y le entran ganas de asegurar que las condiciones de producción, en todos los estamentos, cuanto más alejadas de lo que se entiende en esta península ibérica por lo funcionarial, mejora la creación, las relaciones y gana en eficacia. Y no es cuestión de maniqueísmos, sino de aprovechar mejor lo que se tiene. Los más de setecientos espacios para la exhibición que nos aseguran existe en el Estado español, con una buena política de co-gestión, de compañías residentes, de las mil fórmulas existentes para su funcionamiento, mejoraría en pocos años, el conjunto de al producción y la exhibición. Y si se le añadiese una buena ley de mecenazgo, se podría romper muchas rutinas nefastas.

FiraTàrrega nos deparó un ejemplo de eficacia que queremos aplaudir: en un espacio privado, o como se denomina, de empresa, exactamente en el de 23 Arts, que por cierto se está convirtiendo en un festival autónomo dentro de la propia Fira, dada la aceptación mayoritaria de sus ofertas, en plena actuación, un generador de corriente se quemó. Tal cual. Al cuarto de hora, un camión estaba descargando otro, reponiendo la normalidad. Aplaudimos esta eficacia. El generador es parte de la infraestructura que aporta la propia Fira. Pero para entender mejor nuestra euforia, a los dos minutos del apagón, otros artistas con luces propias, en las baterías de su móvil musical, o aprovechando otros puntos de luz, siguieron ofreciendo espectáculos. Eficacia es amar el teatro, respetar a los públicos, soñar, tejer ilusiones con argumentos creativos y artísticos. Seamos cínicos: no importa si el gato es blanco o negro, lo importante es que cace ratones.

 

 

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