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El arte de la caída según Victor Hugo Pontes

La vida está hecha de luces y sombras, gozos y tropiezos, caídas diversas… Desde el mito de la caída de Adán. Caer en la tentación, etc.

Caemos en la cuenta que caer forma parte del camino, pero quizás solo podemos congraciarnos con las caídas cuando somos capaces de alzarnos y, con el tiempo y la reflexión, reconocer lo aprendido.

Sin flexión no hay salto ni impulso para el ascenso y sin reflexión el conocimiento y la comprensión no hacen pie.

«Fall in love» o «tomber amoreux» (caer enamorado) es, quizás, una de las caídas más paradójicas, en las que se tocan placer y padecer.

No obstante, creo que las más bellas caídas son aquellas que sublima la poesía coreográfica de la danza. Y es en este ámbito donde se mueve el trabajo del coreógrafo portugués VICTOR HUGO PONTES, en el de la polisemia a partir de la composición de poemas coreográficos de muy alta fisicidad.

Según él mismo expone: no le gusta dar sus interpretaciones o visiones respecto a sus obras porque prefiere que cada persona se responsabilice de su lectura. Añade que le parece ingrato fastidiar o coartar la imaginación que cada espectadora y cada espectador desplegó ante la obra.

FALL se estrenó a finales del 2014 en el Teatro Municipal Rivoli do Porto y yo pude verlo el 21 de marzo de 2015 en el Centro Cultural Vila Flor de Guimarães.

La escenografía de F. Ribeiro es un enorme suelo blanco en rampa ascendente que dibuja un horizonte sobre fondo negro, al inicio, y sobre un ciclorama de nubes, después.

Esta plataforma blanca con rampa se empapa fácilmente por el juego de luces diseñado por Wilma Moutinho, ya sea para dibujar las siluetas de las siete bailarinas y bailarines, ya sea para darles volumen y mayor tridimensionalidad, ya sea para acentuar el vértigo de sus movimientos acrobáticos, ya sea para crear atmósferas oníricas en momentos en los que la coreografía en dúos o en grupo construye relaciones escultóricas preciosas y casi inverosímiles.

El espacio escénico es abstracto y se presta, por tanto, a su moldeado a través del movimiento físico de las/os bailarinas/es, de la acción lumínica y de la acción yuxtapuesta de la música original de Rui Lima y Sérgio Martins.

Se trata de un espacio libre de connotaciones, con un gran potencial dinámico. La rampa permite trabajar en varios niveles o alturas y más allá de su línea más elevada las/os bailarinas/es pueden desaparecer o aparecer, lanzándose o cayendo, emergiendo.

La rampa permite deslizarse por su pendiente, coger impulso, saltar contra ella y rebotar, caer rodando…

Uno de los grandes atractivos de FALL es partir de una palabra (caída) o un verbo (caer) llenos de connotaciones y de múltiples sentidos con resonancias existenciales. La otra es el gran desafío que supone desde la perspectiva de la danza. Las caídas en el día a día suelen ser movimientos que responden a factores u obstáculos externos, sin embargo, en los movimientos danzados, según Rudolf von Laban, la acción exterior es subordinada al sentimiento interior.

José Gil lo explica así: «¿Cómo construye el bailarín su gesto? ¿En qué se distingue éste de un gesto común? En el gesto común el brazo entra en movimiento en el espacio porque la acción impone desde el exterior un desplazamiento al cuerpo; por la contra, en el gesto danzado, el movimiento, viniendo del interior, lleva consigo el brazo. Un movimiento ritmado que transporta el cuerpo, ese mismo cuerpo que es su soporte.»

A este respecto, uno de los siete integrantes del elenco, el bailarín Marco da Silva Ferreira, manifestaba, en la conversación posterior al espectáculo, que para él una de las claves estaba en distinguir entre caer o tirarse o desmayarse. Buscar lo más genuino de lo que es una caída sin provocarlo.

La abstracción del espacio escénico se corresponde, de alguna manera, a su vez, con una concepción coreográfica en la que destaca el movimiento como «motion», en el sentido inglés del término, referido al desplazamiento o pasaje del cuerpo de un lugar a otro, la acción de mover el cuerpo o una de sus partes, frente al gesto expresivo en sus dimensiones afectivas o psicológicas. O sea, en FALL, tienen prioridad, por no decir exclusividad, la geometría de los movimientos, los desplazamientos de los diferentes segmentos del cuerpo en el espacio, puntuados, en algunos momentos, por la direccionalidad de las miradas hacia arriba, señalando ese vector de quien al caer observa desde abajo.

El comienzo de FALL es casi literal respecto al propio título. Los siete integrantes del elenco aparecen colgados de las varas de las que suelen colgarse los focos y allí aguantan impertérritos hasta que van cayendo de uno en uno y rebotando en el suelo.

Lo pendular también se ve acentuado por el resto de varas llenas de focos a la vista que, de repente se elevan, cuando los bailarines ya han caído.

Movimientos al unísono, seccionando caderas, brazos, hombros… en la búsqueda de impulsos ascendentes.

Desaparecido el fondo negro, que también asciende hacia los telares del teatro, se descubre un cielo azul con nubes blancas.

En la línea del horizonte, en lo alto de la rampa de esta escenografía topográfica, parejas de bailarines componen modos de elevación a base de apoyarse, cogerse, sostenerse, abrazarse y uncir para subirse unos en los otros.

Las piruetas, saltos y giros siempre acaban dando en algún derrumbe.

Las carreras y las caídas en grupo hacen surgir la sensación de atropello y precipitación, en contraste con algunos momentos de «slow motion».

Un falso final climático lo constituye el coro que aúpa a una bailarina que se despeña desde las alturas al mismo tiempo que se desploma toda la tela celeste del fondo del escenario.

Y el final con los siete en posiciones invertidas cabeza abajo, distribuidos por el escenario mientras se apaga la música y la luz.

FALL de Victor Hugo Pontes conjuga la exhibición acrobática, propia de danzas urbanas con un toque «Break Dance», con una abstracción sincrética que puede recordar al estilo de William Forsythe, sin olvidar las reminiscencias de la biomecánica de Meyerhold o el trabajo con el peso y la gravedad de Doris Humphrey, una de las iniciadoras de la danza moderna con sus series de «fall / recovery».

Evidentemente, siempre se pueden encontrar referentes. No obstante, la personalidad de Victor Hugo Pontes y del equipo artístico, en un trabajo de investigación y de creación colectiva orquestado por el coreógrafo, nos pone ante una idea de caída sublimada en una poética coreográfica que sorprende y fascina.

Afonso Becerra de Becerreá.

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