Zona de mutación

El artista de sí mismo

El artista tomado como un modelo de empresario de sí mismo, tanto en el orden de emprendedor económico de sus producciones personales y como artífice interno de su autodepuración técnico-expresiva, puede localizarse no sólo en un aprendizaje y capacitación para generar distintos lenguajes, sino para avanzar sobre las fronteras de sí mismo, en términos de romper con los propios límites conocidos.

El artista como instrumento de sí mismo, y en relación a la búsqueda de tales bordes, se levanta como alternativa a lo que Byung Chul Han sindica como factor de auto-explotación internalizado, cual es, justamente el elemento libertad, en el contexto de una cultura y economía neoliberales, donde el sujeto, en función de determinados rendimientos auto-impuestos, es capaz de someterse al calor de un concepto alienado de tal mentada libertad.

El artista encarna al empresario de sí mismo capaz de transgredir esta idea de un principio de libertad como motor engañoso para que el argumento explotador, funcione desde la propia interioridad del agente productor. El artista concientiza su voluntad de límites, transformando su experiencia de fronteras en una ruptura de tales agenciamientos expoliadores. El más allá que holla la obra del artista, lo que excede la cruda brutalidad de los materiales, desafecta la cosificación mercantilista, donde el límite de un Artaud, un Van Gogh, un Rimbaud, un Fijman, dinamitan el contenido cósico instrumentalizable del producto. Hay objetos que acrisolan libertad real y son emboscados de todas las formas posibles por el entorno económico, para hacerlos rendir como gadgets comunes.

El empresario de sí mismo como fórmula negativa de aquellos agentes que pueden llevar dentro de sí mismos el mandato del sistema económico imperante, significan a la vez una economización decisiva a la hora de reproducir la trama del poder económico con una completa austeridad de medios materiales. El infierno va con uno, hasta el límite del arte. El arte, cumpliendo sus designios históricos, se levanta como barrera incólume a tal diseño de poder. Ya no como conciencia determinada externamente, sino como drama subjetivo en donde, en el propio campo donde se decide por la sustancia real de la libertad, es el relumbrón que expresa la explosión a ultranza, sin condicionamientos, que sólo puede orquestarse a partir del más simple y puro impulso, expresión de una liberación interna.

El arte como trabajo del artista sobre sí mismo, es el antígeno espontáneo a los mecanismos de dominio con que la subjetividad del hombre alienado opera.

Los procedimientos formales, intasables, subvierten la voluntad economicista que se absolutiza a sí misma, y ya ni siquiera duda que una consideración pueda levantarse frente a ella como negación o alternativa.

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