Críticas de espectáculos

El Cerco de Numancia/Florián Recio/61 Festival de Teatro Clásico de Mérida

Imponente El Cerco de Numancia

 

La tragedia «El cerco de Numancia», de la compañía emeritense «Verbo Producciones», que ha cerrado esta edición del festival con un imponente espectáculo concebido para ser representado en la excepcionalidad del marco romano, ha demostrado que las producciones extremeñas exhibidas por tercer año consecutivo con este propósito («Ayax», «Las Tesmoforias», «Los Gemelos», «Coriolano», «Edipo Rey», «Hércules») han superado cualitativamente a una mayoría considerable de producciones foráneas -mediocres y de elevados costes-, que descaradamente estaban pensadas para su explotación comercial en otros lugares de plazas porticadas y de teatros a la italiana.

«El cerco de Numancia» o «La Numancia», representada en dos ocasiones en el Teatro Romano, por José Tamayo y Manuel Canseco, es la conocida obra teatral de Cervantes considerada por muchos expertos -aunque no sea una obra perfecta por la premiosidad del verso- como la mejor tragedia del siglo XVI. En ella se describe la heroica defensa de Numancia, capital de los celtíberos arévacos, que en el año 133 aC murieron de hambre antes que rendirse a los romanos del general Escipión. Una tragedia en la que, por encima de todo, el autor vio una gran lección de patriotismo, un medio de fomentar el orgullo patrio en el que las fuentes históricas se mezclan con motivos literarios, dramas ficticios y proyecciones alegóricas.

En la obra, que no ha dejado de despertar interés como paradigma del sacrificio supremo por la libertad frente a un invasor represivo, totalitario e imperialista (hecho que confiere honor y dignidad a la acción heroica de personajes humildes), subsiste un contenido con muchas posibilidades de traslación a la actualidad. Contenido y forma que Florián Recio (autor de la versión de «Los gemelos», éxito de la misma compañía) ha puesto de relieve en un original y laudable texto, podando la obra de Cervantes en cuanto a personajes prescindibles y en la inhábil y elemental trama de la fábula dramática que apenas tiene tensión y se reduce a cuadros sucesivos en cuatro densas jornadas. También, eliminando las frías y acartonadas figuras alegóricas (que de forma más eficaz canjea para la traslación del mensaje al mundo de hoy volviendo a dar protagonismo al tradicional coro de la tragedia grecolatina) y por la variación de escenas poco convincentes sobre conjuros en el peligroso filo entre lo sublime y lo ridículo. Pero es en la métrica del estilo donde el autor extremeño, consciente de que el verso del gran novelista universal no llega siempre a la altura poética y la rima que frecuentemente le acompaña en ese bajo nivel, brinda un nuevo texto en prosa, perfecto para la declamación y con cierta calidad poética.

La puesta en escena de Paco Carrillo, que me pareció mejor trabajada para la reflexión que para la emoción, logra una depurada ambientación catártica manejando todos los elementos artísticos componentes al servicio de las características del gran espacio romano. Para ello, ha contado con la solvencia de un escenógrafo que conoce bien el Teatro Romano: Damián Galán, que se luce recreando el espacio con simbolismos (que subrayan las ideas de la propuesta) y forjando cuadros escenográficos de singular belleza, apuntalados por la creativa iluminación de Francisco Cordero y los preciosos vestuarios de Maite Álvarez. Destaca también la dirección de actores y, sobre todo, la de un impactante coro de voces intensas y expresivas.

En la interpretación, casi coral, los nueve actores protagonistas consiguen trabajos sobresalientes y notables. Paca Velardiez (Marquina), está magnífica en su monólogo del ritual y en el coro. Juan Carlos Tirado (Soldado veterano), logra una excelente caracterización física y oral de su personaje, actuando con gran organicidad a lo largo y ancho del escenario. Pedro Montero (Teógenes), exhibe su enorme presencia escénica y potente voz. Jesús Manchón, muestra impecable el carácter del militar romano. Igualmente, Manuel Menárguez (Marandro) y David Gutiérrez (León), el de los numantinos que prefirieron inmolarse antes que aceptar una rendición infamante. Los tres están dotados de gran convicción y fuerza dramática en sus movimientos, gestos y voces. José F. Ramos (Soldado joven), arropado por Tirado, debuta felizmente defendiendo en su personaje la poética de la dignidad. Ana García (Lira) y Fernando Ramos (Escipión), realizan con dignidad sus papeles protagónicos, pero acusan altibajos en la declamación. A la primera, le falta ajustar mejor el tono de una moribunda en brazos de su amado. Al segundo, desgarrar en su amargura cuando los fríos cálculos del estadista fracasan. Y le digo lo mismo que a Elías González en la obra «Coriolano», que todavía le falta un toque de mayor carácter a esa naturaleza de grandes personajes (el que hemos visto en el romano a Paco Rabal, José P. Carrión o al extremeño José V. Moirón). Los «pecholatas» de Emerita Antiqua y el trio de músicos cumplen bien su colaboración.

La función del estreno, que transcurrió con el silencio de una ceremonia religiosa, fue muy aplaudida al final.

José Manuel Villafaina

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