Un cerebro compartido

El cuerpo del intérprete en la mente del espectador

Las neuronas espejo descubiertas en la década de los 90 del siglo pasado, forman un conjunto de unos cuantos millones de células localizadas en la corteza premotora, el área de Broca y en la corteza parietal, relacionadas con los comportamientos empáticos, sociales e imitativos. Estas neuronas se disparan cuando estamos realizando alguna acción o cuando observamos cómo esta acción se realiza por otro, esto es, permite reflejar la acción de otro en nuestro propio cerebro, de ahí su nombre, neuronas espejo.

 

Los expertos en neurociencia opinan que estas neuronas desempeñan una función trascendental dentro de las capacidades cognitivas ligadas a la vida social, tales como la empatía y la imitación, esenciales en los procesos de aprendizaje. Por ejemplo, cuando escuchamos a un actor sobre el escenario y lo vemos gesticular, en el espectador se activan sus neuronas espejo encargadas del control de la lengua y los labios durante la intervención del intérprete. Las regiones cerebrales que controlan los músculos fonadores del espectador están tan activas como si él mismo estuviese hablando. Lo mismo sucede con una acción del intérprete que se replica en el cerebro del espectador en su corteza premotora, o sea, el cerebro del espectador está activándose como si estuviese realizando la acción que está viendo, pero está, lógicamente, inhibiendo la activación motora que le llevaría a realizarla. 

La peculiaridad de estas células en el cerebro del espectador, es que no solo permiten reflejar lo que ve en escena a nivel motor, sino también a nivel emocional ya que estas neuronas están conectadas al sistema límbico, encargado de regular las emociones, la memoria y la atención. De todas las aplicaciones relacionadas con este grupo celular, es interesante la de la empatía. De hecho, las implicaciones de la empatía en las artes visuales, musicales o escénicas son las que permiten hacer los juicios estéticos subjetivos.

Una buena aproximación a este fenómeno fue presentada en 2007 por Vittorio Gallese a la que llamó simulación encarnada. Gallese definía esta simulación como “nuestra capacidad para dar sentido pre-racional a las acciones, emociones y sensaciones de los demás […], un mecanismo funcional a través del cual las acciones, emociones o sensaciones que vemos activan nuestras propias representaciones internas de los estados corporales que están asociados con estos estímulos sociales, como si estuviéramos implicados en una acción similar o experimentando una emoción o sensación similar”.

La afirmación de Gallese permite indicar que el sistema de simulación encarnada es innato pero se desarrolla de acuerdo a las experiencias sociales y a la complejidad de estas. Hay experimentos que han demostrado que la actividad de las neuronas espejo en un espectador adulto, es más dinámica cuando ha realizado previamente la acción que observa; si, por ejemplo, va a un concierto de piano y ha estudiado piano, la parte premotora de su cerebro se activará con más intensidad que aquel espectador que no ha estudiado piano, en consecuencia, en el observador, los músculos que intervienen en la ejecución de esa actuación están, la mayoría de las veces, también excitados, simultáneamente con las acciones del ejecutante. Igual sucedería con las artes escénicas. Hay un estudio muy interesante realizado por Corinne Jola en el que se mide la actividad cerebral de un grupo de espectadores frente a piezas de baile de distintas procedencias: clásico, contemporáneo, regional… y en aquellos espectadores con formación en baile clásico, la activación cerebral era mayor al presenciar esta pieza que al presenciar las demás, pudiendo concluirse que la calidad de la recepción es superior. Por lo tanto, nuestro sistema especular no está completamente determinado al nacer, aumentando por experiencias que cambian la forma en que percibimos estas acciones en otros. 

En el teatro, lo que realmente hace especiales a estas células, es que el proceso de integración de los estímulos recibidos desde la butaca, opera sobre áreas del cerebro que se disparan al activar el sistema motor. Esto significa que las neuronas espejo del espectador consolidan la integración multimodal que forma nuestra relación con el mundo de los demás y permiten reducir el espacio entre el intérprete y el espectador. Esto es esencial en las artes escénicas en vivo (teatro, danza, performance, etc.) y, por tanto, puede afirmarse que la teoría de la simulación incorporada debería ser conocida para entender qué pasa en la mente del espectador cuando experimenta el cuerpo del intérprete. 

Cuanto más sepamos del proceso receptivo más disfrutaremos de esa recepción.

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