El Hurgón

El descuido y la crisis

Se ha vuelto común en todo escrito o comentario relacionado con la crisis, adjudicar todos los orígenes de la misma a lo económico, como si las crisis por las que pasa el ser humano sólo tuviesen un componente material.

No podemos descartar la gran influencia que ejerce en nuestra conducta el componente económico, porque como dice el refrán: amor con hambre no dura, pero la abundancia de lo material no excluye necesariamente la ocurrencia de una crisis, porque las crisis tienen múltiples orígenes, entre los cuales se nos ocurre mencionar el descuido, por su mayor acción no solo en la generación de ésta sino en su agravamiento.

El descuido es uno de los ingredientes con mayor presencia y fortaleza en nuestra vida cotidiana, y debe su origen a la forma como se desarrolla el proceso instructivo al cual somos sometidos desde cuando vemos la luz, como se llama románticamente al acto de nacer, para hacernos asumir, como algo inmodificable, la realidad existente, y para hacer lo cual se emplean una serie de obstáculos, con el pretexto de proteger de los riesgos a quien está creciendo, maquillados con el pomposo nombre de experiencia ajena.

Debido a la injerencia de este ángel protector, surgido de la alianza entre la experiencia ajena y el carácter inmodificable de la realidad, los cuidados del desarrollo en sociedad, en todos los órdenes, terminan bajo su égida, y de acuerdo con la lógica humana, según la cual, si hay quien haga los demás observan, el descuido se fortalece y el desarrollo de nuestras actividades terminan siendo una copia fiel de la realidad inmodificable. Esto, en buen romance, quiere decir: dejar que las cosas pasen.

Y eso es lo que habitualmente hacemos: dejar que las cosas pasen, hasta que su conversión en crisis nos produzca un sobresalto, que no es necesariamente un despertar.

La consagración del descuido nos crea dificultades para comprender las circunstancias y las cosas que nos rodean, con las cuales mantenernos solo una relación de uso y por lo cual conceptos como proceso, averiguación, estudio, ensayo y otros más que intervienen en el desarrollo y despiertan la mente solo existen como entidades de nombre, no ejecutables debido a que no incidimos en las cosas sino que éstas inciden en nosotros, y es por ello que su aparición y desaparición se produce sin nuestro consentimiento, y con lo cual nos conformamos remitiéndonos a la simple noción de principio y fin de todas las cosas, enquistado en nuestra conciencia por obra y gracia del componente religioso del instructivo.

La consagración del descuido, cuya finalidad es llevarnos a aceptar la realidad tal como nos la han presentado durante el proceso de instrucción, llamado por algunos educación, es, por cierto, el punto de partida para la aceptación sistemática, y sin estudio previo, de todo cuanto va apareciendo como elemento necesario para el mejoramiento de dicha realidad. En virtud de dicho descuido terminan formando parte de nuestros intereses, ideas y procesos sobre los cuales no estamos en condiciones de opinar, porque desconocemos su origen y por ende su itinerario, y es desde ese momento cuando nos vamos convirtiendo, sin saberlo, en participes activos de la generación de una crisis, porque la crisis no puede ser algo distinto a la consecuencia de un proceso hecho a ciegas.

El descuido tiene un papel protagónico en la crisis de la cultura y del arte, y seguramente intentaremos explicar en futuras columnas, de qué manera incide éste.

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