Incendiaria en combustión

El duelo

El dolor duele, dijo un compañero durante una clase. Y es una de esas máximas indiscutibles. Después de todo, el dolor es una de esas experiencias imposibles de vestir para una presentación pública y por tanto, difícil de compartir ni de explicar con palabras. Pero hay más cosas que duelen. Escribir, duele. Amar, duele. Sonreír, duele.

En estas últimas semanas me han encerrado para que escriba. Lo más difícil ha sido sentarse. Salir huyendo era imposible porque habían cerrado la puerta con llave. Colocarse delante de la pantalla, frente al teclado o ante la hoja en blanco ha sido el ejercicio más doloroso. Una se sienta a escribir y si se sincera, duele. Si se miente, también duele. Porque sabe que entonces la escritura estará vacía. Tendrá palabras pero en ella no habrá nada.

Las voces piden vida, juegan y duelen. Una se sienta varias horas ante la pantalla y sólo la última resulta realmente productiva. Para llegar a la última hora es necesario pasar por las anteriores. La primera para llegar a las heridas. Las siguientes para la impotencia, el enfado, la rabia y la calma. Las que siguen son para buscar. Las siguientes para ordenar. La última para levantarse. Y desear volver a empezar.

Se dice que quien crea, se reta con la muerte. La muerte es el mayor retador de nuestra vida. Tal vez por eso necesitamos crear. Crear es un proceso desafiante porque busca preguntas y respuestas. También es una forma de calmar el dolor que producen las preguntas por falta de respuestas. Cada vez que hay un duelo, alguien muere. Cada vez que hay un duelo, alguien ha muerto. Destrucción y creación. Dolor y sanación. Los dos son el duelo.

Lo más difícil del reto de la creación es el estado de sinceridad. No pretender nada. No engañarse. No negarse. Tampoco quedarse en la superficie. No ir a la contra de lo que piden esas voces en las que una se desdobla y se multiplica, en las que se reconocen los fantasmas de los sueños, de los muertos, de todo lo que estaba ahí antes de ser y de las sombras que la propia sombra genera.

«¿No te duele esa sonrisa?», le dijo el personaje a la persona a quien más amaba mientras veía cómo era devorada por la posible certeza de lo inevitable. «¿Qué sonrisa?» «Ésa de ternura que llevas en la cara». «Me duele tu dolor. Para soportarlo, ha aparecido esta sonrisa».

Una buena amiga me preguntó una vez por qué todo lo que escribía era siempre tan triste. Acabo de descubrir la respuesta. Estaba en el fado «Destino marcado». La letra dice que quiere «ser siempre triste para no morir de alegría. Cada uno es para lo que nace y yo nací para el fado». Claro que en gallego y portugués, fado significa al tiempo canción triste y destino.

El destino duele.

Y aquí aparece la sonrisa.

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