Mirada de Zebra

El efecto de realidad

Para echar a andar la columna de hoy rescato una frase de Joseba Sarrionandia, una de esas frases tan suyas, densas y punzantes, que son como pequeñas dosis de filosofía concentrada. Dice así: «La televisión es realista. La realidad de los telediarios, como todo el mundo sabe, es mucho más realista que la realidad misma». En este juego de palabras aparentemente contradictorio, Sarrionandia evidencia que los noticiarios de televisión, en su afán por retratar la realidad, no se limitan a mostrar lo que ocurre tal cual es. Bien saben quienes manejan las audiencias, que un reflejo realista de la realidad no atrapa la atención de los telespectadores. Comunicar una noticia no es pues un acto pasivo, sino un procedimiento activo que implica realzar los aspectos que inciten la curiosidad más simple y llana del observador. Por eso generalmente cada boletín informativo destaca aquello que resulta más trágico y escabroso, pero también, para aderezar tanto drama, aquello que es más anecdótico y jocoso. Podemos concluir entonces que la tarea de un telediario no es reflejar una realidad, sino crear un efecto hiperbólico de dicha realidad que permita atraer un mayor número de televidentes.

A poco que se desarrolle lo dicho, se puede llegar al debate tan manido y siempre inconcluso sobre la capacidad manipuladora de los medios de comunicación, sin embargo hoy los tiros van por otro lado. Quiero decir con esto que el hecho de que la televisión moldee los acontecimientos antes de comunicarlos -cortándolos, alargándolos, dando relieve a unas cosas y no a otras- es algo característico de este medio audiovisual, con independencia de las manos siniestras que frecuentemente lo manejan. De hecho, tal y como ocurre en la televisión, cada medio artístico cuando pretende aludir o revelar una realidad, tampoco plasma dicha realidad tal cual es, más bien genera un efecto real de aquello que quiere expresar.

A este respecto, un compañero de oficio, Eduardo Zallio, de profesión artesano del sonido, suele poner un claro y significativo ejemplo. Cuando en cine hay que sonorizar una pelea nunca se recogen sonidos reales. Si hay un puñetazo, el sonido que se escucha no es el verdadero sonido de un puño impactando contra un rostro, sino un sonido artificial, más contundente y con más empaque. Tan acostumbrado está el espectador a que las peleas en el cine tengan una particular sonoridad, que si se sustituyese por sonidos reales, la disputa perdería toda credibilidad. De ahí se extrae una paradójica conclusión: para generar artísticamente una realidad creíble, es necesario trabajarla artificiosamente. O dicho al contrario: en arte ser radicalmente fieles a la realidad, es el camino más directo para caer en la falsedad.

Albert Boadella, en su particular decálogo de su compañía «Els Joglars», menciona que su primer mandamiento consiste en distorsionar delicadamente la realidad que se quiere mostrar para que sobre la escena ésta resulte más veraz y potente. Y para explicarlo cuenta una anécdota que pudo acabar en tragedia. En una obra sobre el bandido Joan Serrallonga, allá por 1975, había una escena de un tiroteo, donde fallecía uno de los personajes. Según cuenta Boadella la muerte del personaje había sido cuidadosamente ensayada para que produjese una fuerte impresión en el espectador. Durante la acción los actores utilizaban pistolas de fogueo para dispararse entre ellos y también pistolas cargadas con balines hechos de papel que se disparaban al aire. Y resultó que en una función alguien confundió una pistola de fogueo con una de balines, y cuando disparó contra el compañero, la bala de papel se incrustó en su pulmón. Al sufrir el balazo real, el actor no pudo desarrollar las acciones de muerte que tenía ensayadas, simplemente recibió el impacto de forma natural. La escena no podía haber sido más realista; sin embargo, esa vez los espectadores reaccionaron con total indiferencia. Incluso el propio Boadella al observar aquel accidente pensó algo así como: «¡Vaya! De qué manera más sosa se ha muerto hoy este hombre». Por fortuna, el actor se recuperó. Hoy cuando el director catalán recuerda el suceso, con el tono sonriente de quien ha escapado a una fatalidad, concluye que «el teatro es más vida que la vida», o mejor, «que el teatro es más muerte que la muerte».

De lo expuesto se deduce que para que la escena sea eficaz no tiene que ser real, tiene que parecer real. Parecer para ser, simular para no mentir, crear un efecto de realidad que supere a la realidad misma, encontrar verdad en lo que es puro artificio. El arte escénico nos sitúa en el vértice donde las reglas que gobiernan la vida cotidiana están a punto de precipitarse.

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