Sangrado semanal

El equilibrio, en precario

No hay manera de escapar ante el folio en blanco. Como tampoco hay salida por la tangente ante un estreno inminente. Miras de frente, solo queda la huida hacia delante. Apretar puños y dientes, agarrar por los cuernos esa parte concreta del trabajo que se ha resistido hasta ahora. Parece milagro, pero las fuerzas se aúnan, la concentración crece y ese «little something extra» (ese pequeño extra que no se sabe muy bien qué es) se pone a jugar con los duendes, los nervios, el asombro y el asomo ante el abismo. Pronto nacerá la criatura escénica ante los espectadores.

Hay diferentes formas de llegar a la meta de salida. Puedes presentar ya el primer día del estreno una pieza acabada, pulida, exacta y absolutamente medida, donde no hay lugar al error o al más mínimo garabato pasajero. Puedes mecanizar tu trabajo de actriz o la escena al completo, si estás en el papel de la dirección. Puedes atarla fuertemente para que nada se escape, como esa carne que se mete al horno, rodeada de una cuerdecita blanca que luego deja su marca de identidad sobre la piel tostada. La lucha por mantener viva la escena desde este lugar de trabajo es ardua. Porque el actor se mueve dentro de unos parámetros aparentemente rígidos, una estructura férrea, dentro de la cual, deberá aprender a hacer luz, a prender la vida y una vez encendida, habrá de mantenerla viva, a lo largo de todo el slalom recorrido.

O puede haber más riesgo. Puede la actriz enfrentarse al pavoroso vértigo de no tener su actuación cerrada. Dejarla deliberadamente abierta, sin fijar. No determinar si su personaje es de una manera concreta o de otra, sino navegar en perenne diálogo con el mar y cabalgar al personaje en su dicotomía, a riesgo de naufragar o salir triunfante después de haberse batido a duelo con el océano de las emociones y las sombras que pueblan toda criatura humana. Quizás sea ésta otra forma de trabajar el famoso «equilibrio precario» que pregona Barba.

El equilibrio precario es uno de esos «principios que retornan» y que podemos encontrar en todas las tradiciones escénicas del mundo. El equilibrio precario se trabaja normalmente desde lo físico, poniendo el cuerpo en riesgo, de puntillas por ejemplo. Al colocar al cuerpo en una situación de este calibre, todo el organismo se agranda y adquiere un magnetismo que no posee en una situación cotidiana donde tendemos a economizar los movimientos. ¿Por qué tal magnetismo? Porque dentro del cuerpo se produce una lucha continua donde el cuerpo baila para mantener ese equilibro de cuerda floja y eso es algo que hace que el espectador no quiera o no pueda apartar los ojos del cuerpo en cuestión.

Una actriz que esté en escena en constante equilibrio precario mental y psíquico corre el riesgo de pegarse un guantazo descomunal, pero si aguanta y consigue que su psique baile al compás de los tirones y tirabuzones del personaje que ha elegido encarnar, puede tener la experiencia actoral de su vida y regalar, al espectador, un pedacito de montaña rusa, de corazón, a corazón. Y sin chaleco salvavidas.

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