Un cerebro compartido

El espectador ante la sorpresa

En el día a día, el cerebro trata de optimizar sus limitados recursos para ejecutar tareas, para lo que crea patrones de conducta que proyectan respuestas “preprogramadas” que predicen comportamientos en base a experiencias repetidas en el pasado. Sería triste que no pudiéramos modificar esta realidad neurobiológica durante una representación teatral, esto es, si el espectador sabe a lo que viene, apaga y vámonos.

El teatro no es la vida. El teatro es ante todo y por encima de todo, algo que hay que reconocer como ilusión que, en todo caso, puede transformar a la vida. El automatismo en la conducta de un intérprete, la copia de acciones convencionales que vemos en la calle y la toma de decisiones esperadas, garantizan la disposición de tiempo y recursos cerebrales del espectador para centrarse en sus asuntos, no en la obra. La experiencia teatral por la que pasa un espectador durante una representación debe contener una mínima dosis de sorpresa ya que, en caso contrario, usará sus recursos cerebrales en la tarea que más recursos consume: predecir. Y si las predicciones responden a lo esperado, no les dará relevancia, abocándose a no prestar atención más allá del discurso dramatúrgico, esto es, limitando su experiencia teatral a una especie de lectura dramatizada. Así por ejemplo a la hora de ver una silla en el escenario, es normal asumir que en algún momento será usada para sentarse, pero si en la propuesta escénica esa silla se usa para todo menos para sentarse, por ejemplo, para ponérsela de sombrero, el espectador se dará cuenta de su existencia como un elemento no predecible cobrando una importancia que no tiene en su uso habitual. Hacer teatro es fabricar, no copiar.

Cuando los patrones se ven alterados, el cerebro del espectador rompe con su rutina y comienza a “pensar” y “gastar” recursos para ello, provocando una respuesta de sorpresa. Esto es debido a que, en cualquier situación, el cerebro está constantemente anticipando las respuestas basadas en patrones de la realidad y su propia experiencia, lo que hace que sea predecible. Esta respuesta del cerebro ante la sorpresa de ver una silla-sombrero, se expresa con la presencia de una activación cerebral medible con una demora de casi medio segundo del momento en el que el intérprete se coloque la silla en la cabeza.

En cuanto al sentido emocional de esta acción con este recién descubierto objeto, la sorpresa puede sea positiva o negativa, y se sabe que: a) el cerebro responde con una mayor amplitud de onda en el caso de respuestas negativas frente a positivas, y b) ambas se presentan en menor medida frente a las sorpresas “sin sentido”. Por ejemplo, la sorpresa negativa que puede tener un espectador cuando oye al intérprete gritando una frase ininteligible, será menor que la que provocará si a su lado hubiese otro intérprete con un cartel con la frase que grita su compañero claramente escrita, ya que ambas rompen con la rutina, pero la incorporación del intérprete con el cartel resulta además positiva. Y la sorpresa será aún mayor, si la frase que grita resulta ser en otro idioma. La sorpresa es una baza importante que regalar al espectador, y mejor si es positiva, porque la huella de memoria que generará será mayor al sacar al espectador de su rutina.

Otro ejemplo. Voy al teatro y compro una entrada. Resulta que no me he dado cuenta pero hoy es el día del espectador. Esto hará que la compra sea especialmente agradable y que entre a la sala con la satisfacción de haber elegido bien el día, sobre todo por la sorpresa positiva que me he llevado (y es que además estoy seguro de que la propuesta de la obra que voy a ver es magnífica, ¿no?) En cualquier caso se ha de tratar de evitar las sorpresas negativas, ya que la emoción que me generaría va a quedar asociada a la propuesta escénica, con lo que sería complicado que vuelva a interesarme por alguno de los componentes del equipo artístico, o al menos, que lo mire con más detenimiento antes de volver a gastarme dinero para ver alguna de sus creaciones. Pero claro, esto nos aboca a una pregunta: ¿es mejor que, al respecto de la propuesta teatral, todo esté claro desde el principio, sin ocultar detalles al espectador y que este elija venir a verla y pagar la entrada sabiendo lo máximo posible de la producción? o ¿me doy la libertad de sorprenderme? En la vida real, en cuanto a las sorpresas negativas y para evitar malas experiencias, elegimos sabiendo lo máximo posible. Pero, repito, el teatro no es la vida, el teatro es una fábrica cuyos productos deben sorprendernos para bien o para mal, porque si no, ¿para qué servimos?… para hacer copias hay otros formatos. Sorprendamos. Modifiquemos. Sacudamos al espectador, porque en el fondo, recordará mejor la experiencia si no le gusta que si no se acuerda.

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