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El estado salvaje en la Noite de Circolando

 

Vivimos en casas que nos guardan y nos acogen. Nuestras propiedades, nuestro territorio de seguridad, nuestra necesaria zona de confort. Espacios físicos en los que, queriéndolo o no, proyectamos nuestra personalidad. Sin embargo, el lugar de la casa, del confort, de la propiedad, reclama, también, en contrapartida, nuestra domesticación. Domus (casa), doméstico y domesticación, se suceden sin que nos percatemos.

Pero ¿qué acontece si nos desplazamos hacia territorios impropios, fuera de nuestra propiedad, territorios desconocidos? Los suburbios, los subterráneos de las ciudades, la noche. Los no-lugares. Espacios difíciles de definir y acotar. Espacios sin una distribución u orden previsible.

No existe el espacio vacío, igual que no existe el silencio absoluto, esto solo es una ilusión. Esos no-lugares están llenos de algo que podemos sentir, algo que podemos notar, pero que no somos capaces de identificar. Espacios con una reverberación que nuestro instinto capta. Espacios que ejercen un magnetismo cautivador.

“É na escuridão que reside um estar desconhecido onde pode surgir puro o ímpeto criativo” (Es en la oscuridad donde reside un estar desconocido en el cual puede surgir puro el ímpetu creativo), anota, en el programa de mano de Noite, la compañía portuguesa Circolando.

Con dramaturgia de Cláudia Figueiredo, dirección de André Braga y la actuación de André Braga, Paulo Mota, Ricardo Machado y André Pires, Noite nos lleva al no-lugar infinito del escenario, inspirado por la poesía intensa y refulgente de Al Berto.

Dos años después del estreno de Noite y de una extensa gira internacional, esta pieza vuelve a O Porto, programada dentro del IETM international network for contemporary performing arts, en el Teatro Helena Sá e Costa, donde pude verla el 28 de abril de 2018.

Noite aparece definido en el programa de mano con una frase del poeta portugués Al Berto: “O abismo é esta linha brilhante entre a noite e a alba” (El abismo es esta línea brillante entre la noche y el alba). “Dança. Um trio de homens, uma centena de pneus e um Dj.” (Danza. Un trío de hombres, un centenar de neumáticos y un Dj.)

Con público dispuesto en gradas, a cuatro bandas, lo primero que llama la atención es ese paisaje de neumáticos esparcidos encima del linóleo negro del suelo y, en una de las esquinas del cuadrilátero que forman las gradas, una gran esfera que pende del techo, compuesta por neumáticos engarzados. En la esquina opuesta, en diagonal, la mesa móvil del Dj y, ocupando parte de un lateral, una barra cargada de trajes.

A partir de esta disposición serán los tres actores, André, Paulo y Ricardo, junto a las enérgicas descargas sonoras de André Pires y al diseño de iluminación de Francisco Tavares Teles, quienes harán evolucionar ese no-lugar hacia espacios tremendamente poéticos. Poemas visuales electrizantes que integran objetos, actores, palabra, música, efectos lumínicos. Poemas visuales que se despegan de las tinieblas, de la violencia de los deseos irrefrenables que chocan con otros deseos, de la contundencia muscular de los cuerpos que corren tras sus anhelos sin nombre, en el Gólgota de neumáticos en el que se enredan estos tres hombres. Poemas visuales que convierten ese no-lugar, en el que todo es posible, en una pista de circo, donde el simulacro difumina los géneros, masculino y femenino, y celebra lo andrógino y lo ambiguo. Momento en el que los tres actores, desnudos, se mueven con los genitales ocultos entre los aductores, y llevan pelucas de largas melenas en sus cabezas. Poemas visuales en los que se enciende el perfil de un cuadrado de neón azul sobre el escenario para convertirlo en una pista de baile y, sin darnos cuenta, encontrar a una buena parte del público danzando y saltando con los temazos de música electrónica.

El caos y la fiesta dionisíaca en la cúspide climática de esta Noite excitante y agitada, en la que el teatro parece perder su nombre, reventadas sus convenciones más tradicionales y reconocibles por la magnificente fisicalidad de los actores, de la música, de los efectos lumínicos y de ese centenar de neumáticos, también de la explosión de purpurina rosa que sale de un corazón flotante. Ese corazón que se sale del pecho en los momentos más relevantes de nuestras vidas. El corazón de plástico rojo, un globo, que danza entre las piernas, por encima de las cabezas, sobre la espalda, a caballo del lomo de una mano, deslizándose por el tobogán de un brazo, recogiéndose en el vientre desnudo de uno de los actores, sirviéndole de almohada a otro para que la cabeza pueda reposar y soñar…

Esa figura icónica y alegórica del corazón rojo que aparece por doquier en nuestro día a día, desde los emoticonos en los mensajes, hasta los suvenires que se regalan los enamorados. Ese icono, esa figura alegórica, convertida aquí en una metáfora escénica con la que realizar malabarismos que, ahora nos hacen sonreír, ahora nos enternecen y emocionan o nos ponen melancólicos incluso.

Y es que un corazón en escena danzando entre tres actores, adobado por fragmentos del Réquiem de Mozart tratados electrónicamente y envueltos en haces de luces sobrenaturales, puede disparar nuestras interpretaciones y hacer saltar resortes emocionales insospechados.

En esta Noite no hay unos personajes reconocibles, tampoco se procede a la exposición de las personas que actúan. Salimos del espectáculo sin saber quiénes son André Braga, Paulo Mota, Ricardo Machado y André Pires, aunque los hemos visto desnudos y nos han mirado y se han movido y han danzado entre ellos y con nosotras/os.

Con un fuerte carácter de improvisación, aunque sabemos que la dramaturgia y la dirección lo ha estructurado y fijado todo o casi todo, la performance, con su impactante fisicalidad y con una manipulación real, que afirma lo material y lo concreto de aquello con lo que juega, renuncia a mostrarnos identidades de personajes o actores y se decanta, en cambio, por generar figuras alegóricas relacionadas con el universo que se desprende de la obra poética de Al Berto: límite, desafío, superación, exceso, libertad, deseo, miedo, amor… Ese abismo entre la noche y el alba, esa línea brillante y ambigua en la que todo adquiere una perspectiva diferente que nos sorprende, que nos atrae.

Noite, de Circolando, nos mete en ese limbo en el que los deseos hacen sus aquelarres, para liberarnos de los nudos ocultos que casi todas las personas llevamos atados en algún rincón.

El estado salvaje, aquí, en esta Noite de Circolando, nos libera y nos reconforta después de sacarnos de nuestro lugar doméstico, después de des-domesticarnos a través de sus acciones escénicas, después de llevarnos por parajes inesperados, plenos de erotismo e ímpetu vital.

 

 

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