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El Falstaff coruñés de Bryn Terfel. La vida es juego

La decana de las asociaciones operísticas del Estado español es Amigos da Ópera da Coruña, con una actividad iniciada en 1952. Pese a los recortes presupuestarios sufridos, y al menoscabo implícito que supone el centralismo español, que concentra la inversión en arte y cultura en Madrid y condena a lugares como A Coruña a ser una ciudad de provincias, Amigos da Ópera da Coruña ha realizado poco menos que una heroicidad: una nueva producción de la ópera FALSTAFF de Verdi, con un equipo artístico de primerísimo nivel y unos resultados exquisitos.

La elección de este título del repertorio coincide con la conmemoración del cuarto centenario de la muerte del dramaturgo inglés William Shakespeare.

Falstaff es una comedia lírica en tres actos, en cuyo libreto, Arrigo Boito, adaptó materiales provenientes de Las alegres comadres de Windsor (The Merry Wives of Windsor) y El rey Enrique IV de W. Shakespeare.

Falstaff es un personaje que suele adherirse al estereotipo del fanfarrón amoral y trolero, amigo de la comida, la bebida, la jarana y el buen humor, pero en El rey Enrique IV este vividor, como no podría ser de otro modo en Shakespeare, tiene conciencia de si mismo, sabe de sus concesiones morales y de su ruina económica. No es un fantoche inconsciente ni un frívolo, aunque pueda, por veces, parecerlo.

No obstante, el libreto de la ópera de Giuseppe Verdi, utiliza la trama cómica de Las alegres comadres de Windsor, en el que el personaje de Falstaff necesita dinero y busca conseguirlo con placer y pocos escrúpulos, lo que le lleva a transitar por lo ridículo, pero también por lo ingenuo, casi como un muñeco de farsa. No de balde, Harold Bloom afirma que «el héroe-villano de Las alegres comadres de Windsor es un impostor sin nombre disfrazado del gran sir John Falstaff.» y no duda en llamarle «seudo-Falstaff», como si fuese la copia, en bisutería, de la joya de la corona que capitaneaba las juergas en Enrique IV, pero que aquí queda reducido a una especie de «chivo expiatorio».

Sin embargo, uno de mis poetas preferidos, W. H. Auden, apunta que Falstaff, el personaje, no encuentra un mundo habitable en la obra de Shakespeare. «A medida que la representación avanza, nuestra sorpresa es reemplazada por otra clase de perplejidad, porque cuanto más conocemos a Falstaff, tanto más claro se hace que el mundo de la realidad histórica que una crónica teatral debe imitar no es un mundo habitable para Falstaff.» W. H. Auden señala que este inmenso personaje tuvo que esperar hasta el momento en el que Verdi escribió su última ópera para encontrar su «verdadero hogar» en el mundo de la música, igual que acontece, según este poeta, con otros personajes como Tristán, Isolda y Don Giovanni. Sin embargo, no hace la misma consideración, por ejemplo, con Macbeth, al que ve más en la poesía dramática (Shakespeare) que no en el canto (Verdi).

¿A qué se debe esta distinción de lugares, aludida por Auden, según la naturaleza del personaje? Parece ser que, entre otros matices, tiene que ver con la relación del personaje con el tiempo. Para Falstaff el tiempo no existe «ya que pertenece al mundo de la ópera buffa, del juego y del remedo de la acción, que no está gobernado por la voluntad o el deseo sino por el anhelo inocente, un mundo en el que nadie puede sufrir porque todo lo que se dice y hace es fingido.» Por eso, apunta Auden, incluso en el último acto de la ópera de Verdi emerge una parodia de réquiem: «Señor dale templanza. Pero consérvale la panza. Señor hazlo impotente. Pero consérvale el vientre.»

El Falstaff de Las alegres comadres de Windsor y el de Verdi es, para Auden, el más esencial, al adquirir la dimensión de un «inmortal autosuficiente», en tanto en cuanto no aparece como personaje subsidiario de otros sino como el centro de la acción. Además es quien, finalmente, pronuncia el veredicto sobre la existencia y, por tanto, el punto de vista que orienta el sentido de la obra: «Todo en el mundo es burla… / Todos se burlan. Ríe / de los otros cada mortal. / Pero mejor ríe el que tiene / la carcajada final.»

El libreto operístico de Boito contribuye a esta redimensión de un personaje vapuleado, que representa una libertad gamberra e ingenua que a nadie hace daño. Boito concentra la fábula, elimina personajes secundarios que resultarían superfluos, genera un contrapunto de tono poético respecto a los acontecimientos más cómicos, haciendo aparecer en breves escenas al dúo de enamorados, Nannetta y Fenton, con diálogos rápidos y frescos, rebosantes de alegría, pese a las interrupciones y censuras. En consecuencia, el Falstaff de Boito/Verdi está trufado de una serie de dúos de amor a los que acompaña, en la melodía, un leitmotiv sobre el estribillo «Bocca baciata non perde ventura. Anzi rinnova come fa la luna.»

Otra transformación poética realizada por Boito en su libreto operístico, respecto a la obra de Shakespeare, es la escena del bosque de Windsor que, de escena burlesca para vengarse de Falstaff, la convierte en un paisaje onírico y mágico que le resta virulencia al escarmiento.

La partitura de Verdi es compleja y rica al no componerse de arias brillantes diferenciadas y pasajes de transición, sino que fluye encadenando formas y melodías cortas.

La música orquestal es suculenta, tanto o más que las voces y, en todo caso, se podría decir que hay un equilibrio entre ambas.

La mezcla de lo cómico y lo onírico, llegado el acto tercero, resulta magnética. Majestuosidad en la que resuenan melodías de los salmos de su Requiem o de los sacerdotes de Aída, inseridos en un contexto humorístico, junto a elementos satíricos de tono juguetón.

Alberto Zedda, el director musical escogido para conducir la producción coruñesa, describe primorosamente la novedad: «El brío de los endiablados diálogos concertantes da paso a lánguidos movimientos de danzas y arias de ensoñadora dulzura; el virtuosístico golpeo de arcos y vientos se transforma en delicada melodía; nacen sugestivos solos instrumentales; se escuchan los insólitos timbres del corno en la bemol bajo, grave y lejano, del clarinete bajo, profundo y melancólico, del corno inglés, cálido y sensual, lo mágico del arpa y lo evocador de una campana nocturna. Los personajes recuperan los ojos de la infancia de tal modo que Falstaff, convertido en niño, pueda observar la miseria de los seres humanos con ojos inocentes y que el ultraje de la burla no suene a derrota. […] La fuga, a la que la tradición asigna la misión de concluir la aventura espiritual de la música sacra, es la forma musical que más limita las opciones expresivas de la melodía, constriñéndola con férreas reglas preestablecidas. Con una fuga, Verdi finalizó su inmensa Messa di réquiem: ¿es casualidad que haya elegido esta forma, extraña a la cultura de la ópera lírica, para concluir su última creación y al mismo tiempo su existencia como compositor?»

La nueva producción de Amigos da Ópera da Coruña atina de pleno al escoger al barítono Bryn Terfel para interpretar el papel principal, ya que es capaz de mostrarnos a un Falstaff auténtico en su espíritu lúdico y en su afán de diversión. Terfel humaniza el personaje hasta tal punto que, viéndole y escuchándole actuar, nos olvidamos de que es un personaje previamente escrito. No hay en sus movimientos ninguna pose falsa o impostada, ningún gesto acartonado. Hay sobriedad y economía expresiva que se corresponde, a su vez, con la sobriedad de la puesta en escena de Gustavo Tambascio.

El reparto de este Falstaff se compone, mayoritariamente, de prestigiosas figuras de la ópera. No obstante, sobre el escenario se aprecia una equilibrada actuación entre todo el elenco, sin distinción.

Se percibe el dominio técnico de los roles de cada cantante y la confianza mutua en la interpretación conjunta.

Como ya señalé, encabeza el cartel el barítono-bajo galés Bryn Terfel, como Sir John Falstaff, y le sigue la soprano vasca Ainhoa Arteta en el papel de Mrs. Alice Ford. Completan el cuadro el barítono Juan Jesús Rodríguez (Ford), las mezzosopranos Marianne Cornetti (Mrs. Quickly) y Cecilia Molinari (Mrs. Meg Page), la soprano Ruth Iniesta (Nannetta), los tenores Francisco Corujo (Fenton), Francisco José Pardo (Dr. Caius) y Mikeldi Atxandalabaso (Bardolfo), y el bajo David Sánchez (Pistola).

Hacía tiempo que no gozaba tanto de la justa medida expresiva y de la magistral armonía de conjunto en una ópera.

Un Falstaff sin aparatosidad escénica, concentrado en la interacción fluida de los personajes, sin subrayados ni adornos.

Tambascio traslada la acción a los años de la posguerra mundial, sin afirmaciones historizantes al respecto. Con una escenografía sintética, diseñada por Antonio Bartolo, a base de puertas y ventanas a dos alturas, genera un espacio casi diáfano que permite diferentes desplazamientos ágiles, así como la simultaneidad de situaciones, todo lo cual facilita el desarrollo de la comedia.

Las atmósferas lumínicas y sus transiciones, diseñadas por Felipe Ramos, colaboran en la claridad festiva de los tratos y en el lirismo poético de los encuentros amorosos.

En la última parte el escenario se desnuda escenográficamente, coloreándose el suelo y el ciclorama del foro con los tonos oníricos requeridos por la ceremonia feérica del escarmiento.

El escenario se llena de personajes fantásticos, con el Coro Gaos y el Minigaos, dirigidos por Fernando Briones, ágiles y afinados tanto en la ejecución vocal como en la actoral.

Una muchedumbre de niñas y niños, un limbo, una nube de personajes de ensueño, que generan un espacio lúdico en el que la acumulación de figuras surreales, luz, canto y música, crean el ambiente alucinado que suspende a Falstaff, para pagarle con una travesura las suyas y diluir dulcemente cualquier resentimiento. Tambascio no necesita efectos escenográficos ampulosos porque, como en un espectáculo de danza, sabe generar el cuadro con el movimiento de actrices, actores y luz. La música y el canto ponen el ramo.

Bryn Terfel despliega una fuerza y una empatía asombrosas. Ainhoa Arteta posee una voz y una presencia de una flexibilidad increíble, con un ímpetu y una gracia que resultan frescos incluso en las situaciones dramáticas más rebuscadas.

Todo el elenco sabe mirarse a los ojos y escucharse, no hay gestos ni actitudes forzadas.

La Orquestra Sinfónica de Galicia responde con detalle a los requerimientos puristas y delicados de Alberto Zedda. Brío desbordante en la primera parte y dulces elevaciones en la segunda, para rematar con una fuga de pletórica brillantez conclusiva, que contrasta con el estribillo final del Tutto nel mondo è burla.

Y sí, todo en el mundo es burla y el hombre, quizás también la mujer, es el único, o quizás no el único, animal que tropieza en la misma piedra. Falstaff no se enmienda, porque la vida está para gozarla con humor, sin necesidad de hacerle daño al prójimo.

La vida es juego. Un juego en el que hay que creer para disfrutar y eso parece que ha sido la clave de esta apuesta de Amigos da Ópera da Coruña. Un éxito.

Afonso Becerra de Becerreá.

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