Zona de mutación

El hombre deshabitado

Al señero título de Rafael Alberti (el hombre deshabitado) descriptivo de sensaciones de su tiempo, como premonitorias de otro porvenir, se puede añadir el concepto de Arjún Appadurai de ‘etnoescape’, que permite comprender los procesos como una ‘desespacialización’, una desterritorialización por la que en la subjetividad de los emigrados se anula toda referencia y aquerenciamiento de carácter nacional. Una prescindencia a emocionalidades inmediatas que puedan ligarse al paisaje. El desamarre interno a las imágenes del amor al terruño, puestos a vivir en la extrañeza de otro lugar, es capaz de echar luz sobre algunos procesos sociales, dentro de un mismo país, con habitantes que no necesitaron una migración violenta, pero que sin embargo se sienten desentendidos de participar de instancias socio-culturales propias de esos lugares. La instauración de clase, se puede corroborar, siembra en el imaginario de las personas, la sensación de pertenecer a una especie de ajenidad, de país imaginario, sobre el que callan, no caracterizan ni abordan, como no sea muy secretamente en sus intimidades más recónditas. Así, es explicable que si se indaga el por qué un vecino de barriadas periféricas, aún cuando le allanen la llegada a los sitios culturales bendecidos como oficiales, manifiesta que después de todo, «ese no es un lugar para él». Esta desafectación, este desarraigo de lo que aún en términos de expropiación podría muy bien incorporarse a lo propio, produce sin embargo un retraímiento, una auto-exclusión originada en históricas extrañezas sembradas por el espíritu propietario de los mandamases. Pero en el silencio de los vecinos que ven pasar de lejos las programaciones de su no-pertenencia, conduce a un psiquismo en el que el opulento y auto-saciado, ignora a la vez la conformación de lenguajes de alteridad de esa individuación que se define no por aquello que se dice, o se ve, sino por lo no-dicho, por lo que auto-depone los signos emocionales de un afincamiento real a las cosas. Una virtualidad distinta a la de las nuevas tecnologías. Deshabitado de posesiones, se lo suele definir sociológicamente como «los que menos tienen». Y como una letal ironía, el nómade es capaz de decir, tampoco adentro llevo lo que ustedes llevan en deseos, en valores, en sentidos de existencia. La patria es otro lugar, tal vez la patria no es ahora lo que importa. Y la cultura que se ejerce, al igual que esa patria, es un escamoteo de aquello que no se confiesa ante cualquiera. Si el objeto del siglo XX fue la ausencia (Wajcman), el XXI avanza para convertir la ajenidad en el suyo. Pero ajenidades potenciadas, no sólo en el Yo soy Otro, sino en Él es el Otro inapelable. Si la patria está en otro lugar, no importa mi otredad actual. Deshabitado sí, pero también postergado, prorrogado. Hombres-mujeres de derechos virtualizados, de propiedades interinas, sub-reales. Fantasma de la propia sobrevivencia priorizada. Ya habrá tiempo de subsanar lo precario. En su defecto, has de renunciar a tu lugar en el mundo y todo lo que ello suponga. Esa mirada que te mira, según dices, no te ve. Esa mirada que te ve, no te importa. La ley de olvido y desmemoria a lo que un tonto afecto significa, cuando quiere instalarse en mi páramo. Las germinaciones de una nueva forma de estar aquí, de sentirme aquí. Desexiliado de tonteras culturales de los nimios, desafectado de las viejas visiones que indicaban multitudes de mundos, y ninguno mío.

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