Y no es coña

El hormigón cultural

En un reportaje de un diario murciano se hablaba de “cementerios” al referirse a aquellos edificios que se diseñaron, se proyectaron, se anunciaron como equipamientos culturales y que por diversas vicisitudes se han quedado en sus esqueletos, o en su construcción estructural terminada, pero sin terminar su interior y por añadidura sin contenidos. Bueno, quizás la ausencia de contenidos sea más común de lo que aparenta porque estamos hablando de unos tiempos muy cercanos en los que al aliento del crecimiento desmesurado de la especulación inmobiliaria, el dinero corría con olor a cemento y a comisiones y eso llevó a la construcción de la inmensa mayoría de los edificios que componen esos más de setecientos teatros y auditorios de titularidad pública que, están ahí y que se deben activar, dotarles de sentido y de objetivos más allá que la de adornar el final de una avenida con nombre de un prócer local.

Cuando se acusa a esos edificios inacabados de cementerio se puede entender que se refiere de manera expresa a que en ellos están enterrados algunos cientos de miles de euros, cuando no millones. En los inacabados y en los acabados, añado. Y en algunos de los casos están parados por procesos judiciales en los que se acusa a los responsables municipales de la época de corrupción. En todos los casos son edificios diseñados desde la megalomanía, a veces con una idea tan primaria como la de construir un Palacio de Congresos mayor que el del pueblo de al lado, es decir el que está a menos de un kilómetro. Lo cierto es que se construyeron sin estudio previo, sin planificación ninguna, sin intervención de ningún gobierno ni organismo regulador y nos encontramos ahora mismo con ellos, levantados, a veces siendo iconos de la localidad, con los presupuestos mermados, con el estigma de que sus contenidos pertenecen a ese limbo administrativo de competencias impropias y generando unos gastos de mantenimiento que se asumen, en ocasiones a regañadientes, o con problemas de dotación económica.

Mantengo la inocente idea de que es mejor que existan instrumentos, estructuras físicas para la realización de actividades culturales que su ausencia. El tiempo me viene rebajando esa ilusión. Si no se aumentan los presupuestos, sino se regulan sus funcionamientos, si en cada edificio rige un reglamento sin estar coordinado, lo que se nos viene es una pléyade de edificios fantasmas que constan en el presupuesto municipal con una partida para mantener los servicios mínimos y sin apenas dotación para realización de actividades que justifiquen su construcción y su existencia. No es fácil encontrar una solución. Entramos en el año 2021 que algunos intuimos será peor en cuanto a presupuestos para estos edificios diseminados por toda la geografía peninsular. 

Como anuncia el ministro dedicado a llamar por teléfono para felicitar a los galardonados con premios, incluso cuando no son de su ámbito como pasó con La Ribot, que van a estudiar las reformas del INAEM, y dado que ya se conoce mi idea de que lo ideal sería acabar con él, por inoperante políticamente dentro del entramado constitucional y de estatutos de autonomía, una de las labores que podría hacer sin un coste elevado, sin rozar las competencias de la autonomías, sería hacer dos estudios importantes: una encuesta de públicos puesta al día. Pero algo serio, no solamente con los ciudadanos que van, sino con los que no van, algo de largo alcance y que proporcione una visión técnica de la situación real. Con esa radiografía, será más fácil el diagnóstico y el tratamiento.

Y un estudio serio, más allá de la tendencia a escuchar solamente a amigos y socios para ver las posibilidades de USO de todos los edificios, salas, auditorios, teatros y asimilados que son de titularidad pública, mayoritariamente municipal, y las vías de usos compartidos con colectivos y compañías. Un estudio, por favor, que se compare con las legislaturas e iniciativas europeas, empezando con Portugal y Francia, que son fronterizos y acabando con Polonia o Rumanía, si quieren ver otras posibilidades. He dicho un estudio serio, no uno de esos cachondeos que nos acostumbran que consiste mandar a una docena de enchufados de viajes turísticos, que se vienen con unos catálogos y después no saben qué hacer con ellos. Algo que abra posibilidades de utilización de esos Edificios, de ese cemento, de ese hormigón cultural que espera cumplir con sus objetivos sufriendo frío y calor sin el calor de la acción cultural efectiva y continuada.

Sobre estas peticiones seguro que se me dirá que ya están en ello. Y no es cierto. Hacen ver que están en ello, reparten carguitos y dinero para hacer ver que hacen, pero lo cierto es que estamos a la fecha que estamos y estamos exactamente igual que hace veinte o treinta años. O peor.

Un pensamiento cruzado. Hemos tenido algo de suerte (es un decir) porque la crisis del cine ha sido mucho mayor, porque sino, esos edificios estarían ahora en manos de distribuidoras mayoritarias del cine comercial. No dejemos que se perpetúe la tendencia existente de que las programaciones de estos teatros son el máximo exponente del teatro comercial y con signos evidentes de estar en manos del oligopolio.  

Todo esto me viene a recordar que lo que es preciso, podría entender que, hasta urgente, para atender al futuro y para desatascar la situación, es hacer una buena Ley de Teatro, Artes Escénicas, de Cultura, como tenga que llamarse, donde queden claras las competencias, las maneras de desarrollar esta actividad fundamental. En Extremadura ya tienen una ley recién aprobada. Mientras tanto, esto será un reino de Taifas. O un principado.

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